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Por Nyliam Vázquez García
 | Gerardo Hernández y Carmen Nordelo |
Un
día a Carmen comenzaron a borrársele los recuerdos. Fueron tiempos
difíciles para la familia y aún más para el hijo que le faltaba a su
regazo. Tan lejos, él no podía hacer lo que más ansiaba: llevarla al
médico, buscar sus medicinas, acompañarla, velar su sueño… no sé. Peor
aún, esa nueva circunstancia le negó, desde unos años antes, la visita
de su vieja. Ella ya no pudo cerrar las puertas del hogar en Arroyo
Naranjo, La Habana, cruzar el océano, desandar carreteras para llegar a
la prisión de máxima seguridad en Victorville, California.
¿Cuánto atormenta el dolor de una madre? ¿Cuánto pesa el sufrimiento de
un hijo? Han pasado cinco años desde que Gerardo Hernández Nordelo
recibió en prisión la fatal noticia. Su Mamucha no había aguantado. Él
no pudo despedirse y todavía a la tumba de Carmen Nordelo le faltan las
flores de su hijo y esas palabras que él habrá de decirle allí donde
debió estar aquel 2 de noviembre. Uno puede adivinar la lucha
silenciosa de una mujer, de una madre, por no perder la batalla, por no
faltarle a su muchacho. Ahora Mirta, la madre de Antonio Guerrero, nos
da todos los días una lección de lo que solo pueden hacer ellas. Seguro
Carmen se aferró a esa fuerza vital materna para guardar lo más cierto
de su vida: sus hijos y él, quien más la necesitaba. Para el libro
Retrato de una ausencia, Adriana contó que en momentos en que su suegra
no reconocía a nadie, la voz de su niño siempre fue un bálsamo.
Él le hablaba con toda ternura, quizá le contaba algún chiste y seguro
le repetía mil veces que estaba entero, que no se preocupara. La única
señal de que ella sabía a quién pertenecía esa voz llegada a través del
teléfono era la lágrima caprichosa que le surcaba el rostro. Esa, su
forma de decir, ya sin poder hablar: «Mijo, yo sé que eres tú».
¡Cuánto habría dado Carmen por ver a Gerardo libre, junto a la mujer
que ama, rodeado de sus sobrinos, en familia! ¡Cuánto habría dado
Gerardo por abrazar a su madre aunque fuera una vez más…!
Cualquiera, más allá de argumentos legales, podría entender tal dolor
alojado en el pecho. Quizá, también, podría quedar rendido ante la
valentía del hijo de Carmen. Cuando a la prisión solo le llegaban malas
noticias del deterioro de la salud de su madre, a él le preocupaba la
noticia, el momento en que fuera definitivo que ya no pudiera dar el
abrazo final. «Quería que fuera Adriana o alguien de su familia quien le
contara, y no los guardias de la prisión», recordó Alicia Jrapko hace
poco en un diálogo con JR. No quería darles a sus carceleros el gusto de
verlo triste o abatido. Ese día, hace cinco años atrás, fue una jornada
aparentemente normal en Victorville, pero en el pecho de un prisionero
había un motín. Con el alma deshecha, Gerardo hizo lo impuesto
por la rutina de una cárcel sin que nadie supiera que su mundo se movía
bajo sus pies, que en La Habana se despedía a Carmen y que su presencia
hacía falta en el reparto Alcázar para llorar unidos. ¡Cuánto habrá
añorado su hermana Chabela los brazos de ese muchacho, cuánto le habrá
apretado el pecho a su Adriana pensar en todos los sentimientos que
estaba experimentado su esposo el día de la muerte de su madre…!
Han pasado cinco años y seguramente cada nuevo noviembre se agolpan los
recuerdos. Vuelve la ansiedad. Gerardo tiene una deuda. Entre las
muchas cosas que tendrá pendiente, está ese diálogo silente e íntimo con
su vieja y esas flores germinadas en sus manos que aún le faltan a la
tumba de Carmen. Pero para que Gerardo cumpla, para que viva lo que debe
vivir, para que no le falte más a su familia, a su esposa, hay que
traerlo a casa, hay que seguir en la batalla por el regreso de esos
hombres que han pasado 16 años tras rejas que no les corresponden.
Cuando logremos que Gerardo esté aquí, con sus flores para Carmen, tal
vez con el rostro surcado de humedad, Cuba entera sabrá que no habrá
madres más felices, ni en el cielo ni en la tierra, que las madres de
los Cinco, mientras las hojas de los frondosos árboles del camposanto le
devuelvan un susurro: «Mijo, yo sé que eres tú». Fuente IslaMía:
http://islamiacu.blogspot.com/2014/11/mijo-yo-se-que-eres-tu.html
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