Por César Gómez Chacón*

Los
días van pasando. Las fiestas también. Ya nos fuimos este lunes al
trabajo y a las escuelas, con más entusiasmo y alegría que nunca. El
2015 está de rápida arrancada y promete ser un año de grandes
acontecimientos, porque el mundo sigue más de cabeza, y la ley de
gravedad de la historia y de los seres humanos ya está haciendo y hará
lo suyo inexorablemente. Pero seamos optimistas: los milagros sí
existen… O los hacemos nosotros.
Los
cubanos tuvimos un fin de 2014 tan positivamente sorprendente, que
todavía cuesta trabajo creer que los Cinco, ¡todos! ya duermen en casa, y
que cantaron a coro El Necio con Silvio en una esquina del
Latinoamericano; que vimos a Raúl anunciar el restablecimiento de las
relaciones diplomáticas con los Estados Unidos; y a un Obama casi
sonriente, junto a un John Kerry seriamente reflexivo, reconocer a dúo
la necesidad del cambio de política hacia Cuba. Que conste que sólo
después descorchamos las botellas.
Y
uno piensa que la alegría es algo que no debiera explicarse. Restituir
los vínculos oficiales con el Gobierno norteamericano fue, claro está,
una excelente noticia para todo el mundo. Después de medio siglo de
terca y heroica resistencia por parte de nuestro pueblo, el acercamiento
diplomático o de cualquier otro tipo con los Estados Unidos era, más
que un anhelo, la convicción de que más temprano que tarde debía
enmendarse tamaña injusticia.
La
voluntad política de ambos gobiernos está dicha desde entonces. Pero no
será, y no está siendo ya, un camino expedito para las actuales
autoridades norteamericanas. Los días, los meses y ¿los años?
subsiguientes dirán la última palabra.
Sin
embargo, y si de inmensa alegría lloramos y reímos los cubanos, con la
sensación de placidez que produce cuando te quitan un inmenso peso de
encima, fue por el regreso de los tres hermanos, que completaba el fin
de la agonía de los Cinco y de todo este pueblo que no los concebía en
prisión ni por un mes y mucho menos por 16 demasiados largos años.
Para
la mayoría de nosotros ese era el mayor milagro y el gran gozo que
hemos y seguiremos festejando, porque constituye también la
confirmación, una vez más, del inmenso poder de las ideas, aún desde el
fondo de cinco celdas.
“Estamos
viviendo horas tremendas”, me comentó el día siguiente a aquel 17
interminable uno de esos hombres que atesora en sí mismo la virtud de
ser exquisito intelectual, dirigente de alto nivel y puro jodedor
cubano, una mezcla necesarísima en estos tiempos. Lo vi eufórico, luego,
en el concierto de Silvio con los Cinco, y comprendí aún mejor sus
palabras.
Los
milagros sí existen y son lo más normal del mundo. Por eso cada vez que
vemos a uno de los Cinco decir y hacer algo notoriamente cubano, jocoso
y natural, volvemos a reír y a secarnos las lágrimas de la emoción.
“¡Coño, nunca había llorado tanto, ni tan seguido, yo que me pasé la
vida diciéndole a mi hijo que los hombres no lloran”, me decía también
por aquellos días uno de esos buenos amigos que irradian alegría por los
cuatro costados, otro criollo cien por ciento, que aún en los momentos
más difíciles (que a veces vienen demasiado seguidos) siempre le saca
lasca a lo adverso y te pone a reír de tu propia (o de su propia)
fatalidad.
El
nacimiento de Gema, la hija tan esperada y concebida por “control
remoto” de Gerardo y Adriana se inscribe, desde este 6 de enero de 2015
como otro prodigio, no tanto de los viejos Melchor, Gaspar y Baltasar,
como de la amistad y la solidaridad del pueblo norteamericano con Cuba, y
de la labor muchas veces anónima de nuestra medicina revolucionaria,
que no por gusto repite este año el 4,2 por mil nacido vivos del pasado
año, una de las tasas mortalidad infantil más bajas del mundo.
Ver
a Fernando ya trabajando como vicepresidente del Instituto Cubano de
Amistad con los Pueblos, es otra de esas maravillas que alegran los
corazones de quienes sabemos que lo hará bien, porque es un hombre
bueno, y será el mejor regalo para los amigos de Cuba, que, sin pedir
nada a cambio, tanto hicieron por su regreso y el de sus cuatro hermanos
de lucha.
Tienen
razón quienes comentan que Los Cinco, tan cubanísimos y jocosamente
ocurrentes, como los hemos visto en cada tribuna o calle donde se han
parado, recuerdan a ese otro héroe criollo y bromista sin par, el
legendario comandante del sombrero alón y la sonrisa eterna. Sin el
humor que nos permite reírnos hasta de nosotros mismos, no hubiésemos
sido nunca el pueblo libre y soberano que hoy somos. ¡Gracias a los
Camilos de todos los tiempos! ¡Gracias a los muertos y a los héroes
vivos de nuestra felicidad!
En
este enero de victorias escuché por ahí, de buena tinta, que una
persona también muy querida en nuestro país llamó por teléfono a
Gerardo, pocos minutos después de su llegada, y aquel le salió con una
de sus bromas: “Hermano, todavía huelo a celda”. A lo que ese otro
excelente exponente de la cultura y la política cubanas (que no me deja
decir su nombre) le respondió algo así como: ¡Compadre, conserva y
traslada ese humor y esa frescura tuya a cualquier nueva tarea que te
den, que Cuba lo necesita tanto como tu heroísmo”.
Los
días van pasando demasiado rápido, y todos seguimos pensando en Fidel y
aquel “¡Volveran!” que no fue profecía, sino profunda convicción. Hoy,
cuando su pueblo enérgico y viril ríe y canta con lágrimas en los ojos,
es porque vive una inmensa emoción y una alegría largamente luchada, que
a él le pertenece por derecho propio.
Es
difícil explicarla, y tal vez nadie lo hizo mejor que el poeta y
escritor uruguayo Mario Benedetti, que por varios años vivió en Cuba
después de salir de presidio y verse obligado al destierro. Él escribió
por aquellos día de 1983 su cuaderno “Canciones del desexilio”. Años más
tarde el cantante argentino Juan Carlos Baglietto musicalizó e hizo
famoso uno de aquellos bellos poemas, que luego en Cuba nos los cantó
mil veces emocionada esa gorda querida, jodedora y cubanísima, que
responde al nombre de Sara González.
Aquí
van algunos fragmentos que parecen escritos para cantarse en estos
días, porque Mario y Sara (que tanto hizo también por la causa de los
Cinco), dondequiera que anden, de seguro están cantando y festejando con
nosotros.
(…)
Si los nuestros quedaron sin abrazo,
la patria casi muerta de tristeza,
y el corazón del hombre se hizo añicos
antes de que estallara la vergüenza
Usted preguntará por qué cantamos…
Cantamos porque el río está sonando,
y cuando el río suena suena el río.
Cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino.
Cantamos porque el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo.
Cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos.
Si fuimos lejos como un horizonte,
si aquí quedaron árboles y cielo,
si cada noche siempre era una ausencia
y cada despertar un desencuentro
Usted preguntará por qué cantamos…
Cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la Vida
y porque no podemos, ni queremos
dejar que la canción se haga cenizas.
Cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto, ni la bronca.
(…)
Cantamos porque el Sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo, en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta…
*Periodista Cubano. Colaborador de Cubadebate, La Jiribilla y otras publicaciones.
Tomado de Cubadebate