Por Nyliam Vázquez García
Alicia y Bill coordinan en Estados Unidos las acciones del
Comité
Internacional por los Cinco. Llevan una vida dedicada
al regreso de
estos hombres
La
tarde antes del regreso a casa, Alicia Jrapko y Bill Hackwell volvieron
al apartamento de Josefina en la calle Universidad. Decidieron que se
tomarían ese tiempo para ordenar maletas, hacer unas llamadas
pendientes. Sobre las 6:00 p.m. tenían previsto reunirse con unos
amigos, repartir abrazos y a la mañana siguiente ya estarían tomando un
vuelo hacia los Estados Unidos.
Fueron
días muy intensos en La Habana, no solo por recibir la Medalla de la
Amistad de manos de René y Fernando, sino porque para este matrimonio
dedicado a la lucha por la libertad de los Cinco, estar en Cuba
significa retroalimentarse, participar en actividades, relacionarse con
la gente.
Nunca
el tiempo alcanza, así que cuando Alicia confirmó por teléfono que en
esas horas de tranquilidad conversaría con los lectores de JR, las dos quedamos satisfechas al saber que por fin lo habíamos conseguido.
Alicia
abre la reja. El apartamento de Josefina, esta cubana del mundo, como
prefiere identificarse, porque no vive todo el tiempo en La Habana, está
rodeado de afiches de los Cinco, de fotos por doquier. Alicia y
Josefina se conocieron gracias a Gerardo y en el apartamento se respira
solidaridad. Seguimos hasta la cocina y allí nos acomodamos.
Mientras
ella nos cuenta de Gerardo, de los avances del movimiento de
solidaridad, de las nuevas acciones, Bill pasa de una habitación a otra
ordenando las maletas. A veces ella le consulta algo, él se asoma y
responde, hasta que, avanzado el diálogo, se incorpora y complementa en
una mezcla de inglés con un poquito de español las reflexiones de su
esposa.
Un día normal de Alicia y Bill
«Muy temprano… la primera cosa que Alicia hace es mate», asegura Bill y ella se ríe reconociéndose en su voz.
Se conocieron en 1995 en una Caravana de Pastores por la Paz, cuando esta había cruzado la frontera Búfalo-Nueva York.
«No
nos habíamos visto nunca a pesar de que vivíamos en la misma zona. Al
regresar nos pusimos en contacto, Bill tomó muchas fotos en ese viaje,
me invitó a su casa, empezamos a salir, a conocernos más».
Después, situaciones de trabajo hicieron que ambos comenzaran a laborar en el mismo sitio y en el 2001 empezaron a vivir juntos.
«Recuerdo
que estábamos desempacando cuando ocurrió lo de las Torres Gemelas. Nos
mudamos juntos entonces. No lo voy a olvidar nunca», rememora ella.
«Nosotros
trabajamos haciendo evaluaciones de programas de servicios sociales que
reciben fondos del Gobierno federal y a medida que estos programas se
van cortando por falta de fondos, nuestro trabajo también disminuye. La
oficina, que era grande, con personal y administrativos, cerró, así que
comenzamos a trabajar desde la casa y todavía lo hacemos así.
«Como
estamos en la casa, entonces organizamos el día para trabajar por los
Cinco y en nuestras labores. Desde que nos levantamos nos conectamos con
el mundo y vamos haciendo las cosas que tenemos que hacer», apunta
ella.
Se
reparten las tareas cotidianas, alternan las responsabilidades de
preparar la comida, hacer las compras, limpiar la casa… Ambos pasan
muchas horas frente a la computadora.
A
Alicia le brillan esos ojos azules tan expresivos, pareciera que por
unos instantes deja de estar en la cocina del apartamento y se
transporta al sitio que más la complace junto a Bill.
«Nosotros
disfrutamos todos los días de una caminata alrededor de un lago cerca
de la casa, son tres millas, un paisaje hermoso, con aves… esas tres
millas de caminata son para relajarnos y conversar tranquilos», dice.
Bill
casi no habla español, pero lo entiende y cuando escucha siente un
aguijonazo. Salta enseguida y apostilla con un castellano de lujo:
«No, no, conversar... es reunión».
Ella
suelta una carcajada y él sigue: «Alicia dice: “Hoy... este, este,
este...» y apunta con el dedo para dejar claro que Alicia también
trabaja durante el paseo.
Ella se defiende:
«Sí,
porque cuando estamos en la casa, uno está en medio de algo y el otro
en otra cosa y no nos prestamos atención. Bill por ahí me dice algo, le
digo: “Sí, sí, sí”, pero no me enteré de lo que me dijo. En el lago, sin
teléfonos ni computadora conversamos: hoy vamos a hacer esto, tenemos
pendiente lo otro, qué vamos a cocinar esta noche», y vuelven a reír los
dos.
Una vida por los cinco
Bill,
por ejemplo, cada día temprano recopila la información que puede ser de
interés de Gerardo. Antes también lo hacía para Fernando. Rastrea los
grandes medios, los blogs, agencias. Usa las alertas de Google para todo
lo relacionado con los Cinco y lo que encuentra lo coloca en una
carpeta para enviarlo. Una vez a la semana se llega al correo postal y
le envía un amplio volumen de información a Gerardo. Los empleados del
correo ya lo conocen, dice Bill.
Alicia,
escribe, hace contactos, coordina las acciones del Comité Internacional
por la Libertad de los Cinco en Estados Unidos. Cuenta que en los
últimos años se han incorporado compañeros muy buenos y muy
comprometidos.
«Nosotros
somos la cara del Comité, pero hay un grupo muy fuerte y comprometido
trabajando. Nos reunimos una vez a la semana a través de conferencias
telefónicas, porque vivimos en ciudades diferentes, y planeamos lo que
vamos a hacer. Tenemos un número de teléfono en común al que todos
llamamos a la misma hora», cuenta Alicia.
Cuando
planeamos la jornada cada compañero asume diferentes responsabilidades,
por ejemplo logística, hospedaje, publicidad, diseño de carteles y
pancartas, programa en general, trabajo de cabildeo, transporte, etc.
Son muchas cosas».
Uno
puede pensar que son muchísimas personas los que organizan las Jornadas
solidarias en Washington, incluidas las protestas frente a la Casa
Blanca, los talleres y todo cuanto ocurre, pero Alicia nos aclara:
«Dedicadas igual que Bill y yo somos ocho personas».
Primer acercamiento
Alicia les escribió a los Cinco desde 2001, cuando se hizo público el caso.
«En
2001, cuando nosotros supimos del caso, comenzamos a escribirles a
todos. Ellos todavía estaban en Miami. Nos llamó la atención que nos
contestaran. Yo pensaba “con toda la gente que les debe estar
escribiendo, no me van a contestar”. Pero sus respuestas llegaban,
recuerda Alicia.
«Cuando
termina el juicio, los sentencian y los mandan a diferentes estados,
Gerardo va a California, que no hizo ninguna diferencia, porque la
correspondencia es rápida, no importa dónde estés».
«Cuando
lo mandan a California, le seguí escribiendo. No lo conocía, yo
recuerdo que era en un Mundial de fútbol y él me hizo dos bromas: una
con la birome —la bolita esa que tienen las lapiceras, que es un invento
argentino, la primera marca de lapicera que hubo—. Él me hizo una
historia con la birome, ¡tan graciosa! Recuerdo que me reí mucho.
Tenemos miles de cartas archivadas de todos ellos», apunta Alicia.
«La
otra con el Mundial de fútbol, recuerdo que perdimos y él me dibujó una
pelota con otra historia graciosa y ahí empezamos a comunicarnos más
seguido. Él me hablaba del mate, que él tomaba porque conoció a unos
argentinos cuando estaba en Miami. Nos escribíamos mucho, hubo un
acercamiento».
Alicia
recuerda que en medio del intercambio epistolar algunos de los Cinco
les envían los formularios para las visitas a prisión: «Nosotros los
presentamos, pero solo nos aprobaron la visita con Gerardo».
La primera visita a Gerardo
En
12 años, este matrimonio lo ha visitado más de 60 veces. Tratan de
hacerlo cada dos o tres meses, porque la dinámica para llegar a la
prisión de máxima seguridad de Victorville, como antes a Lompoc, es
compleja.
«Para nosotros fue muy emocionante. Fue en octubre de 2002.
«Una
de las bromas de Gerardo fue lo de la edad. Imagínate cuando estás en
prisión y te comienzas a escribir con un matrimonio, no sabes si son
jóvenes o no. Por mi letra pensó que yo era una persona mayor, así que
lo primero que me dijo fue: “Me mandaron a la hija”». Alicia brilla al
regresar a esos momentos, a esa primera vez junto a quien hoy considera,
como a cada uno de los Cinco, un gigante.
«Nosotros
no conocíamos a las familias, no conocíamos a Adriana, conocíamos muy
poco de todo esto, porque era muy nuevo. Ellos se enteraban de las
acciones que hacíamos y comenzaron a llamar por teléfono, porque los
teléfonos también tienen que ser aprobados en una lista. Recuerdo que
René llamaba al Comité —en ese momento Alicia formaba parte del Comité
Nacional en Estados Unidos— y lo escuchábamos.
«Gerardo me llamó una vez y yo estaba en una reunión y puse el teléfono en altavoz y la gente le cantó Cuba qué linda es Cuba,
cosas del inicio que para ellos tienen que haber sido muy importantes,
porque estábamos en Estados Unidos, ellos sabían que habíamos empezado a
luchar para que se conociera el caso. Éramos un grupo pequeño, pero
éramos muy ruidosos», apunta.
Un momento muy especial para Alicia y Bill fue cuando conocieron a los familiares.
«En
2002, Bill hizo una exposición de fotografía en el teatro Mella y esa
fue la primera vez que todos los familiares vinieron a conocernos. Me
quedé muy extrañada. Gerardo sabía de la expo, de que veníamos y
recuerdo que a una cierta hora vino una persona que nos dijo que los
familiares de los Cinco vendrían a la exposición. Las madres, las
esposas… resultó muy emocionante porque realmente no nos imaginábamos
que iban a estar allí», asegura esta argentina que se deja la piel por
los cubanos.
Una prisión de máxima seguridad
Gerardo
lleva 16 años tras las rejas. En Lompoc, adonde lo enviaron una vez
terminado el juicio y tras tres años del arresto en 1998, estuvo dos
años. En Victorville, como nos recuerda Alicia, Gerardo lleva una
década.
«Las
visitas duran de 8:00 a.m. a 3:00 p.m., pero en realidad cuando llegas
tienes que llenar un formulario, tienes que esperar, luego te llaman, te
hacen pasar por una máquina, te lo tienes que quitar todo, zapatos,
cinto, todo lo que suene. No puedes llevar absolutamente nada, solo
monedas para comprar refrescos o papitas, cosas envueltas. Hay
microwave, por si compras una hamburguesa, pero son cosas que no son ni
naturales ni sanas. No permiten llevarles comida a los presos. Solo una
bolsa transparente con monedas para que se vea, es lo único que se puede
entrar», rememora Alicia.
Para cuando termina ese proceso, según Alicia y Bill, ya perdieron como una hora.
«Luego
los van llamando. De repente, por una puerta aparece Gerardo. Nos da un
abrazo y nos sentamos a conversar, por cuatro o cinco horas, en unos
asientos muy incómodos. En Victorville te ponen una mesita entre el
preso y los visitantes y sillas de plástico. Siempre estamos uno al lado
del otro y Gerardo de frente. Todos los presos se colocan a un mismo
lado de las mesas. Así pasamos el tiempo conversando, compramos algunas
papitas, algunas cositas para entretener. A las tres en punto se van,
nos despedimos, los presos hacen fila para volver a entrar, y las
visitas van saliendo poco a poco. Gerardo siempre levanta su puño en
alto en señal de despedida, es una imagen que no podemos borrar de
nuestra mente por muchos días.
Para llegar a esas horas de comunicación personal, Alicia y Bill viajan seis horas en auto.
«Si
quisiéramos y pudiéramos, podríamos ir todos los fines de semana. Las
visitas son sábado, domingo y lunes. Hay prisiones que establecen menos o
más días para las visitas, pero no podemos. Quedarnos en hotel, comer
fuera, una serie de gastos que no podemos hacer todos los fines de
semana», apunta Alicia. Gerardo también recibe visitas de los cónsules,
los abogados, algunos de sus familiares que reciben visa, algunos amigos
de otros países; es importante respetar sus tiempos también.
«Lo
que hacemos generalmente: vamos un día antes, nos quedamos en un hotel,
vamos a la visita y cuando termina nos montamos en el auto y
regresamos. Es muy cansador, pero cada visita vale la pena y nos
reconforta. A veces salimos bien tempranito de la casa y tratamos de
entrar al menos par de horas ese día y al otro estamos las seis horas».
Cuando comenta este detalle, recuerda que se hacen las visitas pensando
lo mejor, pero en alguna que otra ocasión a través de los años, después
de hacer todo el trayecto, ha resultado que la prisión está en Lockdown.
Es una situación que han vivido los familiares de los Cinco, lo cual es
aun más difícil porque además de ser sus familiares viajan desde La
Habana y por un tiempo limitado, es algo cruel por lo cual han tenido
que pasar.
Gerardo
«A
través de todas las visitas nos acercamos cada vez más a él y a sus
familiares. En un par de ocasiones tuve el privilegio de acompañar a
Carmen, su mamá. Hemos ido en varias ocasiones para pasar su
cumpleaños».
Alicia
y Bill son quizá quienes han estado más cerca de Gerardo en los últimos
12 años. Su dibujo particular de Gerardo resulta especial.
«Gerardo
tiene un sentido del humor increíble, es muy cierto. Él tiene el
sentido del humor de la persona que es seria y, cuando te hace una
broma, no te das cuenta y caes. Nosotros hemos caído muchas veces en la
trampa de los chistes de Gerardo, yo sobre todo. Él me dice cualquier
cosa y yo: «¿Verdad? Me lo creo, ¿viste?», cuenta Alicia con ese acento
argentino inconfundible.
«Me
he puesto en contacto con muchos cubanos a través de Gerardo. Muchos
solidarios a través de Gerardo. Él le dijo a Josefina, “tienes que
escribirle a Alicia”. A Katrien —Katrien Demuynck, del Comité por la
Libertad de los Cinco en Bélgica— le aceptaron las visitas; nosotros los
acompañamos, luego ellos vinieron a nuestra casa, y nos hicimos amigos
de ellos a través de Gerardo y de muchos compañeros de la solidaridad,
en EE.UU., que se escriben con él y le piden información sobre el caso y
él les pide: “Comuníquense con Alicia”.
«Él
me llama: “Mi herma, mi hermana”, yo lo llamo mi hermanazo. Tenemos una
relación muy familiar, él conoce la historia de mis hijos, cuál de
ellos se casó, cuándo cumplen años… siempre pregunta por la familia, se
acuerda de los cumples de mis hijos, realmente él está al tanto de
nuestras vidas, o sea, no solo nosotros de la suya».

La
III Jornada de Solidaridad cinco días por los Cinco, en Washington fue
superior a las anteriores y mostró la madurez del movimiento.
En
el mensaje enviado por el Héroe con motivo de la Medalla de la Amistad a
Alicia y a Bill había una nota especial para su «secretaria».
«Lo
de la secretaria es una broma. Se lo dice a todo el mundo, hasta a
personas que no conoce. A mí me dice así y a Bill le dice el segundo
secretario. Under quiere decir debajo, así le dice y quiere decir el que
está debajo del cargo de secretaria, o sea el segundo del comando. Nos
dice que nosotros somos el personal de la oficina, yo soy la secre y
Bill es el under.
Bill vuelve a la carga, comenta de Tony, de los proyectos que han hecho juntos y del diálogo más reciente con el artista.
Revive
la conversación. Hacía tiempo que no hablaba con Tony: «Bill, ¿cómo
estás? Solo tengo un minuto, porque cierran la prisión. Pero tengo
trabajo, otro proyecto para ti, te lo envío. Ok, bye».
Tony, en la voz del esposo de Alicia, tiene un objetivo y él lo aclara:
«El
punto es que Alicia y yo estamos más cerca de Gerardo porque lo hemos
visitado durante 12 años, pero también estamos cerca de los otros
compañeros, porque ellos saben que cualquier cosa que necesiten pueden
contar con nosotros».
¿Qué otra cosa podemos hacer?
Alicia y su equipo siempre se hacen la pregunta que nos enseñaron los niños de La Colmenita en Abracadabra, que es de algún modo la pregunta que impulsa la solidaridad mundial.
«Creo
que la gran mayoría de las personas se ha dado cuenta de que
dondequiera que hagas las acciones tienen que repercutir en EE.UU. y hay
que apoyar el trabajo en EE.UU.
«Lo
hemos comprobado en los últimos tres años, sobre todo este último. O
sea, más participación, más aportes a la organización de estos eventos,
la participación de parlamentarios, intelectuales, personalidades como
Ramonet, Moráis, jamás nos imaginamos que estarían con nosotros, y en
ese sentido lo vemos como que hemos madurado», subraya Alicia en
referencia a las Jornadas de solidaridad internacional organizadas en
Washington.
«Ya
empezamos a trabajar para la cuarta y tenemos que pensar bien lo que
vamos a hacer. Hay cosas que las vamos a hacer: rally frente a la Casa
Blanca, las visitas al Congreso, un concierto con algún grupo conocido,
pero las otras acciones las estamos pensando. Dentro de todo,
considerando el medio hostil en el que trabajamos, estamos contentos», y
otra vez la sonrisa, los ojos azules iluminados.
Se
nos ha hecho tarde. Alicia y Bill ya deberían estar en la cita de
despedida y aún se concentran en el apartamento de la calle
Universidad. Regresan a casa con muy buena energía. Ellos no son los
únicos.