La
Premio Nobel de la Paz norirlandesa Mairead Maguire pidió al presidente
de Estados Unidos, Barack Obama, que ponga fin al injusto
encarcelamiento de tres antiterroristas cubanos, presos desde hace casi
16 años en penitenciarías federales, se informó hoy.
"Sumo
mi voz a la de muchos que le piden a usted (Obama) hacer todo lo que
esté a su alcance para terminar con los sufrimientos ocasionados por
esta situación", dijo la activista en una carta dirigida al mandatario
estadounidense y que difundió el pasado viernes un grupo de solidaridad.
Maguire reiteró al gobernante
que le escribía "nuevamente, en el contexto de las acciones en todo el
mundo que se llevan a cabo el día 5 de cada mes en solidaridad" con
Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio Guerrero, los tres
integrantes del grupo de Los Cinco que continúan en cautiverio.
"La
asistencia y amplio interés en la reciente jornada en Washington (del 4
al 11 de junio) es un buen indicador de la creciente inquietud
internacional que existe" sobre el caso, expresó Maguire.
Según
la carta, que divulgó el Comité Internacional por la Libertad de los
Cinco, existen motivos reales de preocupación sobre las condenas y
sentencias impuestas a Hernández, Labañino y Guerrero, así como a
Fernando González y René González, quienes abandonaron la prisión tras
cumplir la totalidad de sus condenas.
Maguire
(Belfast, 27 de enero de 1944) cuestionó, en particular, los cargos
contra Gerardo Hernández, sentenciado a dos cadenas perpetuas más 15
años, y subrayó que para ella "existen muchas preguntas y dudas
razonables en ese sentido".
Los
Cinco, como se les conoce en las campañas mundiales por su liberación,
fueron arrestados el 12 de septiembre de 1998 en Miami mientras daban
seguimiento a organizaciones violentas de origen cubano dedicadas a
planificar desde territorio de Estados Unidos acciones terroristas
contra el país caribeño.
Mairead
Maguire, cofundadora del movimiento Gente por la Paz, recibió el Nobel
de la Paz en 1976 compartido con Betty Williams por su lucha en defensa
de una solución no violenta al conflicto de Irlanda del Norte.
Como
ella, una decena de Premios Nobel le han solicitado a Obama, quien
también ostenta la alta distinción desde 2009, actuar en consecuencia,
porque "justicia demorada es justicia denegada y ha habido suficiente
denegación y retraso hasta la fecha", concluyó.
A continuación, el texto íntegro de la carta:
Señor Presidente:
Le
escribo nuevamente, en el contexto de las acciones en todo el mundo que
se llevan a cabo el día 5 de cada mes en solidaridad con los tres
miembros de los cinco Cubanos que permanecen encarcelados en los Estados Unidos.
La
asistencia y amplio interés en la reciente Jornada en Washington es un
buen indicador de la creciente inquietud internacional que existe en
todas las esferas de las sociedades formadas sobre una amplia gama de
principios.
He
observado algunos progresos muy positivos desde la última vez que le
escribí y creo firmemente que la constante y progresiva normalización de
las relaciones EE.UU.-Cuba será beneficiosa para ambas naciones y más
allá.
Es
la única manera en que puede crearse un espacio a fin de resolver los
problemas humanitarios que surgen en relación a los tres hombres antes
mencionados y por supuesto, Alan Gross, quien recientemente sufrió la
pérdida de su madre anciana y está, a todas luces muy deprimido y
abatido mientras espera una solución a su caso.
Sumo
mi voz a la de muchos que le piden a Ud. hacer todo lo que esté a su
alcance para poner fin a los sufrimientos ocasionados por esta
situación.
Existen
motivos reales de preocupación sobre las condenas y sentencias
impuestas en el caso de los Cinco y en particular porque es muy seria la
cuestión del cargo de conspiración para cometer asesinato impuesto
contra Gerardo Hernández Nordelo. Existen muchas preguntas y dudas razonables en ese sentido.
Sé
que está plenamente informado sobre todas las cuestiones relacionadas
con los Cinco y Alan Gross y sinceramente confiamos en su intención de
actuar en consecuencia. Solicito respetuosamente que lo haga más
temprano que tarde.
Justicia demorada es justicia denegada y ha habido suficiente denegación y retraso hasta la fecha.
Muchas gracias por su tiempo y la atención dispensada. Le deseo toda clase de bendiciones y éxitos en su trabajo.
Dicen que Gerardo “está en todas”. Desde Victorville,
California, allá en la prisión estadounidense de máxima seguridad, no
se le escapa una. Y lo mismo está al habla con Francis del Río, que con
los muchachos de la delegación al Festival Mundial de la Juventud, que
mandando bates a los peloteros cubanos, o escribiendo una carta para
cualquier niño del país.
Y así, con esa manía de estar pendiente porque Cuba toda es su vida,
justo el 4 de junio, día en que llegaba al cumpleaños 49, tan preso
como hace 16 años, le regaló a La Colmenita una guitarra eléctrica.
Porque aun cuando la prisión ha pretendido robarle todo, incluso el
cariño de los cumpleaños, la algarabía de los regalos, el asombro de las
sorpresas; su aniversario es tiempo bueno para hacerle saber a los
demás, a los suyos, que está bien y que no se le agotan los ánimos.
“¿Se imaginan, un regalo para nosotros precisamente por su
cumpleaños?” pregunta aún sorprendido Carlos Alberto Cremata, el Tin de
La Colmenita. “Estábamos en la sede del Instituto Cubano de Amistad con
los Pueblos (ICAP), en medio de la fiesta que le habían armado al ‘Gera’
y a Ramón, con cake, velas, canciones… y hasta René había estado
tocando la tumbadora”. De repente, sigue narrando Tin, llegó casi
corriendo un compañero del Ministerio de Relaciones Exteriores diciendo
que Gerardo estaba llamando insistentemente para saber si su regalo
había llegado a tiempo. Y allí estaba, dentro de una maleta negra, la
guitarra mágica del “Gera”.
Con ella venía la carta que lo explicaba todo. Estaba firmada por
Bill Ryan y su esposa Nora, los mismos seres que tantos puentes han
tendido entre el Héroe y Cuba. “El cuerpo de la guitarra está hecho de
nogal negro, la misma madera que Gerardo y yo usamos para hacer nuestros
primeros símbolos en madera de ‘los Cinco’. Además la historia de la
madera de la guitarra está muy relacionada con Gerardo. El árbol
original estaba en la granja de la familia de Nora, mi esposa. Su papá
taló, ese árbol, en junio de 1965, el año en que nació Gerardo”.
Y continúa la carta para La Colmenita: “Después de aserrar la
madera, el padre de Nora la guardó en su granero. Allí estuvo hasta
agosto de 1998, cuando la madre de Nora me llamó para preguntar si me la
llevaría. Como sabes, eso fue, exactamente, un mes antes del arresto de
los Cinco. Gerardo y yo acordamos que la madera está unida a él de
cierta forma… y creemos incluso, que pueda jugar algún papel en su
regreso a casa”.
Ahora la guitarra tiene un nuevo hogar. “Será como un símbolo que
estará junto a nosotros en todas las funciones. Lo importante no solo
será que la gente espere a La Colmenita en escena, sino también a la
guitarra de Gerardo, que nos acompañará siempre. Adonde vaya La
Colmenita irán los Cinco con ella. Será una buena manera para que la
gente se interese por el tema, para que hablemos sobre ellos con los que
nos pregunten por esa guitarra sui géneris. Y quien sabe si cuando
Gerardo vuelva pueda tocarla con nosotros en la escena”.
Mientras ese tiempo llega, cuatro niñas se preparan para tocar el
instrumento especial y montan la primera canción. Es Cuba va, el
esperanzador tema de Silvio, Pablo y Noel. De alguna manera pareciera
que el “Gera” los acompaña, les tararea, les asegura: “puede que algún
machete se enrede en la maleza, puede que algunas noches las estrellas
no quieran salir. Puede que con los brazos haya que abrir la selva, pero
a pesar de los pesares, como sea, Cuba va”.
Entonces a uno no le queda más opción que, como al final de
Abracadabra, aquella obra que desmitificó a los Cinco y nos los
devolvió como héroes de a pie, volvernos a preguntar una y otra vez
porque cada minuto cuenta: “¿Y ahora, qué otra cosa podemos hacer?” Por
lo pronto, cada vez que esa guitarra mueva sus cuerdas, ellos estarán
más cerca de casa.
Pretoria,
7 jun (PL) El antiterrorista cubano Gerardo Hernández Nordelo,
injustamente encarcelado en Estados Unidos, envió un mensaje de
fraternidad y agradecimiento a la Misión Estatal Cubana en Sudáfrica y a
todos los compatriotas suyos en esta nación austral.
La
misiva se dio a conocer este sábado durante un encuentro entre el
embajador Carlos Fernández, miembros de la legación diplomática y
consular, e integrantes de las diferentes brigadas de cooperantes de
salud pública, construcción y del sector pedagógico en este país.
"A lo largo de estos años hemos recibido numerosas cartas desde nuestra
Embajada en Sudáfrica y aunque respondimos muchas, no lo hemos podido
hacer con todas", señaló Gerardo, quien en diciembre de 2001 fue
condenado por un tribunal de Miami a dos cadenas perpetuas más 15 años
de prisión.
"Las últimas me llegaron en medio de un proceso de mudada hacia otra
unidad (...) por eso quiero aprovechar para hacer llegar un saludo y la
gratitud de Los Cinco a todos nuestros hermanos en esa nación que con su
apoyo y solidaridad continúan alentándonos en la lucha por la
justicia", remarcó el patriota cubano.
Hernández Nordelo, Héroe de la República de Cuba y quien esta semana
cumplió 48 años, forma parte del grupo internacionalmente conocido como
Los Cinco Héroes Cubanos, integrado además por Antonio Guerrero
Rodríguez, Ramón Labañino Salazar, Fernando González Llort y René
González Sehwerert.
Los Cinco fueron arrestados el 12 de septiembre de 1998 mientras, a
riesgo de sus propias vidas, intentaban frenar planes terroristas contra
su país de grupos extremistas de origen cubano asentados con total
impunidad en territorio estadounidense.
En un juicio amañado en Miami, Florida, los jóvenes patriotas cubanos
fueron sentenciados a largas y arbitrarias penas de encarcelamientos que
incluyeron cadenas perpetuas y veredictos de 19 y 15 años.
Personalidades internacionales, asociaciones civiles y delegados
gubernamentales han respaldado a Los Cinco y recuerdan que solo
controlaban la actividad de bandas radicales anticubanas tratando de
anticiparse a sus acciones y reuniendo pruebas sobre posibles ataques
contra la Isla antillana.
De Los Cinco Héroes, ya regresaron a la nación caribeña Fernando
González y René González, tras cumplir íntegramente sus injustas
condenas.
En la reunión de esta jornada, el jefe de la Misión Médica Cubana en
Sudáfrica, Alex Carreras, recordó que los profesionales cubanos se
hallan prestando eficientes y elogiados por las autoridades locales
servicios de salud pública en ocho de las nueve provincias sudafricanas,
varios de ellos desde hace más de 15 años.
Tenemos actualmente a 210 colaboradores de la salud en este país
destacados en casi un centenar de ubicaciones diferentes y el criterio
de las autoridades nacionales es positivo, motivo por el cual a inicios
de este año se incorporó un nuevo contingente de 88 colaboradores,
recordó Carreras.
Por su lado, el ingeniero Raúl Fortún, coordinador nacional de
programas de cooperación del grupo cubano Uneca, destacó las excelentes
cualidades del colectivo de trabajadores cubanos -37 especialistas- en
este país y la alta estima que tienen las autoridades sudafricanas por
la labor acometida en el sector constructivo.
Con anterioridad, la Asociación de Cubanos Residentes en Sudáfrica
(Acrsa) llamó a todos los hombres y mujeres del mundo a unirse a la
campaña de solidaridad con los antiterroristas cubanos encarcelados
injustamente en Estados Unidos.
Esta campaña es un símbolo de la lucha internacional por un futuro de
paz, justicia social y contra las fuerzas imperialistas, indicó la
organización al proclamar "ni un minuto más de prisión para los héroes
de Cuba."
En
el marco de la Tercera Jornada Cinco Días por los Cinco Cubanos que
tiene lugar en Washington D.C, la Acrsa se une a prestigiosas voces y
destacadas figuras como Dolores Huerta, Ignacio Ramonet, Gayle
McLaughlin, Fernando Morais, y Danny Glover, por la inmediata liberación
de los héroes cubanos encarcelados, subraya el texto.
"Cada minuto más que Ramón, Antonio y Gerardo permanezcan en cárceles
de Estados Unidos, representa un minuto más de violación a sus derechos
humanos por parte del gobierno de Washington", enfatiza el mensaje.
La Acrsa recalca que el caso de los Cinco cubanos es una prueba de la
ausencia de voluntad de Estados Unidos por la normalización de
relaciones con el pueblo y el Gobierno de Cuba, y de negar el derecho de
los pueblos a defender su soberanía.
Dada la irregularidad con que me he visto obligada a trabajar, retomo este artículo, para publicarlo de forma íntegra:
La inocencia de Gerardo (I)
Por Ricardo Alarcón de Quesada
La
reunión en Londres de la Comisión Investigadora del caso de los Cinco
examinó a fondo la situación específica de Gerardo Hernández Nordelo y
la acusación infame (el Cargo 3 “conspiración para cometer asesinato”)
presentada sólo contra él y que fundamenta su condena a morir dos veces
en prisión. Se le atribuye, calumniosamente, haber participado en el
derribo el 24 de febrero de 1996 de dos aeronaves del grupo terrorista
autotitulado “Hermanos al Rescate”.
Desde
el punto de vista legal para que un Tribunal de Estados Unidos pudiera
actuar, el hecho en cuestión tenía que haber sucedido en el espacio
aéreo internacional, fuera de la jurisdicción cubana. Caso contrario
ninguna Corte norteamericana habría podido abordarlo.
Por
eso en el juicio de Miami se discutió bastante la cuestión de la
ubicación exacta del incidente, repitiendo lo que antes pasó en el
Consejo de Seguridad de la ONU y en la Organización de la Aviación Civil
Internacional (OACI). En esas discusiones surgieron siempre las
contradicciones entre los radares cubanos y los de Estados Unidos. Sobre
los datos norteamericanos, por cierto, habría mucho que escribir, por
ejemplo, la demora en entregarlos, varios meses, que obligó a dilatar el
trabajo de la OACI y la sospechosa destrucción de algunos registros,
todo lo cual consta en el informe de la OACI.
Para
tratar de resolver la discrepancia en lo que mostraban los radares, la
OACI pidió a Estados Unidos que entregase las imágenes tomadas por sus
satélites espaciales, petición que fue rechazada en 1996. Tampoco
Washington permitió que las viera el Tribunal de Miami y lleva mucho
tiempo oponiéndose a las repetidas solicitudes del Centro para el
Derecho Constitucional y los Derechos Humanos de California y litiga
ante las Cortes de ese Estado en su afán de mantener ocultas las
imágenes. Pronto se cumplirán veinte años de obstinada censura.
Sólo
Estados Unidos ha podido examinar lo que filmaron sus satélites, pero
no permite que lo haga nadie más. Ni el Consejo de Seguridad de la ONU,
ni la OACI, ni los tribunales norteamericanos. ¿Por qué?
Sólo
puede haber una respuesta. Washington sabe que el incidente ocurrió
dentro del mar territorial cubano, muy cerca del litoral habanero y en
consecuencia, jurídicamente, nunca tuvo jurisdicción alguna sobre él.
Porque las imágenes satelitales son prueba irrefutable de la mentira
yanqui nadie más que las autoridades estadounidenses podrá verlas nunca.
Pero
no se trata de que las imágenes exculpen a Gerardo. No eran necesarias
porque para condenarlo la Fiscalía tenía que demostrar que él,
personalmente, había participado en el incidente, algo totalmente
absurdo, imposible de sostener, independientemente del lugar donde
hubiera ocurrido el derribo de las aeronaves invasoras. El problema era y
es para Washington.
Porque
las imágenes prueban que Estados Unidos, sus autoridades y sus
tribunales no tenían derecho alguno para juzgar un acontecimiento
ocurrido más allá de su jurisdicción territorial. Debe destacarse que,
según los radares norteamericanos, los aviones volaban, siempre juntos,
rumbo sur y uno de ellos, al menos, conforme a su propia versión, había
penetrado el territorio cubano. Incluso, si se aceptase la teoría
estadounidense sobre la ubicación de los aviones, estos se hallaban en
las inmediaciones de la capital cubana, muy cerca de su parte central y
más poblada y en pocos minutos la habrían sobrevolado y hubieran podido
atravesar la isla hasta la costa meridional.
No
fue algo acontecido en la cercanía del espacio norteamericano, sino
mucho más abajo del paralelo 24 que marca la separación entre las zonas
de supervisión aérea de ambos países. Fue ahí, dentro del área bajo
control cubano, que transcurrió buena parte del vuelo, siempre rumbo
sur, hacia La Habana y desoyendo las indicaciones y advertencias
emitidas por el centro de control de tráfico aéreo de nuestro país.
Pero,
en todo caso, Gerardo no tuvo absolutamente nada que ver con el hecho,
en cualquier lugar en que este ocurriese. Y eso lo sabían perfectamente
las autoridades norteamericanas.
Según
el Acta Acusatoria de septiembre de 1998, el FBI había identificado a
Gerardo, conocía la misión que desempeñaba y revisaba sus comunicaciones
con Cuba desde 1994, más de dos años antes de aquel suceso que agravó
sensiblemente la situación entre ambos países. Las turbas de la mafia
batistiano-terrorista llamaban entonces a la guerra en las calles de
Miami, mientras, según escribió el Presidente Clinton en sus Memorias,
en la Casa Blanca discutían un posible bombardeo a Cuba y él optó por
promulgar la Ley Helms-Burton acompañada de amenazas belicosas. ¿Puede
alguien imaginar que no habrían hecho nada contra Gerardo si él hubiese
sido culpable? Nada hicieron, precisamente, porque les constaba su
inocencia.
Por
eso tampoco lo inculparon cuando fue detenido, junto a sus compañeros
en septiembre de 1998. En la acusación inicial no se dice una palabra
sobre lo ocurrido el 24 de febrero del 96, ni se habla de derribo de
aeronaves o algo parecido. No lo hicieron porque el FBI, que poseía y
había leído los mensajes entre Gerardo y La Habana, sabía que era
inocente.
El
Cargo 3 (“conspiración para cometer asesinato”) fue formulado, sólo
contra Gerardo, más de siete meses después del arresto de los Cinco
cuando ellos permanecían en confinamiento solitario –el infame “Hueco”-
aislados del mundo, imposibilitados de defenderse. Para hacerlo la
Fiscalía presentó una Segunda Acta Acusatoria que, y así lo registró la
prensa de Miami, fue elaborada en reuniones que abiertamente celebraron
el FBI, la Fiscalía y jefes de grupos terroristas.
Era
una acusación arbitraria, fabricada de pies a cabeza, con el único
propósito de complacer a los criminales, inflamar el odio contra Gerardo
y sus compañeros y garantizar de antemano las peores, ilegales y más
irracionales condenas. El Cargo 3 fue el centro de la desaforada y
vulgar campaña mediática promovida y financiada por el Gobierno Federal,
con su presupuesto, que cayó como un tsunami de mentiras, sobre una
comunidad inerme y paralizada por el terror –cinco artículos por día en
los periódicos impresos, incesantes comentarios, día y noche, en la
radio y la televisión locales –conformando lo que justamente el panel de
jueces de la Corte de Apelaciones, en 2005, calificó como una “tormenta
perfecta” de odio, prejuicios y hostilidad.
Gran
parte del juicio giró alrededor del Cargo 3. Dentro y fuera de la sala
del tribunal, individuos vinculados a “Hermanos al Rescate” alborotaban y
hacían declaraciones estridentes que amplificaban los medios locales.
Ellos y los “periodistas” pagados por el Gobierno perseguían y asediaban
a los miembros del jurado quienes se quejaron a la jueza y ella, por su
parte, varias veces también se quejó al Gobierno, por supuesto, sin
resultado alguno.
En
la sala del Tribunal, pese a todo, el infundio de la Fiscalía fue
derrotado. Los acusadores, tan eficaces insuflando odio y prejuicios
contra él, no pudieron presentar una sola prueba para vincular a Gerardo
con los sucesos del 24 de febrero. Nada.
Tan
contundente y obvia fue la derrota que el Gobierno hizo algo totalmente
inusitado. Al final de las discusiones, cuando la jueza iba a dictar
las instrucciones para guiar al jurado a la hora de emitir su veredicto,
los fiscales se opusieron sorpresivamente al texto que, ajustado
palabra por palabra al Acta Acusatoria, ella había preparado.
Propusieron cambiarlo radicalmente. La Magistrada, con buenas razones,
no aceptó la petición alegando que habían empleado siete meses
discutiendo esa acusación fiscal y era ya demasiado tarde para
modificarla. Ese mismo día la Fiscalía se precipitó a hacer algo aun más
insólito: en una acción que reconoció “carecía de precedentes” recurrió
ante la Corte de Apelaciones con una “moción de emergencia” buscando
paralizar la decisión del tribunal inferior e incluso la posposición del
proceso.
En
el extraño documento la Fiscalía sostuvo que “a la luz de las
evidencias presentadas en el juicio las instrucciones presentadas por la
jueza constituyen un obstáculo insuperable para esta Fiscalía y pueden
conducir al fracaso de la acusación en este Cargo”.
Debe
subrayarse que, según un principio universal de Derecho, toda persona
es inocente salvo que se demuestre lo contrario y que es obligación del
acusador presentar las pruebas o evidencias necesarias para demostrar la
culpabilidad del acusado. La Fiscalía encaraba ciertamente “un
obstáculo insuperable” por la sencilla razón de que no podía mostrar
prueba alguna contra Gerardo, simplemente porque estas no existen, ni
pueden existir. Carecían de cualquier prueba contra él y peor aún,
sabían, pues poseían todos sus intercambios con La Habana desde hacía
varios años –incluso años antes del incidente de las avionetas-, que él
no había tenido relación alguna con ese hecho. En otras palabras, cuando
presentó su Segunda Acta Acusatoria la Fiscalía conocía cabalmente que
estaba acusando a un inocente y en consecuencia, prevaricaba
imperdonable y groseramente.
El
Cargo 3 fue una grave violación a la Constitución y las leyes y también
a la obligación legal y hasta profesional de los fiscales. Actuaron,
mano a mano con el FBI de Miami, como agentes y cómplices de una mafia
terrorista que ellos debían combatir y en realidad la sirvieron con
docilidad escandalosa.
La
Corte de Apelaciones tampoco aceptó la tardía solicitud fiscal y a
partir de ahí se produjeron acontecimientos que serían sorprendentes si
no se tratase de un caso que, de principio a fin, ha sido y es un
escarnio mayúsculo a la justicia.
Rápidamente,
sin expresar duda alguna, sin hacer preguntas, en unas pocas horas, el
Jurado declaró culpables a los Cinco de todos y cada uno de los Cargos
formulados contra ellos, incluyendo el Cargo 3, sin importarle a nadie
que respecto al mismo la Fiscalía había admitido su fracaso y se había
empeñado por retirarlo.
Al
concluir el juicio, en la primera semana de junio de 2001, la jueza
anunció que dictaría las sentencias a mediados de septiembre. El
abominable acto terrorista del día 11 de ese mismo mes y año al parecer
la hizo cambiar de opinión. Ni ella ni el Gobierno se sentirían cómodos
penalizando brutalmente a unos héroes antiterroristas mientras W. Bush
se lanzaba, gozoso y con gran fanfarria, a hacerle la “guerra al
terrorismo” a todo lo largo y ancho del planeta. Esperaron tres meses
más.
Finalmente, el 14 de diciembre de 2001, Gerardo fue sentenciado a dos cadenas perpetuas más 15 años.
Todos, en la sala del Tribunal, sabían que castigaban a un inocente.
La inocencia de Gerardo (II): La verdadera conspiración
El
Cargo 3 (conspiración para cometer asesinato) no era parte de la
acusación inicial contra los Cinco. Fue agregado, sólo contra Gerardo
Hernández Nordelo, más de siete meses después, cuando él y sus
compañeros permanecían en prisión, en confinamiento solitario y no
podían defenderse.
Durante
ese tiempo la prensa local de Miami dio cuenta de reuniones entre el
FBI, los fiscales y jefes de bandas terroristas en las que prepararon y
anunciaron esa calumnia antes de presentarla formalmente a la Corte.
El
Cargo 3 se basaba en dos premisas absolutamente falsas. La primera era
un supuesto plan del gobierno de Cuba para derribar, en aguas
internacionales, unas aeronaves norteamericanas. La segunda, que Gerardo
Hernández Nordelo era parte de ese plan.
Detengámonos
ahora en el primer punto. Tal acción, disparar contra aviones de
matrícula estadounidense en la alta mar (lo que la ley norteamericana
describe como la “jurisdicción especial de Estados Unidos”) hubiera sido
un acto de guerra. Alegar que las autoridades cubanas planeasen
realizarlo es lo mismo que afirmar que ellas decidieron, en febrero de
1996, agredir a su poderoso vecino y desencadenar un conflicto bélico de
proporciones incontrolables. Su resultado, cualquiera lo comprende,
habría sido la destrucción física de la isla y el fin del proceso
revolucionario.
¿Había
acaso antecedentes para semejante conducta? En la larga disputa de más
de medio siglo entre ambos países no hay precedente alguno de nada
parecido. En su colosal campaña de propaganda hostil Washington jamás ha
achacado a Cuba intentar atacar militarmente a Estados Unidos.
Ni
una sola vez alguien procedente de la isla o armado por Cuba ha
desembarcado allá con ánimo belicoso. Jamás se ha producido alguna
incursión cubana a las costas norteamericanas ni contra la zona usurpada
a la isla en la Bahía de Guantánamo. Nunca, aviones o embarcaciones
nuestros penetraron ilegalmente el espacio aéreo o marítimo de Estados
Unidos, ni siquiera en persecución de los que, procedentes del norte,
han agredido a Cuba en numerosas ocasiones causando muertes y
destrucción.
De
hechos de ese tipo Cuba ha sido siempre la víctima y Estados Unidos el
victimario o, al menos, cómplice. La historia de la diplomacia
revolucionaria está repleta de protestas cubanas, en incontables notas
oficiales entregadas al Departamento de Estado y en discursos y
declaraciones en la ONU, la OEA y otros foros internacionales,
divulgados por los medios de prensa. Nuestros archivos rebosan de tales
denuncias y también guardan las respuestas, algunas constructivas, de
Washington, incluyendo, por cierto, las relacionadas con las
provocaciones de los llamados Hermanos al Rescate durante el año 1995 y
las primeras semanas de 1996.
Nunca hubo quejas estadounidenses porque a nadie se le ocurrió en ningún momento atacar a ese país.
¿Por
qué hacerlo en febrero de 1996? ¿Cómo explicar que entonces,
precisamente, fuéramos a provocar un enfrentamiento militar directo con
Estados Unidos, algo que a lo largo de los tiempos habíamos logrado
evitar?
En
aquel momento Cuba atravesaba su peor crisis, vivía la más profunda
depresión económica, su PIB había caído de un golpe en más de un tercio
con la abrupta desaparición de la URSS y sus socios del CAME. No tenía
aliados en una América Latina toda ella administrada por gobiernos
neoliberales y dóciles a los dictados de Washington. Cuba no habría
tenido nada que ganar y lo habría perdido todo. Emprender una acción de
ese tipo habría sido más que un suicidio, una estupidez. Y hasta los
peores enemigos de la Revolución cubana reconocen que su política
internacional se ha caracterizado por lo contrario, por la sabiduría y
la coherencia.
Afirmar que Cuba quería provocar la guerra con Estados Unidos era un insulto a la inteligencia humana.
El
sábado 24 de febrero además, no era en La Habana, exactamente, un día
de aprestos bélicos. Soleada, fresca, la jornada de aquel tibio invierno
habanero parecía bien distante de cualquier idea de pelea y mucho menos
de conflicto armado. Por ningún lado se veían desplazamientos de tropas
ni equipos militares. No había movilización o preparación militar
alguna.
Había,
eso sí, un gran gentío en las calles. Sobre todo hacia el norte y el
centro de la ciudad. Muchos se agolpaban en el Malecón, presenciando una
competencia náutica internacional a lo largo del litoral. Otros se
ocupaban en los preparativos de lo que sería más tarde el último paseo
del Carnaval. Muchos, en fin, iban hacia el Stadium de beisbol para
asistir a un juego decisivo entre el equipo insignia de la Capital y su
principal rival.
En
la Universidad se había celebrado el Aniversario 40 de la fundación del
Directorio Revolucionario y los participantes, combatientes de antaño y
jóvenes estudiantes, compartían el almuerzo en el Malecón desde donde
veían el despliegue de personas, alegres y despreocupadas.
Nadie, en aquella multitud, imaginaba que hacia ellos avanzaba la tragedia.
Sólo
lo sabían en Washington. De ello hay constancia escrita en documentos
oficiales norteamericanos alertando a sus centros de vigilancia de
radares, varios días antes, que el 24 de febrero habría un incidente.
Como consta que el Departamento de Estado llamó al Aeropuerto de Miami
para confirmar la salida de los aviones, y que registraron su
trayectoria, desde que despegaron y atravesaron la jurisdicción
norteamericana y nada hicieron para detenerlos pese a que lo hacían
violando todo el tiempo su plan de vuelo. Todo fue reconocido en el
informe que Estados Unidos entregó a la Organización de Aviación Civil
Internacional e 1996 y en otros textos oficiales.
Desde
el año anterior, además, los dos gobiernos intercambiaban notas
diplomáticas y mantenían contactos reservados acerca de las peligrosas
incursiones de Hermanos al Rescate y sobre el proceso que Washington
había iniciado contra el Jefe de ese grupo por sus violaciones
anteriores, que eran suficientes para no autorizarlo a volar ese día.
(Esa medida elemental la tomó finalmente Washington, pero sólo después
de la desgracia).
Quien
nada sabía de lo que pasaba era Gerardo Hernández Nordelo. Él tampoco
podía hacer algo para evitar que los aviones volasen ni que entrasen en
el espacio cubano, ni para desviar o interrumpir su vuelo. No era él,
sino Washington quien podía impedir la tragedia, a lo cual se había
comprometido, formalmente, al más alto nivel.
Gerardo
no conspiró para matar a nadie. Fueron otros, en Washington, los
verdaderos culpables. Ellos y el organizador de la provocación, andan
sueltos, libres. Pero Gerardo fue condenado a morir en prisión.
Allá,
en Victorville, otros presos se refieren a él como “Cuba”. Tienen
razón. Gerardo es Cuba. A él lo castigan con aberrante saña porque
encarna a un pueblo que quisieran aniquilar.
Simpáticos destellos del hombre mozo, del muchachón de noches enteras
bailando, del inquieto aprendiz de mil oficios, del madrugador de
domingos, del Héroe que, aunque lejos, encuentra a Cuba y sus amores de
siempre más allá de una celda. Desde la prisión de Victorville,
California, Estados Unidos, Gerardo Hernández Nordelo se comunicó con el
sitio web Soy Cuba para adentrarnos, con alma testimonial, en sus años
de juventud
«Nací
en 1965, y cuando se fueron los 70 era casi un niño todavía. Arroyo
Naranjo fue “mi mundo” hasta que estuve bastante crecidito.
«Recuerdo que todos los sábados había fiestas en casa de alguien. Creo
que hoy les llaman descargas. Durante la semana, ya todos los muchachos
andábamos averiguando: “¿Dónde hay fiesta el sábado?”, y nos pasábamos
la información: “en calle 1ra del Rosario”, "en Penichet, en el Capri".
Y el sábado por la noche el grupo de amigos arrancaba para allá. Donde
se escuchara la música, ahí era; y entrábamos muchas veces sin siquiera
saber quién vivía allí. Si te ponías de suerte, se te pegaba un vasito
de "ponche" preparado con alcohol y frutas, pero muchas de aquellas
fiestas eran secas, porque si había bebida, era para los conocidos.
«Unos
se pasaban la noche bailando y otros haciendo bulto, pero casi siempre
tratando de "cuadrar" con alguna muchachita. Los más afortunados
lograban una cita para ir el siguiente día a la playa, al cine, a
Coppelia... Aunque casi todos mis domingos comenzaban con un: "Gera, te
llama tu papá". Porque el viejo, que no podía estar sin hacer nada,
madrugaba los fines de semana y bien temprano ya estaba chapeando el
jardín, guataqueando el patio, pintando, lijando, mecaniqueando... Yo
creo que cuando no había nada roto, él lo rompía, para tener algo que
arreglar.
«Yo me la pasaba protestando, porque muchas veces los sábados me
acostaba tarde por las fiestas, y ya a las siete de la mañana del
domingo mi papá me estaba mandando a levantar. Pero después, de adulto,
me di cuenta de que él lo hacía con toda intención, y se lo agradezco,
porque, aunque no salí tan diestro como él para las labores manuales, sé
manejar las herramientas básicas para hacer trabajos de mantenimiento,
chapeo, mecaniqueo, mezclo concreto y soy "chofer A" de carretillas,
todo gracias a aquellas jornadas dominicales de trabajo (in)voluntario».
¡Vaya, tu cervecita aquí!
«El cine siempre me gustaba mucho, a veces iba hasta solo. Salía de
uno, y entraba en otro, y veía varias películas en el día. En aquellos
tiempos había muchísimos cines que, lamentablemente, ya desaparecieron, o
están cerrados, o tienen otros usos.
«El problema mío era que casi siempre estaba "pasma'o" con el dinero.
Cuando mis hermanas eran ya trabajadoras, de vez en cuando me dejaban
caer algo, pero mi mamá era ama de casa, y el estipendio venía de mi
papá, que en eso nunca fue demasiado generoso, porque decía que uno
tenía que sudar para saber lo que cuesta cada cosa en la vida.
«Recuerdo que una vez, cuando ya tenía edad para aprender a manejar, el
viejo me dio un dinero para que pasara la escuela y sacara la licencia y
me lo gasté en otra cosa. Eso me costó que por años él se negara a
enseñarme, y vine a aprender bastante tarde.
«Otra vez, en unas vacaciones, ya en los años 80, cogí una contrata
para trabajar en los carnavales y ganar unos pesos. Aquella experiencia
como gastronómico fue tremenda. Andaba con dos latas llenas de hielo
vendiendo cerveza en las tribunas en pleno malecón. “¡Vaya, tu cervecita
aquí!" Pero con lo que me pagaron, más las propinas que me dejaban
todas las noches, recuerdo que me compré un reloj Vostok, y un pitusa
porque el único que tenía, que me lo había hecho mi mamá, había caminado
más kilómetros que un “almendrón”»
¡Tremenda pena pasé ese día!
«A
los 21 años ya yo era novio de Adriana y mi suegro, que trabajaba en un
"Pío-Pío", con frecuencia hacía alguna “donación” para que pudiéramos
salir a algún lugar. Aun así, la primera vez que invité a Adriana a un
restaurante fue al Castillo de Jagua, en 23, y a la hora de pagar no me
alcanzaba el dinero. Tuve que ir a buscar a casa de los suegros y
regresar a pagar lo que faltaba. ¡Tremenda pena pasé ese día!
«En general, aquellas fiestecitas de los sábados, el cine y la playa,
eran mis actividades favoritas. También con compañeros de las escuelas,
donde estuve organizábamos a veces fiestas y otras salidas. Las etapas
de escuela al Campo las disfrutaba también y no me perdí una.
«Pero ahora que han pasado los años, cuando miro hacia atrás me doy
cuenta de que hay vivencias de esa etapa que en su momento no pensé que
fueran tan importantes, no las valoraba. Uno no se percataba de que
estaba viviendo ciertos momentos históricos. Ir a las manifestaciones en
la Plaza de la Revolución con mi CDR y escuchar un discurso de Fidel,
por ejemplo; desfilar cada 1ro de Mayo con Arroyo Naranjo... Cuando la
despedida de duelo a las víctimas del crimen de Barbados yo tenía 11
años. Viví ese fervor revolucionario rodeado de tanta gente de todas las
edades… Fueron eventos que hoy me doy cuenta de cuánto influyeron en mi
formación.
«Lo otro es que uno se percata ahora de cuán sana era aquella juventud,
y cuán dichosos fuimos, a pesar de las carencias. Aquí converso con
muchos jóvenes, y otros que son contemporáneos conmigo, que me cuentan
que, desde que tienen uso de razón, en sus hogares se usaban drogas, o
en la escuela probaron las drogas, o lo hicieron con sus amiguitos del
barrio. Muchos de ellos me explican que sus abuelos fueron pandilleros,
sus padres fueron pandilleros, y ellos no conocieron otra cosa.
Asistieron a escuelas que tenían detectores de metales en las entradas, y
desde chiquitos solo tuvieron dos opciones: o ser pandilleros, o ser
abusados por las pandillas. Casi todos tienen amigos y familiares que
han muerto víctimas de la violencia.
«Y
cuando les digo que nunca he visto la marihuana, y mucho menos otras
drogas, se ríen, y no me creen. Por eso digo que nosotros fuimos
dichosos, porque a lo largo de estos años he podido ver de cerca el daño
que hacen las drogas: violencia, personas destruidas, familias
desintegradas porque sus seres queridos cumplen largas condenas; otros
seres que, por culpa del vicio, ya no son tan queridos, y sus familiares
han preferido olvidarlos; unos que mueren, otros que están muertos en
vida.
«Mientras
más casos conozco, más me doy cuenta de lo dichosos que fuimos
nosotros, de lo dichosos que son nuestros jóvenes aún hoy; y más me
convenzo de que ese ambiente sano, esa tranquilidad y seguridad de la
que gozamos en Cuba, es algo que tenemos que luchar por mantener, cueste
lo que cueste».
- See more at: http://www.soycuba.cu/noticia/gerardo-las-fiestas-del-sabado-y-lo-que-nunca-vio#sthash.lFoEjG46.jmFOGuil.dpuf
Gerardo, las fiestas del sábado y lo que nunca vio
04/04/2014 6:00 am 6 comentarios
Simpáticos
destellos del hombre mozo, del muchachón de noches enteras bailando,
del inquieto aprendiz de mil oficios, del madrugador de domingos, del
Héroe que, aunque lejos, encuentra a Cuba y sus amores de siempre más
allá de una celda. Desde la prisión de Victorville, California, Estados
Unidos, Gerardo Hernández Nordelo se comunicó con el sitio web Soy Cuba
para adentrarnos, con alma testimonial, en sus años de juventud
Rouslyn Navia Jordán
rouslyn@juventudrebelde.cu
-A +A
«Nací
en 1965, y cuando se fueron los 70 era casi un niño todavía. Arroyo
Naranjo fue “mi mundo” hasta que estuve bastante crecidito.
«Recuerdo
que todos los sábados había fiestas en casa de alguien. Creo que hoy
les llaman descargas. Durante la semana, ya todos los muchachos
andábamos averiguando: “¿Dónde hay fiesta el sábado?”, y nos pasábamos
la información: “en calle 1ra del Rosario”, "en Penichet, en el Capri".
Y el sábado por la noche el grupo de amigos arrancaba para allá. Donde
se escuchara la música, ahí era; y entrábamos muchas veces sin siquiera
saber quién vivía allí. Si te ponías de suerte, se te pegaba un vasito
de "ponche" preparado con alcohol y frutas, pero muchas de aquellas
fiestas eran secas, porque si había bebida, era para los conocidos.
«Unos
se pasaban la noche bailando y otros haciendo bulto, pero casi siempre
tratando de "cuadrar" con alguna muchachita. Los más afortunados
lograban una cita para ir el siguiente día a la playa, al cine, a
Coppelia... Aunque casi todos mis domingos comenzaban con un: "Gera, te
llama tu papá". Porque el viejo, que no podía estar sin hacer nada,
madrugaba los fines de semana y bien temprano ya estaba chapeando el
jardín, guataqueando el patio, pintando, lijando, mecaniqueando... Yo
creo que cuando no había nada roto, él lo rompía, para tener algo que
arreglar.
«Yo
me la pasaba protestando, porque muchas veces los sábados me acostaba
tarde por las fiestas, y ya a las siete de la mañana del domingo mi papá
me estaba mandando a levantar. Pero después, de adulto, me di cuenta de
que él lo hacía con toda intención, y se lo agradezco, porque, aunque
no salí tan diestro como él para las labores manuales, sé manejar las
herramientas básicas para hacer trabajos de mantenimiento, chapeo,
mecaniqueo, mezclo concreto y soy "chofer A" de carretillas, todo
gracias a aquellas jornadas dominicales de trabajo (in)voluntario».
¡Vaya, tu cervecita aquí!
«El
cine siempre me gustaba mucho, a veces iba hasta solo. Salía de uno, y
entraba en otro, y veía varias películas en el día. En aquellos tiempos
había muchísimos cines que, lamentablemente, ya desaparecieron, o están
cerrados, o tienen otros usos.
«El
problema mío era que casi siempre estaba "pasma'o" con el dinero.
Cuando mis hermanas eran ya trabajadoras, de vez en cuando me dejaban
caer algo, pero mi mamá era ama de casa, y el estipendio venía de mi
papá, que en eso nunca fue demasiado generoso, porque decía que uno
tenía que sudar para saber lo que cuesta cada cosa en la vida.
«Recuerdo
que una vez, cuando ya tenía edad para aprender a manejar, el viejo me
dio un dinero para que pasara la escuela y sacara la licencia y me lo
gasté en otra cosa. Eso me costó que por años él se negara a enseñarme, y
vine a aprender bastante tarde.
«Otra
vez, en unas vacaciones, ya en los años 80, cogí una contrata para
trabajar en los carnavales y ganar unos pesos. Aquella experiencia como
gastronómico fue tremenda. Andaba con dos latas llenas de hielo
vendiendo cerveza en las tribunas en pleno malecón. “¡Vaya, tu cervecita
aquí!" Pero con lo que me pagaron, más las propinas que me dejaban
todas las noches, recuerdo que me compré un reloj Vostok, y un pitusa
porque el único que tenía, que me lo había hecho mi mamá, había caminado
más kilómetros que un “almendrón”»
«A los 21 años ya yo era novio de Adriana». (Foto: Granma)
¡Tremenda pena pasé ese día!
«A
los 21 años ya yo era novio de Adriana y mi suegro, que trabajaba en un
"Pío-Pío", con frecuencia hacía alguna “donación” para que pudiéramos
salir a algún lugar. Aun así, la primera vez que invité a Adriana a un
restaurante fue al Castillo de Jagua, en 23, y a la hora de pagar no me
alcanzaba el dinero. Tuve que ir a buscar a casa de los suegros y
regresar a pagar lo que faltaba. ¡Tremenda pena pasé ese día!
«En
general, aquellas fiestecitas de los sábados, el cine y la playa, eran
mis actividades favoritas. También con compañeros de las escuelas, donde
estuve organizábamos a veces fiestas y otras salidas. Las etapas de
escuela al Campo las disfrutaba también y no me perdí una.
«Pero
ahora que han pasado los años, cuando miro hacia atrás me doy cuenta
de que hay vivencias de esa etapa que en su momento no pensé que fueran
tan importantes, no las valoraba. Uno no se percataba de que estaba
viviendo ciertos momentos históricos. Ir a las manifestaciones en la
Plaza de la Revolución con mi CDR y escuchar un discurso de Fidel, por
ejemplo; desfilar cada 1ro de Mayo con Arroyo Naranjo... Cuando la
despedida de duelo a las víctimas del crimen de Barbados yo tenía 11
años. Viví ese fervor revolucionario rodeado de tanta gente de todas las
edades… Fueron eventos que hoy me doy cuenta de cuánto influyeron en mi
formación.
«Lo
otro es que uno se percata ahora de cuán sana era aquella juventud, y
cuán dichosos fuimos, a pesar de las carencias. Aquí converso con muchos
jóvenes, y otros que son contemporáneos conmigo, que me cuentan que,
desde que tienen uso de razón, en sus hogares se usaban drogas, o en la
escuela probaron las drogas, o lo hicieron con sus amiguitos del barrio.
Muchos de ellos me explican que sus abuelos fueron pandilleros, sus
padres fueron pandilleros, y ellos no conocieron otra cosa. Asistieron a
escuelas que tenían detectores de metales en las entradas, y desde
chiquitos solo tuvieron dos opciones: o ser pandilleros, o ser abusados
por las pandillas. Casi todos tienen amigos y familiares que han muerto
víctimas de la violencia.
«Y
cuando les digo que nunca he visto la marihuana, y mucho menos otras
drogas, se ríen, y no me creen. Por eso digo que nosotros fuimos
dichosos, porque a lo largo de estos años he podido ver de cerca el daño
que hacen las drogas: violencia, personas destruidas, familias
desintegradas porque sus seres queridos cumplen largas condenas; otros
seres que, por culpa del vicio, ya no son tan queridos, y sus familiares
han preferido olvidarlos; unos que mueren, otros que están muertos en
vida.
«Mientras
más casos conozco, más me doy cuenta de lo dichosos que fuimos
nosotros, de lo dichosos que son nuestros jóvenes aún hoy; y más me
convenzo de que ese ambiente sano, esa tranquilidad y seguridad de la
que gozamos en Cuba, es algo que tenemos que luchar por mantener, cueste
lo que cueste».
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Gerardo, las fiestas del sábado y lo que nunca vio
04/04/2014 6:00 am 6 comentarios
Simpáticos destellos del hombre mozo, del
muchachón de noches enteras bailando, del inquieto aprendiz de mil
oficios, del madrugador de domingos, del Héroe que, aunque lejos,
encuentra a Cuba y sus amores de siempre más allá de una celda. Desde la
prisión de Victorville, California, Estados Unidos, Gerardo Hernández
Nordelo se comunicó con el sitio web Soy Cuba para adentrarnos, con alma
testimonial, en sus años de juventud
Rouslyn Navia Jordán
rouslyn@juventudrebelde.cu
-A +A
«Nací en 1965, y
cuando se fueron los 70 era casi un niño todavía. Arroyo Naranjo fue “mi
mundo” hasta que estuve bastante crecidito.
«Recuerdo que todos los sábados había fiestas en
casa de alguien. Creo que hoy les llaman descargas. Durante la semana,
ya todos los muchachos andábamos averiguando: “¿Dónde hay fiesta el
sábado?”, y nos pasábamos la información: “en calle 1ra del Rosario”,
"en Penichet, en el Capri". Y el sábado por la noche el grupo de amigos
arrancaba para allá. Donde se escuchara la música, ahí era; y
entrábamos muchas veces sin siquiera saber quién vivía allí. Si te
ponías de suerte, se te pegaba un vasito de "ponche" preparado con
alcohol y frutas, pero muchas de aquellas fiestas eran secas, porque si
había bebida, era para los conocidos.
«Unos se pasaban la noche bailando y otros
haciendo bulto, pero casi siempre tratando de "cuadrar" con alguna
muchachita. Los más afortunados lograban una cita para ir el siguiente
día a la playa, al cine, a Coppelia... Aunque casi todos mis domingos
comenzaban con un: "Gera, te llama tu papá". Porque el viejo, que no
podía estar sin hacer nada, madrugaba los fines de semana y bien
temprano ya estaba chapeando el jardín, guataqueando el patio, pintando,
lijando, mecaniqueando... Yo creo que cuando no había nada roto, él lo
rompía, para tener algo que arreglar.
«Yo me la pasaba protestando, porque muchas veces
los sábados me acostaba tarde por las fiestas, y ya a las siete de la
mañana del domingo mi papá me estaba mandando a levantar. Pero después,
de adulto, me di cuenta de que él lo hacía con toda intención, y se lo
agradezco, porque, aunque no salí tan diestro como él para las labores
manuales, sé manejar las herramientas básicas para hacer trabajos de
mantenimiento, chapeo, mecaniqueo, mezclo concreto y soy "chofer A" de
carretillas, todo gracias a aquellas jornadas dominicales de trabajo
(in)voluntario».
¡Vaya, tu cervecita aquí!
«El cine siempre me gustaba mucho, a veces iba
hasta solo. Salía de uno, y entraba en otro, y veía varias películas en
el día. En aquellos tiempos había muchísimos cines que, lamentablemente,
ya desaparecieron, o están cerrados, o tienen otros usos.
«El problema mío era que casi siempre estaba
"pasma'o" con el dinero. Cuando mis hermanas eran ya trabajadoras, de
vez en cuando me dejaban caer algo, pero mi mamá era ama de casa, y el
estipendio venía de mi papá, que en eso nunca fue demasiado generoso,
porque decía que uno tenía que sudar para saber lo que cuesta cada cosa
en la vida.
«Recuerdo que una vez, cuando ya tenía edad para
aprender a manejar, el viejo me dio un dinero para que pasara la escuela
y sacara la licencia y me lo gasté en otra cosa. Eso me costó que por
años él se negara a enseñarme, y vine a aprender bastante tarde.
«Otra vez, en unas vacaciones, ya en los años 80,
cogí una contrata para trabajar en los carnavales y ganar unos pesos.
Aquella experiencia como gastronómico fue tremenda. Andaba con dos latas
llenas de hielo vendiendo cerveza en las tribunas en pleno malecón.
“¡Vaya, tu cervecita aquí!" Pero con lo que me pagaron, más las propinas
que me dejaban todas las noches, recuerdo que me compré un reloj
Vostok, y un pitusa porque el único que tenía, que me lo había hecho mi
mamá, había caminado más kilómetros que un “almendrón”»
«A los 21 años ya yo era novio de Adriana». (Foto: Granma)
¡Tremenda pena pasé ese día!
«A los 21 años ya yo era novio de Adriana y mi
suegro, que trabajaba en un "Pío-Pío", con frecuencia hacía alguna
“donación” para que pudiéramos salir a algún lugar. Aun así, la primera
vez que invité a Adriana a un restaurante fue al Castillo de Jagua, en
23, y a la hora de pagar no me alcanzaba el dinero. Tuve que ir a buscar
a casa de los suegros y regresar a pagar lo que faltaba. ¡Tremenda pena
pasé ese día!
«En general, aquellas fiestecitas de los sábados,
el cine y la playa, eran mis actividades favoritas. También con
compañeros de las escuelas, donde estuve organizábamos a veces fiestas y
otras salidas. Las etapas de escuela al Campo las disfrutaba también y
no me perdí una.
«Pero ahora que han pasado los años, cuando miro
hacia atrás me doy cuenta de que hay vivencias de esa etapa que en su
momento no pensé que fueran tan importantes, no las valoraba. Uno no se
percataba de que estaba viviendo ciertos momentos históricos. Ir a las
manifestaciones en la Plaza de la Revolución con mi CDR y escuchar un
discurso de Fidel, por ejemplo; desfilar cada 1ro de Mayo con Arroyo
Naranjo... Cuando la despedida de duelo a las víctimas del crimen de
Barbados yo tenía 11 años. Viví ese fervor revolucionario rodeado de
tanta gente de todas las edades… Fueron eventos que hoy me doy cuenta de
cuánto influyeron en mi formación.
«Lo otro es que uno se percata ahora de cuán sana
era aquella juventud, y cuán dichosos fuimos, a pesar de las carencias.
Aquí converso con muchos jóvenes, y otros que son contemporáneos
conmigo, que me cuentan que, desde que tienen uso de razón, en sus
hogares se usaban drogas, o en la escuela probaron las drogas, o lo
hicieron con sus amiguitos del barrio. Muchos de ellos me explican que
sus abuelos fueron pandilleros, sus padres fueron pandilleros, y ellos
no conocieron otra cosa. Asistieron a escuelas que tenían detectores de
metales en las entradas, y desde chiquitos solo tuvieron dos opciones: o
ser pandilleros, o ser abusados por las pandillas. Casi todos tienen
amigos y familiares que han muerto víctimas de la violencia.
«Y cuando les digo que nunca he visto la
marihuana, y mucho menos otras drogas, se ríen, y no me creen. Por eso
digo que nosotros fuimos dichosos, porque a lo largo de estos años he
podido ver de cerca el daño que hacen las drogas: violencia, personas
destruidas, familias desintegradas porque sus seres queridos cumplen
largas condenas; otros seres que, por culpa del vicio, ya no son tan
queridos, y sus familiares han preferido olvidarlos; unos que mueren,
otros que están muertos en vida.
«Mientras más casos conozco, más me doy cuenta de
lo dichosos que fuimos nosotros, de lo dichosos que son nuestros jóvenes
aún hoy; y más me convenzo de que ese ambiente sano, esa tranquilidad y
seguridad de la que gozamos en Cuba, es algo que tenemos que luchar por
mantener, cueste lo que cueste».
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Que
Gerardo Hernández Nordelo es un «fuera de serie» ya se sabe. La
historia de los bates Cubacan aporta aún más argumentos, un proyecto con
su amigo Bill Ryan y en el que Adriana es esencial
Alexander
Malleta camina lento hasta el cajón de bateo. Cuando levanta el madero
ahí está la marca que indica que ese no es un bate cualquiera. A la
espera del lanzamiento del pitcher, es como si Gerardo Hernández Nordelo
no estuviera en Victorville, California. De algún modo, mientras el
slugger del equipo Industriales se dispone a conectar, pareciera que
Gerardo está más cerca de cumplir el sueño de sentarse en el estadio
Latinoamericano, al lado de Armandito el Tintorero. Aunque, si uno mira
bien, «el jugador de pelota más malo del mundo», pero el fanático más
ferviente, según su esposa, está al lado de la estatua. Expectante.
Cuando
Malleta da un jonrón o incluso cuando se poncha, Gerardo está menos
preso. Mientras otros peloteros del equipo Industriales juegan o
entrenan con los bates Cubacan, fabricados en su tiempo libre por el
amigo canadiense Bill Ryan, hay motivos extra para las sonrisas. Y se
multiplican cuando el equipo ganador de la Serie Nacional recibe su
bate-trofeo o llegan los de otros peloteros destacados.
Una obra de amor
Más
de 200 maderos con la marca y el logo creados por Gerardo han llegado a
Cuba desde que hace alrededor de cuatro años inició este proyecto junto
a Bill. Los bates, a fuerza del fanatismo de nuestro héroe por la
pelota y el amor por su equipo azul, se han convertido en otra de sus
obsesiones.
Entonces,
Bill le había preguntado a Gerardo: «¿Qué más puedo hacer?»; y a él,
aprovechando la calidad de la madera del bosque del amigo y su gesto
desinteresado, se le ocurrió proponerle hacer bates para Industriales,
su equipo. Otra vez Gerardo sorprende. En medio de su injusto encierro
en una prisión de máxima seguridad en Estados Unidos, logra que todo
fluya para que finalmente se concrete esta obra de amor.
Adriana,
puente esencial y obsesión primera de ese hombre bueno, recuerda esos
primeros tiempos en que hizo falta mucha entrega y paciencia para lograr
la fluidez que ya tiene la fabricación de los bates Cubacan. Gerardo,
en la prisión, y Bill, en Canadá, estudiaban e investigaban sobre
medidas, calidad y viabilidad del uso de la madera de arce, posibles
regulaciones sobre su empleo y otros mil detalles. Cartas o alguna breve
llamada que pudiera hacerse para intercambiar información, ajustaban
los planes. Gerardo mandaba apuntes a Bill para que los ampliara y este
se aventuraba con los primeros prototipos en el sótano de su casa en
Ottawa y con herramientas muy primarias.
Desde
La Habana, Adriana consultaba con Pedro Medina, «el hombre de
Edmonton», ex receptor de Industriales, las dudas que le surgían a su
esposo. Pedro contestaba, ella enviaba las respuestas y así, una
triangulación que parecía infinita.
«Lo
que hace falta es acabar de averiguar si hay alguna regulación que les
prohíba a los peloteros usar un bate mandado a hacer especialmente para
ellos, o si las regulaciones permitirían usar los bates de Bill para
jugar, o si se podrían usar al menos para las prácticas», fue una de las consultas de Gerardo.
«Pienso
que se pueden hacer bates personalizados con estas medidas que le estoy
enviando, que pueden llevar sus nombres y el logo de Gera, sin
problema, por el contrario, la idea es magnífica y los jugadores van a
estar muy motivados», respondió Medina.
«…es
un árbol de madera muy dura, por lo que estoy seguro será buenísimo
para jugar béisbol, pienso que va a ser algo muy útil para nuestro
equipo ya que en la Serie recién concluida se partieron una buena
cantidad de bates, puede ser que la madera no sea buena o también un mal
agarre del mismo, pienso que es lo primero. Si está en tus medios
enviar algunos te lo vamos a agradecer porque estamos necesitados en
estos momentos y también nos da la posibilidad de irlos probando antes
que comience la Serie 52».
Adriana en diálogo con JR revela detalles.
«Es
a mediados de la Serie 51 que Bill manda el primer envío de bates; una
cantidad numerosa. Cuando Gerardo ve las primeras fotos que Bill le
mandaba de lo que iba haciendo (recuerda que Gerardo no puede verlos ni
tocarlos), piensa que los bates no tienen el tamaño para el juego, que
son para el «fogueo», para el entrenamiento, que son más finos.
«Gera
me pidió que le preguntara a Medina y él, efectivamente, se sorprendió
de cómo pudo darse cuenta solo por las imágenes de un detalle tan
técnico. Eso da la medida de su afición, de lo detallista que es».
Después
de corregir las medidas y ajustar detalles, los bates comienzan a
llegar a través de la Embajada cubana en Canadá o aprovechando el viaje
de cualquier amigo. Adriana siempre recuerda el apoyo en esos primeros
momentos de la embajadora cubana Teresa Vicente y su esposo, quienes
respaldaron incondicionalmente el proyecto e iniciaron un camino,
mantenido luego por la sede diplomática de Cuba en Canadá. Una vez
llegados a Cuba los bates, la esposa de Gerardo se los da en el mismo
Latino a Medina, a Vargas o a los peloteros.
Durante
una entrega de bates al equipo Industriales, en 2012, Bill Ryan comentó
a un colega de Granma: «Con Gerardo aprendí cómo hacer bates y creo que
los resultados son satisfactorios, pues Sam Bat, compañía canadiense
que produce cientos de maderos de distintos tipos para las Grandes
Ligas, aprobó nuestro modelo».
En
un correo de Gerardo a Adriana se nota el entusiasmo, el carácter de
este hombre que no sabe hacer otra cosa que entregarse, aunque la
injusticia estadounidense se empeñe en esa condena absurda de dos
cadenas perpetuas, más 15 años por haber salvado la vida de muchos.
«Mi
reina: este es el segundo capítulo de “la novela” de los bates Cubacan,
y lo empiezo con algo MUY IMPORTANTE: En el anterior te decía que yo no
sabía que con los bates de madera se batea con la parte donde está el
logo, pero ahora me estoy releyendo las cartas de Bill, más unos
documentos que me mandó, y veo que fue un error de interpretación mío.
El logo sí tiene que ver con la parte por donde se batea, y para eso el
fabricante lo pone en un lugar determinado, en correspondencia con el
“grano” o fibra de la madera. Pero en realidad, cuando se agarra el
bate, el logo debe quedar de frente al bateador, para que el bate golpee
la bola a unos 90 grados de donde está el logo. Que me perdone Medina
si acabo de “descubrir” la Calle Zanja (con todos los chinos adentro)
pero como yo me enteré ahora, y como lo había dicho mal en el anterior,
quería aclarártelo, por si acaso. O sea, con estos bates que estamos
haciendo hay que batear como con todos los demás, con el logo de frente
al bateador».
En
este mismo mensaje le comentó a Adriana que Bill había tenido en cuenta
las nueve recomendaciones para los fabricantes de bates de arce,
resultado de un estudio que hicieran las Grandes Ligas, a un costo de
medio millón de dólares. Como siempre firmó el correo: «Te amo+! Gera».
Bill y Nora
Bill
tiene 60 años. Trabaja durante toda la semana vendiendo autos.
Cualquier rato libre lo aprovecha en el taller sacando los bates de los
trozos de arce amontonados en un rincón, y que a su vez, provienen de un
bosque del que es propietario.
Por
su decisión, llevan también grabada la firma de Gerardo, si es para el
equipo Industriales, y de Ramón, Fernando, Tony o René, si es para otro.
Aunque en la última entrega, el equipo Industriales recibió bates
firmados por Fernando y por Ramón. Si se trata de uno personalizado, se
hace a la medida y con el nombre del elegido, y se añaden otros detalles
si es un bate-trofeo. A petición de Gerardo, en la empuñadura lleva el
nombre de Bill y el de su esposa Nora.
«Ellos
tienen una relación muy bonita, muy sólida. Es un matrimonio que tiene
más de 30 años, viven solos. Ese deseo de Gerardo da la medida del
respeto que siente por las relaciones de pareja, por la compañera, pero
también es el reflejo de lo que yo significo para él, de lo que
significamos cada una de nosotras», comenta Adriana.
«Porque
Bill hace los bates, pone los recursos, pero cuando analizas que, para
que Bill pueda hacer todo eso necesita una retaguardia, una compañera
que lo motive, para la que ese tiempo no sea un conflicto... Es también
reconocerle a Nora su aporte.
«Eso
te da la medida de lo delicado que es Gerardo con todas las personas,
es un hombre de muchos detalles, muy caballeroso y muy respetuoso por
las otras personas».
Las
palabras de Adriana llevan ese tono de admiración por el hombre amado,
por el hombre que le falta a su hogar, por el que espera.
Adriana,
como le ha tocado en estos casi 16 años de encierro de su esposo, se
convierte en su voz. Ambos le agradecen a Bill por su entrega
sistemática.
«Si
Bill no fuera un hombre disciplinado en su quehacer, no hubiese podido
emprender con tanta vehemencia y con tanto rigor este proyecto de los
dos (…) Lo ha hecho con mucho valor, porque Bill no sabía hacer los
bates, y empezó a usar su tiempo para dedicárselo a Gerardo y a sus
compañeros», asegura Adriana.
«Pudo
hacer unos cuantos, pero hacerlo con esa sistematicidad, estar
pendiente de las medidas, de los cambios para que se ajusten a cada
jugador... No hay duda de que Bill también es un hombre muy meticuloso, y
eso ha ayudado a que la comunicación entre los dos sea muy buena»,
apunta.
Gerardo, Adriana y la pelota
El
amor por la pelota él lo lleva en la sangre más allá de sus
habilidades. Gerardo sabe que es muy malo jugando y no es fama que ella
le dé. A Adriana le sale una sonrisa amplia cuando recuerda fragmentos
de vida en común.
«Cuando
me enamoré de Gerardo, un industrialista fanático, veíamos los juegos
en su casa o íbamos al Latino, … a veces yo no podía estudiar porque a
él, a su papá y a su sobrino les gustaba gritar… yo tenía que emigrar
con mis libros para la casa de mi cuñada que vivía arriba».
—Gerardo, por favor no grites más.
—A mí el psiquiatra me dijo que cuando estuviera muy estresado fuera a gritar al Latino, pero como me queda muy lejos…
Cuando
supo que vivimos tan cerca, que el hogar que lo espera está a unos
pasos del templo de los azules, me dijo: ¡Qué bueno, dile a la gente que
me guarden un asiento al lado de Armandito el Tintorero.
Adriana
también recuerda los juegos a los que iban en la Universidad; al equipo
del ISRI (Instituto Superior de Relaciones Internacionales) y los de
otras facultades que se juntaban para pasar un rato.
«Aquello
no tenía comparación, porque ese Gerardo jugaba mal, mal, mal…» Adriana
se ríe. «La pelota venía por aquí y él estaba parado por allá», y
vuelve a reírse a carcajadas.
«Le
decía: “Ay, Gerardo, no me traigas más a estos juegos de pelota que tú
juegas muy mal”, y él me respondía: “Ah, no importa, pero nos
divertimos”.
«Fíjate,
le conté en una llamada telefónica que las glorias de Industriales,
Anglada, Javier Méndez y otros peloteros que recibieron un bate-trofeo,
lo estaban esperando para un piquete y yo les dije: “Caballeros, mejor
lo ponen de observador”, y Gera comenzó a reírse, porque él sabe que
tengo razón. Tiene conciencia de que en el barrio lo dejaban jugar,
porque era el dueño del bate y el guante», y vuelve la carcajada.
Esta
idea de los bates, de aportar para el desarrollo de la pelota, ese amor
por el deporte no es algo reciente, ni mucho menos una afición ligada a
su resistencia en prisión. Adriana lo explica mejor.
«No
viene de ahora. Yo recuerdo que Industriales pasó muchos años sin ganar
una Serie y nosotros siempre seguíamos la pelota. El asunto es que
siempre perdíamos y yo le decía en broma:
—Gerardo, tú deberías cambiarte de equipo, si al final Industriales siempre te deja con la miel en los labios.
—Eso es traición, mi equipo es mi equipo, gane o pierda…, respondía él.
«Cuando
Gerardo cayó preso, me di cuenta que esa palabras encerraban más que un
juego de béisbol, encerraban su fidelidad, su lealtad. Si era así para
su equipo, cómo no hacerlo con la Patria y lo que estábamos
defendiendo».
Pendiente de lo importante
Correos,
llamadas, horas dedicadas al proyecto. ¿Cuánto ha influido en el ánimo
de Gerardo? Ella que lo conoce, que lo acompaña, que lo sabe de memoria,
aunque se empeñen en obstaculizar su comunicación, responde sin
pestañar.
«Muchísimo,
muchísimo, muchísimo… Yo te lo puedo decir, porque es un proyecto en el
que Gerardo está inmerso, en que está buscando un cambio, una
transformación, mejorar… Eso le da a él un espacio más abierto fuera de
las rejas de la cárcel y se aleja de todo lo que está pasando allí,
porque está pendiente de escribirle a Bill, de recibir información, de
darle seguimiento a los juegos… Está atento a todos los cambios y
transformaciones que emprende el deporte cubano. (…) Deja de estar
pendiente de otras cosas, más dañinas porque no tenemos solución para
ellas.
A
pesar de la complicidad entre Gerardo y Adriana, a veces ocurren
desencuentros. Ellos no discuten. En todo caso, «conversan
acaloradamente» por teléfono y con los minutos contados. No ocurre con
frecuencia, pero cuando pasa, en ese rincón hogareño, cerquita del
estadio Latinoamericano o en la celda que ocupa Gerardo, no hay paz
hasta que no se aclara aquello que les ha dejado el pecho apretado.
«11 de febrero 2012
Mi
reina bella: Lamento mucho que hayamos... vaya... no discutido, porque
no fue discusión, sino que hayamos conversado acaloradamente por lo de
los bates, pero tú tienes parte de la responsabilidad, porque —al
parecer por haber estado leyendo mi correo sobre el tema— cuando te
llamé y dije la palabra “bate” ya estabas indispuesta... (yo creo que tú
tienes un poquito de celos por la pasión que yo he depositado en los
bates, pero tú misma me sugeriste que me buscara un entretenimiento para
que dejara la obsesión contigo... o no? Y entonces ahora no te conviene
mi obsesión con los bates tampoco. En qué quedamos, chica?)».
Gerardo
y Adriana han aprendido por la fuerza de una injusticia que ya dura
demasiado a intuirse por el tono de voz, por la oración sobre el papel o
la página en blanco. Han aprendido a sobreponerse a las escaramuzas del
silencio, a aferrarse a las sonrisas, por más esquivas que parezcan, a
querer el amanecer, aún en la distancia, porque saberse uno en la vida
del otro resulta una fuerza poderosísima.
«Discúlpame,
mi niñita. Todavía me quieres un poquito?. Felicidades!!!. Qué sería de
mí sin ti chica... Caballerooo!!!! Estoy al retirarme de esto de los
bates y obsesionarme contigo otra vez! Y voy a comenzar poniendo orden
en el ropero, así que prepárate... (O quieres que siga con los bates?).
Te quiero mucho mi niña».
Y
no hay sonrisa más amplia, ni luz más brillante en el rostro de esta
mujer que cuando recuerda alguna de las ocurrencias de su «niño».
«…me
disculpo también por cualquier cosita injusta que te pueda haber
dicho en el calor del debate, porque la realidad, realidad, realidad es
que yo no tengo nadie más con quien contar, y que me consta que tú te
desvives por complacerme y porque las cositas que te pido queden bien,
porque te gusta verme contento, y… (toda esta guataquería es por el Día
de los Enamorados, tú sabes, no?)».
Y
aunque no hay dudas sobre quién lleva ventaja en la lucha de
obsesiones, más allá de los debates, tensiones y alegrías, Adriana
disfruta convertirse en piedra angular de los infinitos puentes que se
tienden desde Estados Unidos, Canadá y La Habana para que los bates sean
útiles, como quiere su esposo.
¿Sirven o no sirven?
«La
preocupación mayor de Gerardo es que le digan que los bates están
buenos porque es él quien los envía; quiere saber la realidad, si de
verdad sirven para jugar», explica Adriana.
«Quiere
saber quién lo está usando, a quién le es más cómodo, por qué unos lo
usan y otros no… si no sirven, no sirven, quiere saberlo todo para ir
ajustando y aprovechar la calidad de la madera, y el gesto desinteresado
de Bill, que no le cuesta nada a Cuba, (…) es la forma que él tiene de
aportar y así lo siente».
En
el año 2013 fueron entregados más de cien bates Cubacan, y al término
de la Serie 53 ya Adriana había distribuido unos 80 maderos. Los últimos
llegados estuvieron en manos de quienes los usarán el 31 de marzo de
2014. Lo tiene anotado en una libreta con fechas y números.
«Entregué
diez el 30 de enero de 2013: Malleta, Tabares, Rudy, Urgellés… estos
fueron los primeros personalizados; 18 de marzo 2013, Despaigne recibió
el suyo, firmado por René González y otro por Fernando. Hay bates
personalizados para Chirino, para Frank Camilo Morejón, para Lisbán
Correa, Malleta, Rudy, Tabares…». Y así una larga lista.
Gerardo
y Adriana siguen haciendo planes con la pelota y con todo lo que desean
hacer cuando por fin puedan estar juntos. No importa mucho que la jueza
Joan Lenard lleve más de dos años sin dar respuesta sobre el hábeas
corpus de Gerardo, a pesar de las nuevas pruebas incorporadas al caso y
el hecho de que solo esté pidiendo una audiencia oral, la posibilidad de
que lo escuchen.
«A
Gerardo le gustaría un encuentro con varios peloteros, para compartir
con Medina, con Javier Méndez…». Brilla cuando habla de sus deseos: «A
veces yo me imagino a Gerardo en el Latino, a los dos viendo un juego.
Salir por ahí, pasar por la casa a merendar algo y seguir para el
estadio».
De
algún modo, cuando Alexander Malleta o cualquier otro pelotero cubano
levantan el bate Cubacan, ocurre la magia. Gerardo deja de estar en la
celda de Victorville y si se trata de su equipo, es posible presentirlo
gritando al lado de Armandito el Tintorero en el Coloso del Cerro, o en
ansiosa espera, alzando plegarias por un buen batazo. Cuando el Cubacan
hace contacto con la Mizuno 200, incluso si fuera solo un machucón por
tercera, es posible que por un instante tanto a él, como a Bill Ryan, a
Nora o a la propia Adriana, les sepa a jonrón.
Basado en un guión radial de Marlen Caboverde Caballero, periodista de Radio Jaruco. Edición y Redacción, Rosa C. Báez
Personajes,
un hombre y la presencia inmanente de la fachada que mostraba ser… sus
captores y sus jueces… Locaciones, una cárcel, una celda, la sala de un
Tribunal:
De
malos modos, el captor pregunta: ¡¿Cuál es su nombre?!, mientras el
prisionero, la mirada firme, la frente en alto, responde -"Manuel
Viramóntez"- y comprende que ha llegado el momento y, dispuesto a que su
voz no tiemble, continúa el intercambio de preguntas y respuestas con
el militar:
- ¡¿Dónde y cuándo nació usted?!
-
Soy ciudadano norteamericano. Nací en Cameron, Texas el día 26 de enero
de 1967. En 1970 mis padres regresaron a Puerto Rico, donde habían
nacido.
- ¡¿Cuál es su dirección en Puerto Rico?!
Sin titubear, el prisionero responde: Edificio Darlington, avenida Muñoz Rivera Borinqueña, apartamento 6-C, Río Piedras.
- ¡¿Dónde trabaja usted aquí en Estados Unidos?!
- En una empresa….
Otro
hombre, la misma arrogancia, el mismo despotismo: -"¡Mentiras! ¡Eres un
espía cubano, di la verdad, eres un espía de Castro!".
El mismo prisionero, la misma determinación, igual coraje… -"Mi nombre es Manuel Viramóntez. Soy de Puerto Rico".
Una
y otra vez, la insistente pregunta se proyecta sobre un muro de
resolución y fuerza interior: -"¡¿Continúas insistiendo en lo mismo?!
¡Te vas a pudrir en esta celda! ¡Mientes! ¡Eres un maldito espía
cubano!" mientras el prisionero repite una y otra vez: "Mi nombre es
Manuel Viramóntez. Soy de Puerto Rico. Soy Manuel Viramóntez,
Viramóntez, Viramóntez…
Y
así, durante muchos meses, el prisionero sólo conversaba con sus
captores y una y otra vez el diálogo machacaba hasta el cansancio… Hasta
que un día, en la soledad de la pequeñísima celda a la que todos
llamaban "el hueco", mientras descansaba en su camastro y pensaba en su
lejana tierra, una voz infantil lo sacó de su letargo…
-"¡Oye, oye! Dibújame la pelota".
Dando
un salto que acabó de despabilarlo, el prisionero exclamó: -"¡¿Eh?!-
Sin embargo, no lograba pensar otra cosa que era un sueño en el que
soñaba que estaba despierto… Como un pequeño príncipe caído de su
asteroide, el pequeño le rogaba: "Por favor, dibújame la pelota".
Gerardo, el prisionero, asombrado, le preguntó: "Dime quién eres de una vez".
Y entonces sí que dio un salto, totalmente fascinado, cuando escuchó al niño responder:
- "Creí que lo sabías. Soy Manuel Viramóntez", mientras volvía a rogarle "Dibújame la pelota".
Totalmente pasmado, el hombre le respondió: -¿Manuel? No es posible. ¿De qué hablas?
Y
el niño, dulcemente, le contestó: "Ya te dije. Dibújame la pelota, la
que conservas hace tiempo, la de aquel día que recuerdas tanto. Es tan
parecida a la mía…"
El
pedido no dejaba de volver una y otra vez a la mente del prisionero,
mientras se preguntaba el por qué de aquel sueño recurrente…
-¿La
pelota? ¿Manuel?... ¡Otra vez ese sueño tan raro! Y los recuerdos
volvían a su mente… recordaba su Patria, su deporte favorito, un año
lejano en el tiempo: 1986… El prisionero se incorporó en la cama;
recorrió la celda con los ojos empañados. Palpó las paredes y observó el
techo: una luz tenue se filtraba por la alta ventanita de vidrio
blindado. Amanecía. De pronto, una brisa acarició su cara, haciéndolo
estremecer... muy bajo, susurró: -"¿Manuel, Manuel eres tú?". Entonces,
inexplicablemente, como en las ocasiones anteriores, el frío comienzó a
desaparecer de su cuerpo, poco a poco…
Pasaron
los días, interminables, desde aquel sábado 12 de septiembre… una y
otra vez, la presencia infantil se iba haciendo cotidiana… visible
solamente para el hombre solo, en su celda silenciosa…
-
"A los interrogatorios otra vez", ordenaba aquél individuo parecido a
un robot de video juegos… De nuevo la rutina: agachado, de espaldas a
la puerta, saca las manos por la hendidura. Desde afuera el guardia se
las aprisiona en una caja negra. La puerta se abría. Las cadenas
repitían aquella música, ahora menos terrible, al compás de sus pasos,
mientras con la mirada se comunicaba con el niño, que camina a su lado
sin que los guardias lo presintieran:
-"En
la prisión no cuenta lo que dices sino, lo que es más hondo en ti; la
vida es como un juego de pelota. Si sales al terreno es para darlo todo.
Nadie puede adivinar el desenlace en un partido. Eso lo aprenderás,
Manuel, con el tiempo, con el tiempo. Puedes cometer errores, pero no
vale darse por vencido, y mucho menos cambiar de equipo. Nadie es una
isla en la batalla. Tenlo en cuenta, Manuel, recuérdalo siempre,
siempre".
Y todo vuelve a comenzar: las preguntas, las mismas respuestas, la consigna:
-
"Mi nombre es Manuel Viramóntez. Soy de Puerto Rico"; "Mi nombre es
Manuel Viramóntez. Soy de Puerto Rico"; "Mi nombre es Manuel Viramóntez.
Soy de Puerto Rico"….
La
tarde muere en la ciudad. El hombre, en la celda, dibuja con un lápiz
diminuto en un pedazo de papel. Al terminar lo dobla y lo sitúa sobre la
mesita de concreto soldada a la pared. Se tumba en la cama. Un
cansancio agradable mina su cuerpo.Entonces, se sorprende
pensando otra vez en Manuel Viramóntez. En Manuel, el Manuel verdadero,
que murió a los tres años de edad de una insuficiencia respiratoria y,
suspirando, el hombre se dice: -"Pobrecito, ahora hubiera tenido casi mi
misma edad". Y recuerda como se preparó durante meses para asumir la
identidad de aquel niño, aprender cada detalle relacionado con su
familia, las escuelas donde supuestamente hubiese estudiado, los amigos,
las maestras, la vida que imaginariamente hubiese vivido. Sonríe. Desde
que Manuel se le aparece, su infancia se hace cada vez más vívida y
recuerda, recuerda:
-
"Los chiquillos en la escuela nunca querían jugar a la pelota conmigo
porque si pasaba la maestra cargada de libros, allá iba a ayudarle y ahí
mismo se acababa el juego o ponían a otro en mi lugar"- y se ríe en voz
alta- "La serie estaba por comenzar en Cuba. ¿Qué equipo ganaría la
corona esa vez? En cuestiones de beisbol, cualquier cosa puede suceder",
era lo que pensaba entonces. Y viendo cómo desaparecía el último hilo
de luz del atardecer, el prisionero se durmió profundamente, como un
niño.
El
hombre abre los ojos lentamente y se incorpora. El niño mira el dibujo
complacido. Cuando el misterio es demasiado impresionante, no es posible
desobedecer:
- "Dibujaste la pelota. Es tan parecida a la mía… Pronto me iré. Solo vine por el dibujo, para acordarme…
-
"¿Te irás? ¿En serio? Pero si te marchas así, solo llevarás un garabato
en un trozo de papel. Quédate un poco, te contaré la historia de esa
pelota, luego me hablarás de la tuya", casi suplicó el prisionero.
- "Tengo prisa. En unas horas estaré en casa, otra vez. Dibújame la historia, la llevaré también"
- "Eso sería complicado. Puedo contártela".
Sonó la risa cristalina del niño, mientras una mirada pícara se reflejaba en sus ojos:
-"Sé
lo que ocultas, lo que callas. Sé que no son engaños, ni mentiras. Más
bien parecen ilusiones, fantasías buscando una verdad. Conozco todas tus
historias, ésa en especial".
- ¿La conoces?
- Sí: la has soñado demasiado desde que empezaste a repetir mi nombre sin parar.
El prisionero bajó los ojos, apenado:
"-Lo siento… Pero igual me gustaría ahora decirla por primera vez, en silencio, para ti, para los dos".
Y
entonces el niño se sentó en el banquito de hierro frente al hombre de
uniforme naranja, y los dos callaron y cerraron los ojos, que es la
mejor manera de evocar y sentir una historia verdadera. Y sin musitar
palabra, el hombre le contó:
-
"Fue el domingo 19 de enero de 1986. Cuando llegué al Estadio
Latinoamericano, que es el estadio donde jugaba mi equipo favorito, el
de mi ciudad, La Habana. El juego había empezado pero afuera había una
multitud haciendo fila para entrar. En el bolsillo llevaba una pelota
como esa que te dibujé. Ya debes saberlo, mi equipo son los azules, los
Industriales. Era la final del campeonato (nosotros le decimos "la
serie") número 25, y sus rivales eran los Vegueros, de una provincia
llamada Pinar de Río. ¡No me podía perder el juego por nada del mundo!
En aquella época, hacía dibujos y caricaturas para un espacio llamado
Aspirina, sí, como la tableta, no te rías; a los integrantes nos habían
dado un carnet que decía: "Prensa", así que al llegar al estadio, con el
carnet (y con el rostro, sí, chico, haciéndome el periodista
importante), pude abrirme paso por las gradas hasta llegar a la parte de
arriba del banco de Industriales. Estaba finalizando el segundo inning.
En esos años había un pitcher del equipo que era de mi barrio (en
realidad del barrio de enfrente al mío, de El Rosario), el derecho
Leonardo Tamayo. Cuando logré llegar allí le grité a uno de los
peloteros que me llamara a Tamayo, quien salió del banco y se asomó a
las gradas. Se extrañó de verme allí, y le di el papel con la pelota
dibujada y un bolígrafo para que lo pasara y los peloteros la firmaran.
En ese momento mi equipo perdía, pero en el papel yo había escrito:
"Industriales Campeón-1986", algo que todos leyeron al firmarla mientras
todavía el equipo perdía. Así que ya tú sabes... luego a todo el mundo
le decía que mi pelota le había levantado el espíritu al equipo! (RÍE)
El caso fue que la firmaron todos, o casi todos, y Tamayo me la devolvió
allí mismo. Todavía se puede distinguir la firma de algunos de ellos
como el tercer bate, Javier Méndez y el receptor, Pedro Medina".
"¡Y
luego fue cuando se armó la locura! En el quinto inning, Vegueros
perdía tres carreras por cuatro frente a los Azules y el zurdo Giraldo
Iglesias empató el juego, pero la revancha de Industriales no se hizo
esperar. El receptor Pedro Medina, bateó por el centro una conexión
larga que trajo la igualada (vaya, el empate, jajaja es argot
beisbolero) en las piernas de Padilla, y segundos después, Vargas regaló
la ventaja. El Latino estallaba, Industriales, por la diferencia
mínima, estaba a tres outs de llevarse la victoria. Pero, ya te lo dije,
en un juego de pelota nada puede asegurarse hasta el final. Anochecía
cuando empezó el noveno capítulo. Entonces el zurdo Giraldo Iglesias
igualó las acciones a cinco carreras. Tendrían que ir a extra inning. La
verdad, no puedo recordar en detalles lo que ocurrió después, pero
jamás olvidaré el momento cumbre de la entrada número doce. Imagínate,
dos y dos la cuenta para Agustín Marquetti, un veterano a punto de
retirarse del deporte activo, el inning parecía terminar con ponche. Yo
no miraba el reloj, pero no sé cómo, siempre supe que …
Y
a coro, hombre y niño dijeron: -"…eran las nueve y veinte de la noche
cuando Marquetti dio aquel tremendo home run ¡¡Y ganamos!! ".
-
"Por supuesto, fui uno de los tantos que se tiró para el terreno. Pude
llegar hasta el mismísimo Marquetti, y en el periódico Juventud Rebelde
del día siguiente salgo en la foto, muy cerca de él, claro, quizá no me
reconocerías porque tengo pelo en aquella época!"-, dice riendo el
prisionero- "como había llovido, el terreno estaba mojado, y tuve que
coger los dos ómnibus de regreso para la casa lleno de fango, pero
¡contento!, por mi pelota, y porque Industriales había ganado el
campeonato de una manera tan espectacular, aunque en ese momento ni me
imaginaba que ese juego sería tan recordado en la historia del beisbol
cubano".
El prisionero es el primero en abrir los ojos y sorprende una risa grandísima pintada en la boca del niño:
-
"Creo que tu pelota está en buenas manos. Ahora, debes dibujarme un
libro para guardar tu historia. Esa la única forma de liberarla… cuando
me haya marchado".
Entonces, el hombre sacó un papel del bolsillo y dibujó un libro cerrado para no matar el misterio.
- "Exactamente como pensé", dijo el niño
- "Ahora es tu turno. ¿La historia de tu pelota?"
-
"Mi pelota luce como nueva. Está bien guardada, tanto como la tuya; mi
hermana dará a luz en pocas horas. El niño se llamará Manuel. Es mi
única oportunidad de regresar a casa".
- "¿Regresar?" Y la palabra despertó un eco de nostalgias en el hombre…
-
"Sí. A mi lugar. No pertenezco aquí. Debes cuidarte. Aquí puede morir o
naufragar lo mejor de uno… Tú también regresarás… algún día. Escríbelo.
Así como hiciste con tu pelota: Industriales Campeón".
- "Industriales Campeón. ¿Campeón?"
- "Te conozco. No sabes rendirte", dijo el niño.
- "Espera. No te vayas todavía. Antes quiero pedirte perdón", dijo el hombre, deteniéndolo.
- ¿Perdón? ¿Por qué?
- "Por llevar tu nombre. Te lo devuelvo".
El niño sonríe y responde: -" No fue un engaño, ni una mentira. Eran ilusiones, fantasías necesarias para hallar tu verdad".
Entonces
el pequeño Manuel Viramóntez se alzó hasta la alta ventana de vidrio
donde aplastó la nariz, mientras desaparecía con las primeras luces del
amanecer…
La sala del Tribunal se muestra tan fría como su celda: allí, otros hombres repiten la misma pregunta
- "¿Cómo se llama?
En el estrado un hombre, gigante en su dimensión, con la voz trémula de orgullo y decisión, responde:
- Mi nombre es Gerardo Hernández Nordelo. Nací en La Habana el cuatro de junio de 1965. Soy cubano…
Basado
en el guión de la edición especial del programa Alas de libertad sobre
testimonio inédito que concedió el Héroe de la República de Cuba Gerardo
Hernández Nordelo a la periodista Marlene Caboverde Caballero.
La
reunión en Londres de la Comisión Investigadora del caso de los Cinco
examinó a fondo la situación específica de Gerardo Hernández Nordelo y
la acusación infame (el Cargo 3 “conspiración para cometer asesinato”)
presentada sólo contra él y que fundamenta su condena a morir dos veces
en prisión. Se le atribuye, calumniosamente, haber participado en el
derribo el 24 de febrero de 1996 de dos aeronaves del grupo terrorista
autotitulado “Hermanos al Rescate”.
Desde
el punto de vista legal para que un Tribunal de Estados Unidos pudiera
actuar, el hecho en cuestión tenía que haber sucedido en el espacio
aéreo internacional, fuera de la jurisdicción cubana. Caso contrario
ninguna Corte norteamericana habría podido abordarlo.
Por
eso en el juicio de Miami se discutió bastante la cuestión de la
ubicación exacta del incidente, repitiendo lo que antes pasó en el
Consejo de Seguridad de la ONU y en la Organización de la Aviación Civil
Internacional (OACI). En esas discusiones surgieron siempre las
contradicciones entre los radares cubanos y los de Estados Unidos. Sobre
los datos norteamericanos, por cierto, habría mucho que escribir, por
ejemplo, la demora en entregarlos, varios meses, que obligó a dilatar el
trabajo de la OACI y la sospechosa destrucción de algunos registros,
todo lo cual consta en el informe de la OACI.
Para
tratar de resolver la discrepancia en lo que mostraban los radares, la
OACI pidió a Estados Unidos que entregase las imágenes tomadas por sus
satélites espaciales, petición que fue rechazada en 1996. Tampoco
Washington permitió que las viera el Tribunal de Miami y lleva mucho
tiempo oponiéndose a las repetidas solicitudes del Centro para el
Derecho Constitucional y los Derechos Humanos de California y litiga
ante las Cortes de ese Estado en su afán de mantener ocultas las
imágenes. Pronto se cumplirán veinte años de obstinada censura.
Sólo
Estados Unidos ha podido examinar lo que filmaron sus satélites, pero
no permite que lo haga nadie más. Ni el Consejo de Seguridad de la ONU,
ni la OACI, ni los tribunales norteamericanos. ¿Por qué?
Sólo
puede haber una respuesta. Washington sabe que el incidente ocurrió
dentro del mar territorial cubano, muy cerca del litoral habanero y en
consecuencia, jurídicamente, nunca tuvo jurisdicción alguna sobre él.
Porque las imágenes satelitales son prueba irrefutable de la mentira
yanqui nadie más que las autoridades estadounidenses podrá verlas nunca.
Pero
no se trata de que las imágenes exculpen a Gerardo. No eran necesarias
porque para condenarlo la Fiscalía tenía que demostrar que él,
personalmente, había participado en el incidente, algo totalmente
absurdo, imposible de sostener, independientemente del lugar donde
hubiera ocurrido el derribo de las aeronaves invasoras. El problema era y
es para Washington.
Porque
las imágenes prueban que Estados Unidos, sus autoridades y sus
tribunales no tenían derecho alguno para juzgar un acontecimiento
ocurrido más allá de su jurisdicción territorial. Debe destacarse que,
según los radares norteamericanos, los aviones volaban, siempre juntos,
rumbo sur y uno de ellos, al menos, conforme a su propia versión, había
penetrado el territorio cubano. Incluso, si se aceptase la teoría
estadounidense sobre la ubicación de los aviones, estos se hallaban en
las inmediaciones de la capital cubana, muy cerca de su parte central y
más poblada y en pocos minutos la habrían sobrevolado y hubieran podido
atravesar la isla hasta la costa meridional.
No
fue algo acontecido en la cercanía del espacio norteamericano, sino
mucho más abajo del paralelo 24 que marca la separación entre las zonas
de supervisión aérea de ambos países. Fue ahí, dentro del área bajo
control cubano, que transcurrió buena parte del vuelo, siempre rumbo
sur, hacia La Habana y desoyendo las indicaciones y advertencias
emitidas por el centro de control de tráfico aéreo de nuestro país.
Pero,
en todo caso, Gerardo no tuvo absolutamente nada que ver con el hecho,
en cualquier lugar en que este ocurriese. Y eso lo sabían perfectamente
las autoridades norteamericanas.
Según
el Acta Acusatoria de septiembre de 1998, el FBI había identificado a
Gerardo, conocía la misión que desempeñaba y revisaba sus comunicaciones
con Cuba desde 1994, más de dos años antes de aquel suceso que agravó
sensiblemente la situación entre ambos países. Las turbas de la mafia
batistiano-terrorista llamaban entonces a la guerra en las calles de
Miami, mientras, según escribió el Presidente Clinton en sus Memorias,
en la Casa Blanca discutían un posible bombardeo a Cuba y él optó por
promulgar la Ley Helms-Burton acompañada de amenazas belicosas. ¿Puede
alguien imaginar que no habrían hecho nada contra Gerardo si él hubiese
sido culpable? Nada hicieron, precisamente, porque les constaba su
inocencia.
Por
eso tampoco lo inculparon cuando fue detenido, junto a sus compañeros
en septiembre de 1998. En la acusación inicial no se dice una palabra
sobre lo ocurrido el 24 de febrero del 96, ni se habla de derribo de
aeronaves o algo parecido. No lo hicieron porque el FBI, que poseía y
había leído los mensajes entre Gerardo y La Habana, sabía que era
inocente.
El Cargo 3 (“conspiración para cometer asesinato”)
fue formulado, sólo contra Gerardo, más de siete meses después del
arresto de los Cinco cuando ellos permanecían en confinamiento solitario
–el infame “Hueco”-
aislados del mundo, imposibilitados de defenderse. Para hacerlo la
Fiscalía presentó una Segunda Acta Acusatoria que, y así lo registró la
prensa de Miami, fue elaborada en reuniones que abiertamente celebraron
el FBI, la Fiscalía y jefes de grupos terroristas.
Era
una acusación arbitraria, fabricada de pies a cabeza, con el único
propósito de complacer a los criminales, inflamar el odio contra Gerardo
y sus compañeros y garantizar de antemano las peores, ilegales y más
irracionales condenas. El Cargo 3 fue el centro de la desaforada y
vulgar campaña mediática promovida y financiada por el Gobierno Federal,
con su presupuesto, que cayó como un tsunami de mentiras, sobre una
comunidad inerme y paralizada por el terror –cinco artículos por día en
los periódicos impresos, incesantes comentarios, día y noche, en la
radio y la televisión locales –conformando lo que justamente el panel de
jueces de la Corte de Apelaciones, en 2005, calificó como una “tormenta perfecta” de odio, prejuicios y hostilidad.
Gran parte del juicio giró alrededor del Cargo 3. Dentro y fuera de la sala del tribunal, individuos vinculados a “Hermanos al Rescate” alborotaban y hacían declaraciones estridentes que amplificaban los medios locales. Ellos y los “periodistas”
pagados por el Gobierno perseguían y asediaban a los miembros del
jurado quienes se quejaron a la jueza y ella, por su parte, varias veces
también se quejó al Gobierno, por supuesto, sin resultado alguno.
En
la sala del Tribunal, pese a todo, el infundio de la Fiscalía fue
derrotado. Los acusadores, tan eficaces insuflando odio y prejuicios
contra él, no pudieron presentar una sola prueba para vincular a Gerardo
con los sucesos del 24 de febrero. Nada.
Tan
contundente y obvia fue la derrota que el Gobierno hizo algo totalmente
inusitado. Al final de las discusiones, cuando la jueza iba a dictar
las instrucciones para guiar al jurado a la hora de emitir su veredicto,
los fiscales se opusieron sorpresivamente al texto que, ajustado
palabra por palabra al Acta Acusatoria, ella había preparado.
Propusieron cambiarlo radicalmente. La Magistrada, con buenas razones,
no aceptó la petición alegando que habían empleado siete meses
discutiendo esa acusación fiscal y era ya demasiado tarde para
modificarla. Ese mismo día la Fiscalía se precipitó a hacer algo aun más
insólito: en una acción que reconoció “carecía de precedentes” recurrió ante la Corte de Apelaciones con una “moción de emergencia” buscando paralizar la decisión del tribunal inferior e incluso la posposición del proceso.
En el extraño documento la Fiscalía sostuvo que “a
la luz de las evidencias presentadas en el juicio las instrucciones
presentadas por la jueza constituyen un obstáculo insuperable para esta
Fiscalía y pueden conducir al fracaso de la acusación en este Cargo”.
Debe
subrayarse que, según un principio universal de Derecho, toda persona
es inocente salvo que se demuestre lo contrario y que es obligación del
acusador presentar las pruebas o evidencias necesarias para demostrar la
culpabilidad del acusado. La Fiscalía encaraba ciertamente “un obstáculo insuperable”
por la sencilla razón de que no podía mostrar prueba alguna contra
Gerardo, simplemente porque estas no existen, ni pueden existir.
Carecían de cualquier prueba contra él y peor aún, sabían, pues poseían
todos sus intercambios con La Habana desde hacía varios años –incluso
años antes del incidente de las avionetas-, que él no había tenido
relación alguna con ese hecho. En otras palabras, cuando presentó su
Segunda Acta Acusatoria la Fiscalía conocía cabalmente que estaba
acusando a un inocente y en consecuencia, prevaricaba imperdonable y
groseramente.
El
Cargo 3 fue una grave violación a la Constitución y las leyes y también
a la obligación legal y hasta profesional de los fiscales. Actuaron,
mano a mano con el FBI de Miami, como agentes y cómplices de una mafia
terrorista que ellos debían combatir y en realidad la sirvieron con
docilidad escandalosa.
La
Corte de Apelaciones tampoco aceptó la tardía solicitud fiscal y a
partir de ahí se produjeron acontecimientos que serían sorprendentes si
no se tratase de un caso que, de principio a fin, ha sido y es un
escarnio mayúsculo a la justicia.
Rápidamente,
sin expresar duda alguna, sin hacer preguntas, en unas pocas horas, el
Jurado declaró culpables a los Cinco de todos y cada uno de los Cargos
formulados contra ellos, incluyendo el Cargo 3, sin importarle a nadie
que respecto al mismo la Fiscalía había admitido su fracaso y se había
empeñado por retirarlo.
Al
concluir el juicio, en la primera semana de junio de 2001, la jueza
anunció que dictaría las sentencias a mediados de septiembre. El
abominable acto terrorista del día 11 de ese mismo mes y año al parecer
la hizo cambiar de opinión. Ni ella ni el Gobierno se sentirían cómodos
penalizando brutalmente a unos héroes antiterroristas mientras W. Bush
se lanzaba, gozoso y con gran fanfarria, a hacerle la “guerra al terrorismo” a todo lo largo y ancho del planeta. Esperaron tres meses más.
Finalmente, el 14 de diciembre de 2001, Gerardo fue sentenciado a dos cadenas perpetuas más 15 años.
Todos, en la sala del Tribunal, sabían que castigaban a un inocente.
Me llamo Ana Pérez Nordelo y vivo en Las Palmas de Gran Canaria, la capital de una de las islas del archipiélago canario. En verdad, me parece fuera de lo común tener que hablarte por primera vez a través de una carta, pero así ha tenido que ser.
De
cómo supe de ti es la historia de una enorme casualidad pues ocurrió
mientras rastreaba, hace años, el origen del apellido Nordelo, que
compartimos.
De
repente, decenas de enlaces en el ciberespacio tenían tu nombre y fue
de esta manera como comencé a conocer tu historia, la historia de Los Cinco,
hasta que di con una imagen de Carmen Nordelo, tu madre. Rápidamente,
le pregunté a la mía, Ana, por la mujer de la foto y, sin dudarlo un
segundo, dijo: ¡esa es mi prima Carmen!
Mi
madre me contó que su tío (tu abuelo) había viajado a Cuba y que a su
regreso decidió llevarse a su familia a vivir a Cuba, a donde Carmen se
marchó siendo muy joven.
Gerardo,
te confieso que casi no me podía creer lo que, a partir de aquel
momento empecé a leer sobre tu caso y el de tus cuatro compañeros,
Antonio, Ramón, René y Fernando, pues todo superaba, con mucho,
la normalidad, en estas islas, del relato de la familia dividida por
la emigración. Y, bueno, aquí mi condición de abogada, como miembro
además de la Asociación Juristas por la Paz y los Derechos Humanos
(JUPADEHU) me llevó a vincularme, de otra forma, a ti y a Los Cinco.
Recuerdo
que concerté una cita con Inés Miranda, la presidenta de JUPADEHU, a
quien ya conoces y también recuerdo que un día, a primera hora de la
tarde entré en su despacho y le hablé de Los Cinco. Ella me escuchó
atentamente, y su respuesta fue un rotundo “por supuesto que nos
ocuparemos de este caso”. Desde entonces, Los Cinco han ido ocupando, a
lo largo de casi diez años, un lugar permanente en la “militancia” en
la que decidimos convertir nuestro trabajo como juristas.
Como
ya sabes, otra de nuestras luchas tiene que ver con la justicia que
ansiamos conquistar para el pueblo saharaui y que nos ha llevado, en
calidad de observadoras internacionales, a los aberrantes juicios a los
que se somete a los luchadores saharauis por la autodeterminación en
los Tribunales de Marruecos, estado que aplica sobre ese infatigable
pueblo el hostigamiento permanente, las acusaciones falsas de delitos
nunca cometidos, la tortura, la persecución, la desaparición y hasta la
muerte, en muchos casos.
Esta
experiencia nos ha servido para encontrar las enormes similitudes que
hay, por citar un ejemplo significativo, entre el juicio a los presos
de Gdeim Izik y el que ustedes sufrieron, en 2001. En ambos
casos, las violaciones de derechos legales y fundamentales en el
desarrollo mismo del juicio, la imparcialidad de la sede, la
manipulación hecha a través de los medios de prensa, convierte dichos
procesos en reflejo de la inexistencia de garantías legales, en las
administraciones de justicia de países tan distantes, aunque igualmente
opresores, como EEUU (que se muestra al mundo como paladín de los
Derechos Humanos), y Marruecos.
Por
cierto, debo decirte, que también son muy parecidas la actitud digna y
la inquebrantable determinación por defender la verdad que demostraron,
Los Cinco y el grupo de Gdeim Izik, frente a quienes, odiosamente,
dictaron sus sentencias. (1)
Gerardo, no puedo pasar por alto ahora que mi madre y yo tuvimos la oportunidad de conocer a tu esposa Adriana, cuando ella y Olga Salanueva (la esposa de René González) visitaron Canarias, a finales de 2010.
Verdaderamente
fue entrañable poder conversar con ella, y sentir su ternura y el
afecto que demostró hacia nosotras. En este punto, saber que el gobierno
estadounidense le ha negado continuadamente la Visa para ir a verte en
estos 15 años, fue un hecho impactante tanto en lo familiar como en lo
profesional, por la burla y aberración jurídica que este hecho entraña.
Compartimos
varias jornadas juntas, y Adriana y mi madre no dejaron de hablar de
las historias de familia que Carmen le había contado. Adriana, incluso,
sabía las localizaciones de algunas fotos que aún deben andar por tu
casa. Ojalá esa experiencia se repita, más pronto que tarde, estando
ustedes, de nuevo, juntos en Cuba.
Para
despedirme, querido primo, te cuento que mañana, Día Internacional de
la clase obreras, en Las Palmas saldremos a la calle uniendo las
reivindicaciones por los derechos del pueblo canario trabajador a las
luchas de otros pueblos del mundo, y, entre ellas, la libertad de Los
Cinco recorrerá, con nombre propio, los lugares por los que tu
madre, seguro, paseó de joven.
Será, podría decirse, como un viaje de vuelta, en el que ella, a través de ti, retornará a la tierra que la vio nacer.
En
las últimas líneas de esta carta, Gerardo, te digo, con la misma
firmeza con que reclamo la libertad para los presos políticos
saharauis, en manos de Marruecos, que la prisión de Los Cinco ofende a
la Justicia y ofende a la humanidad, y que para resarcir ambas ofensas,
lucharé, y lucharemos muchos miles de personas en el mundo, hasta que
Los Cinco, TODOS, sean liberados y puedan regresar a Cuba.
VOLVERÁN, Gerardo y yo podré conocerte libre.
Un fuerte abrazo para ti y para Antonio y Ramón. También para René y Fernando, que han regresado ya a su patria.
Ana Pérez Nordelo
Las Palmas de Gran Canaria (Islas Canarias), a 30 de abril de 2014.
Simpáticos
destellos del hombre mozo, del muchachón de noches enteras bailando,
del inquieto aprendiz de mil oficios, del madrugador de domingos, del
Héroe que, aunque lejos, encuentra a Cuba y sus amores de siempre más
allá de una celda. Desde la prisión de Victorville, California, Estados
Unidos, Gerardo Hernández Nordelo se comunicó con el sitio web Soy Cuba
para adentrarnos, con alma testimonial, en sus años de juventud - See
more at:
http://www.soycuba.cu/noticia/gerardo-las-fiestas-del-sabado-y-lo-que-nunca-vio#sthash.lFoEjG46.keJ0P9fN.dpuf
Simpáticos
destellos del hombre mozo, del muchachón de noches enteras bailando,
del inquieto aprendiz de mil oficios, del madrugador de domingos, del
Héroe que, aunque lejos, encuentra a Cuba y sus amores de siempre más
allá de una celda. Desde la prisión de Victorville, California, Estados
Unidos, Gerardo Hernández Nordelo se comunicó con el sitio web Soy Cuba
para adentrarnos, con alma testimonial, en sus años de juventud - See
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Por Rouslyn Navia Jordán
@RouslynNavia
«Nací en 1965, y cuando se fueron los 70 era casi un niño todavía. Arroyo Naranjo fue "mi mundo" hasta que estuve bastante crecidito.
«Recuerdo que todos los sábados había fiestas en casa de alguien. Creo que hoy les llaman descargas. Durante la semana, ya todos los muchachos andábamos averiguando: "¿Dónde hay fiesta el sábado?", y nos pasábamos la información: "en calle 1ra del Rosario", "en Penichet, en el Capri". Y el sábado por la noche el grupo de amigos arrancaba para allá. Donde se escuchara la música, ahí era; y entrábamos muchas veces sin siquiera saber quién vivía allí. Si te ponías de suerte, se te pegaba un vasito de "ponche" preparado con alcohol y frutas, pero muchas de aquellas fiestas eran secas, porque si había bebida, era para los conocidos.
«Unos se pasaban la noche bailando y otros haciendo bulto, pero casi siempre tratando de "cuadrar" con alguna muchachita. Los más afortunados lograban una cita para ir el siguiente día a la playa, al cine, a Coppelia... Aunque casi todos mis domingos comenzaban con un: "Gera, te llama tu papá". Porque el viejo, que no podía estar sin hacer nada, madrugaba los fines de semana y bien temprano ya estaba chapeando el jardín, guataqueando el patio, pintando, lijando, mecaniqueando... Yo creo que cuando no había nada roto, él lo rompía, para tener algo que arreglar.
«Yo me la pasaba protestando, porque muchas veces los sábados me acostaba tarde por las fiestas, y ya a las siete de la mañana del domingo mi papá me estaba mandando a levantar. Pero después, de adulto, me di cuenta de que él lo hacía con toda intención, y se lo agradezco, porque, aunque no salí tan diestro como él para las labores manuales, sé manejar las herramientas básicas para hacer trabajos de mantenimiento, chapeo, mecaniqueo, mezclo concreto y soy "chofer A" de carretillas, todo gracias a aquellas jornadas dominicales de trabajo (in)voluntario».
¡Vaya, tu cervecita aquí!
«El cine siempre me gustaba mucho, a veces iba hasta solo. Salía de uno, y entraba en otro, y veía varias películas en el día. En aquellos tiempos había muchísimos cines que, lamentablemente, ya desaparecieron, o están cerrados, o tienen otros usos.
«El problema mío era que casi siempre estaba "pasma'o" con el dinero. Cuando mis hermanas eran ya trabajadoras, de vez en cuando me dejaban caer algo, pero mi mamá era ama de casa, y el estipendio venía de mi papá, que en eso nunca fue demasiado generoso, porque decía que uno tenía que sudar para saber lo que cuesta cada cosa en la vida.
«Recuerdo que una vez, cuando ya tenía edad para aprender a manejar, el viejo me dio un dinero para que pasara la escuela y sacara la licencia y me lo gasté en otra cosa. Eso me costó que por años él se negara a enseñarme, y vine a aprender bastante tarde.
«Otra vez, en unas vacaciones, ya en los años 80, cogí una contrata para trabajar en los carnavales y ganar unos pesos. Aquella experiencia como gastronómico fue tremenda. Andaba con dos latas llenas de hielo vendiendo cerveza en las tribunas en pleno malecón. "¡Vaya, tu cervecita aquí!" Pero con lo que me pagaron, más las propinas que me dejaban todas las noches, recuerdo que me compré un reloj Vostok, y un pitusa porque el único que tenía, que me lo había hecho mi mamá, había caminado más kilómetros que un "almendrón"»
«A los 21 años ya yo era novio de Adriana». (Foto: Granma)
¡Tremenda pena pasé ese día!
«A los 21 años ya yo era novio de Adriana y mi suegro, que trabajaba en un "Pío-Pío", con frecuencia hacía alguna "donación" para que pudiéramos salir a algún lugar. Aun así, la primera vez que invité a Adriana a un restaurante fue al Castillo de Jagua, en 23, y a la hora de pagar no me alcanzaba el dinero. Tuve que ir a buscar a casa de los suegros y regresar a pagar lo que faltaba. ¡Tremenda pena pasé ese día!
«En general, aquellas fiestecitas de los sábados, el cine y la playa, eran mis actividades favoritas. También con compañeros de las escuelas, donde estuve organizábamos a veces fiestas y otras salidas. Las etapas de escuela al Campo las disfrutaba también y no me perdí una.
«Pero ahora que han pasado los años, cuando miro hacia atrás me doy cuenta de que hay vivencias de esa etapa que en su momento no pensé que fueran tan importantes, no las valoraba. Uno no se percataba de que estaba viviendo ciertos momentos históricos. Ir a las manifestaciones en la Plaza de la Revolución con mi CDR y escuchar un discurso de Fidel, por ejemplo; desfilar cada 1ro de Mayo con Arroyo Naranjo... Cuando la despedida de duelo a las víctimas del crimen de Barbados yo tenía 11 años. Viví ese fervor revolucionario rodeado de tanta gente de todas las edades... Fueron eventos que hoy me doy cuenta de cuánto influyeron en mi formación.
«Lo otro es que uno se percata ahora de cuán sana era aquella juventud, y cuán dichosos fuimos, a pesar de las carencias. Aquí converso con muchos jóvenes, y otros que son contemporáneos conmigo, que me cuentan que, desde que tienen uso de razón, en sus hogares se usaban drogas, o en la escuela probaron las drogas, o lo hicieron con sus amiguitos del barrio. Muchos de ellos me explican que sus abuelos fueron pandilleros, sus padres fueron pandilleros, y ellos no conocieron otra cosa. Asistieron a escuelas que tenían detectores de metales en las entradas, y desde chiquitos solo tuvieron dos opciones: o ser pandilleros, o ser abusados por las pandillas. Casi todos tienen amigos y familiares que han muerto víctimas de la violencia.
«Y cuando les digo que nunca he visto la marihuana, y mucho menos otras drogas, se ríen, y no me creen. Por eso digo que nosotros fuimos dichosos, porque a lo largo de estos años he podido ver de cerca el daño que hacen las drogas: violencia, personas destruidas, familias desintegradas porque sus seres queridos cumplen largas condenas; otros seres que, por culpa del vicio, ya no son tan queridos, y sus familiares han preferido olvidarlos; unos que mueren, otros que están muertos en vida.
«Mientras más casos conozco, más me doy cuenta de lo dichosos que fuimos nosotros, de lo dichosos que son nuestros jóvenes aún hoy; y más me convenzo de que ese ambiente sano, esa tranquilidad y seguridad de la que gozamos en Cuba, es algo que tenemos que luchar por mantener, cueste lo que cueste». - See more at: http://www.soycuba.cu/noticia/gerardo-las-fiestas-del-sabado-y-lo-que-nunca-vio#sthash.lFoEjG46.keJ0P9fN.dpuf