Una orquesta de ancianos desafinados ejecuta en desorden un
imposible “Bésame Mucho” en las escaleras de la estación Bruselas Norte.
Algunas estaciones más adelante espera Gerardo Hernández, uno de los
tres agentes de inteligencia cubanos liberados en diciembre pasado luego
del acuerdo al que llegaron Washington y La Habana con la mediación del
Vaticano para el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas.
Si
hay una historia dentro de la historia que sintetiza el antagonismo
entre Estados Unidos y Cuba, ésa es la de los agentes cubanos condenados
en Norteamérica a penas desproporcionadas en relación con los actos
cometidos.
Gerardo Hernández es uno de los 5 agentes de inteligencia
cubanos (Ramón Labañino Salazar, René González Sehwerert, Fernando
González Llort, Gerardo Hernández Nordelo y Antonio Guerrero Rodríguez)
que a mediados de los años 90 cumplieron misiones especiales en
territorio estadounidense con el fin de descubrir y desarticular las
acciones terroristas que los grupos contrarrevolucionarios planificaban
en Miami y luego cometían en Cuba –sabotajes, atentados contra los
hoteles y centros turísticos–. Los cinco fueron descubiertos y
arrestados en 1998. Más tarde, en uno de los juicios más extensos de la
historia judicial norteamericana, los agentes cubanos fueron condenados a
penas que, más que a justicia, equivalían a un castigo político
orquestado por la obsesión de las administraciones norteamericanas con
Cuba. A Gerardo Hernández, acusado de “conspiración para cometer
asesinatos”, le tocó lo equivalente a dos cadenas perpetuas.
Por lo
general, estos casos de agentes descubiertos en otro territorio se
resuelven a puertas cerradas y mediante una negociación. Con los cinco
cubanos fue todo lo contrario. Acusados de espionaje y otras
barbaridades, los llamados “Cuban Five” fueron sancionados con un juicio
celebrado en Miami y utilizados como instrumento de manipulación
política. Hoy liberado, nada refleja en la frescura inteligente de
Gerardo Hernández los 16 años pasados en las cárceles norteamericanas,
ni los vejámenes sufridos, ni los largos meses de detención bajo el
estricto régimen de aislamiento absoluto.
Gracias a la intervención del
senador estadounidense Patrick Lehay –uno de los más fervientes
militantes por el fin del embargo contra Cuba– Hernández tuvo un hijo
mientras estaba en la cárcel. El senador ayudó a organizar la
inseminación artificial de la esposa de Hernández, Adriana Pérez. Tras
18 meses de negociaciones secretas y con el papa Francisco como garantía
de lo que había sido imposible, los tres cubanos que permanecían
encarcelados en Estados Unidos (Antonio Guerrero Rodríguez, Gerardo
Hernández Nordelo y Ramón Labañino Salazar) recuperaron la libertad el
mismo día del histórico anuncio, el 17 de diciembre de 2014.
–Los agentes cubanos condenados en Miami fueron el tema que bloqueó
y, al mismo tiempo, desencadenó la negociación con Estados Unidos.
–Sí, exactamente. Nuestro caso duró tanto en el tiempo justamente
por el conflicto y el tipo de relaciones, o de no relaciones existentes,
entre Cuba y los Estados Unidos por más de medio siglo. Eso fue lo que
le imprimió una connotación política al caso de los cinco cubanos, a eso
se debió el ensañamiento con nosotros. Recuerden que años atrás hubo el
caso de unos espías rusos que fueron arrestados. Pero acá, rápidamente
hubo una negociación y fueron enviados a su país sin juicio ni nada. Lo
que complicó el caso nuestro fue la historia del conflicto entre Cuba y
los Estados Unidos. Paradójicamente, también facilitó su solución. Desde
luego, la solución de nuestro caso no se puede resumir a esa
negociación, sino también influyó el apoyo y la solidaridad que
recibimos durante tantos años. Llegó un momento en que los cinco éramos
ya muy conocidos, había presidentes pidiendo nuestra liberación,
personalidades religiosas, políticas y culturales. Nos habíamos
convertido en un caso bastante incómodo para los Estados Unidos. De
todas formas, a nosotros nos costó mucho trabajo hacer que se lograra
hacer conciencia sobre nuestro caso. Fue uno de los juicios más largos
de la historia judicial de los Estados Unidos. Duró siete meses y hubo
más de 100 testigos. La prensa mantenía un silencio casi absoluto. Poco a
poco fue necesario el trabajo solidario de compañeros y compañeras que
salían a manifestar a la calle.
–Hoy lo sabemos, el Papa desempeñó un papel primordial en este
acuerdo. El Vaticano fue garante del proceso de liberación. ¿Usted sabía
que el Vaticano estaba mediando?
–No, no sabía. Para mí fue una sorpresa porque nosotros estábamos
ajenos a todo el proceso de negociación. No conocía el papel desempeñado
por el Vaticano. Me enteré después de lo que ocurrió, del papel que
jugaron varios cardenales, entre ellos el arzobispo de La Habana, el
cardenal Jaime Ortega, a quien le tengo mucho respeto. Estamos muy
agradecidos. Nosotros siempre aceptamos la ayuda de cualquier persona de
buena voluntad. Hay que recordar que nuestro caso, además de sus
connotaciones políticas, fue una gran tragedia desde el punto de vista
humano. Me alegra que el papa Francisco, siendo un papa latinoamericano,
haya sido consecuente. Le puedo decir que siento una gran admiración
por él. Ha tenido una actitud muy valiente, digna de admirar. En nombre
de nuestros familiares y de los cinco, que nos beneficiamos con esa
actitud, le enviamos nuestro agradecimiento.
–De hecho, si se observan las condiciones de la negociación, Cuba no
cedió. Washington juró siempre que jamás negociaría con Cuba en las
condiciones políticas actuales, y, sin embargo, así ocurrió.
–Mi opinión personal es ésta: por mucho tiempo, Estados Unidos se
mantuvo diciendo que no negociaría nada con Cuba mientras existieran los
Castro en el poder –es así como ellos se refieren a que la Revolución y
el pueblo cubano estén en el poder–, también decían que no tenían nada
que negociar con Cuba mientras el Partido Comunista estuviera en el
poder y mientras que la Revolución socialista se mantuviera. Todas esas
condiciones aún existen y sin embargo hemos conversado con la única
condición que Cuba ponía siempre: una conversación de igual a igual, con
absoluto respeto a nuestra soberanía y nuestra independencia.
–¿En algún momento sintió el peso de la historia que estaba sobre sus espaldas? Ustedes eran, en gran parte, la clave del nudo.
–Nunca vi el caso en esa magnitud. Recién empecé a sentir eso en los
tiempos finales, cuando se rumoreaba que podría haber una solución, y
sobre todo, cuando me enunciaron que iba a ser liberado. Ahí sí supuse
que ese podría ser el camino para que se avanzara algo más. En ese
momento no sabía que se había avanzado mucho más. Me enteré cuando el
presidente Raúl Castro pronunció sus palabras y estaba a su lado junto a
nuestros familiares. Los tres cubanos liberados no sabíamos nada de la
negociación. Nos informaron un día antes de la liberación y nos
enteramos del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con las
palabras de Raúl.
–Su caso representa un ejemplo mundial de la utilización de la justicia como instrumento de un conflicto con otro Estado.
–Si, el caso de los cinco fue más una venganza contra le Revolución
cubana, contra los cubanos revolucionarios. Estados Unidos vio la manera
de anotarse un punto y lo hicieron tomando a cinco personas como
rehenes. Nosotros reconocimos que habíamos violado algunas leyes de
Estados Unidos, como tener un pasaporte falso o ser un agente de otro
país sin inscribirnos en el Departamento de Estado. Ahora bien,
legalmente, nosotros teníamos derecho a hacer una defensa de necesidad y
explicar por qué, pero no se nos permitió. El juicio tuvo lugar en
Miami y carecimos de toda garantía. Fue un juicio totalmente parcial.
Fuimos encontrados culpable y se nos impuso la máxima sentencia posible
en todos los cargos. Castigando a los 5 pensaron que castigaban a la
Revolución cubana. El plan inicial era que, todos o algunos,
traicionaríamos y podernos usar así en un show mediático contra la
Revolución. No lo consiguieron y por eso vinieron los 17 meses en celdas
de castigo, más otros meses que pasamos en las mismas celdas sin haber
cometido ninguna indisciplina. Por eso nos negaron las visitas de
nuestras esposas.
–Paradójicamente, mientras a ustedes los condenaban, en Miami circulaba gente con un prontuario muy espeso.
–¡Es increíble! Estados Unidos dice tener una guerra contra el
terrorismo. Hay jóvenes norteamericanos que sirven en el ejército y han
muerto en otros países en nombre de esa lucha contra el terrorismo.
¡Pero tienen a los terroristas ahí! Todavía hoy Luis Posadas Carriles se
pasea libre por las calles de Miami. Posadas Carriles es el autor de un
atentado contra un avión de Cubana de Aviación que, en 1976, les costó
la vida a 73 personas, es promotor de bombas en hoteles de La Habana que
se cobraron la vida de un italiano. Tiene un historial terrorista
inmenso y se pasea libremente por las calles. Carriles y otros fueron
entrenados por la CIA con el objetivo de derrocar a la Revolución
cubana. Hubo un momento en la historia en que la CIA no tuvo nada más
que ver con ellos, pero miraron hacia otro lado y han hecho lo que han
querido.
–¿Esa fue su misión cuando fue enviado a Miami, investigar a esos grupos?
–Sí, Ibamos a investigar los planes de grupos terroristas como Alpha
66, los Comandos F4, Hermanos al rescate. Estos grupos todavía existen,
tienen ahí sus campos de entrenamiento. Lo cierto es que Cuba se quejó
muchas veces por las labores de estos grupos ante el gobierno
norteamericano, pero Estados Unidos continuó dándoles impunidad a esas
personas y, por consiguiente, fue necesario que Cuba enviara a sus
operativos para investigar e infiltrar esos grupos, enviar información a
Cuba y prevenir los actos terroristas.
–¿Su mirada sobre Estados Unidos y la Revolución cambió?
–Cambió en el sentido de que hoy mis convicciones y mi carácter de
revolucionario son más sólidos, al igual que mi amor por el pueblo
cubano. Viví 16 años en esas cárceles y en esa sociedad y en esos años
compartí en las prisiones muchísimas historias, dramas humanos, vidas de
jóvenes que pudieron haber sido ingenieros o doctores y, con apenas 20
años, están condenados a cadena perpetua. Esto es porque hay un sistema
que, desde que nacen, les inculca que hay que tener más y pisotear a
cualquiera con tal de triunfar en la vida y tener cosas. Es un
embrutecimiento total, se trata de un verdadero drama humano. Haber
pasado años en Estados Unidos, tanto en la calle como en la cárcel, ha
reafirmado mi convicción de que no importa cuántos problemas tengamos en
Cuba, tenemos que seguir trabajando para perfeccionar nuestro sistema y
nuestro socialismo. Yo no quiero para Cuba nada parecido a lo que viví
en Estados Unidos. De todas formas, yo no guardo ningún resentimiento ni
ningún rencor hacia Estados Unidos. No siento odio por nadie. Acaso
compasión.
–Usted también enfrenta otro cambio: recupera la libertad en otro
momento de la Revolución y con el gran enemigo como, tal vez, nuevo
aliado. La Cuba durante la cual usted estuvo preso no es la Cuba de su
libertad.
–¡Claro, sería raro que fuese la misma Cuba porque entonces
estaríamos negando la dialéctica nosotros mismos! Me alegro de que Cuba
haya cambiado y de que la mayoría de los cambios sean para bien. Ninguna
revolución puede quedarse estática. Estamos confiados en que el pueblo
cubano podrá enfrentar los retos a los que se enfrenta con este proceso.
Son retos importantes. Hay personas que apuestan por que, a través del
abrazo del oso, podrán lo lograr lo que no consiguieron durante más de
50 años de bloqueo, de agresiones y amenazas.
Fuente Página 12