Por Omar Stainer Rivera*
Yo
soy un hombre metódico y predecible. Un hombre lleno de manías y
secretos, un ermitaño de su ermita. Yo soy un hombre que escucha
siempre, la misma canción, a la misma hora y en el mismo lugar. "Después que uno vive veinte desengaños/que importa uno más"
Él
me dijo que eso podía ser una ventaja para mí, que me ahorraría
dificultades en el futuro. Era un tipo raro, ambivalente, de esos que te
generan duda y confianza a la misma vez. Pero su juventud me impactaba,
me jodía, me hacía roña. Siendo casi un adolescente tenía una vida mil
veces más interesante que la mía. Un día le pregunté por su casa, por su
familia, y se enfadó; no dijo nada, pero ya yo sabía que cuando él no
decía nada era porque estaba molesto.
“Soy
Manuel, vengo de Puerto Rico y lo conozco desde hace mucho tiempo”. Él
dijo que venía de Puerto Rico, pero yo sospechaba que no era cierto. ¿De
dónde diablos me podía conocer aquel jovencito? Llegó a la librería y
fue directamente hacia mí, me pidió un libro sobre la crisis de los
misiles e intentó establecer una pequeña conversación. Pero luego volvió
otro día –yo nunca olvido una cara- y me pidió el mismo libro –tampoco
olvido una solicitud-. Y esa acción la repitió varias veces, hasta que
un día por fin me dijo que me conocía. En cierto sentido era verdad,
pero solo me podía conocer de la tienda. Sin embargo, lo que más me
estremeció fue que esa frase me la dijo en español y no en inglés. El
acento era harto conocido para mí, me habló de la misma manera que mis
padres. Yo me defendí, le dije que no entendía, que no hablaba español. Y
él se sonrió, con malicia juvenil, con seguridad, e insistió en el
susurro: “Soy Manuel, vengo de Puerto Rico y lo conozco desde hace mucho
tiempo”.
Ese encuentro siempre lo recuerdo, especialmente cuando me sumerjo en los acordes del Conjunto. Después que conozcas la acción de la vida/no debes llorar.
Ay, la acción de la vida y los otros mil asuntos. Ese tal Manuel,
después de todo, era un tipo simpático. Le dije que estaba equivocado,
que no podía conocerme porque mi círculo es bien reducido –no quise
decirle que mi círculo es casi inexistente-, pero él insistía con esa
frase que podría haber repetido hasta el cansancio. “Conozco a sus
padres. Son cubanos. Nos ayudaron antes”. ¿Mis padres? “Oiga, le pido
que no me tome el pelo. Mis padres fallecieron hace mucho tiempo”. “Su
padres eran Alberto y Nancy. Vinieron a este país en 1953 por una
colocación de su papá en una de las oficinas de la United Fruit Company.
Nunca más volvieron a Cuba”. Me puse muy nervioso. En la librería nadie
sabía que yo había nacido en Cuba, ni siquiera sabían que dominaba
perfectamente el español. Llegué a este país con apenas un año de vida;
había nacido el 10 de marzo de 1952, el mismo día que Batista dio un
sonado golpe de estado y se invistió de Presidente. Pero esa historia yo
la tenía bien enterrada, ¿por qué este joven la conocía? Mi nerviosismo
era visible, le dije que no podía seguir hablando porque debía atender a
otros clientes. Él sabía que no era verdad, porque simplemente no
existían esos otros clientes, y sin más ni más me dijo: “Comprendo,
regreso en otro momento”.
Ese
día no cambié mi rutina. Seguía siendo el mismo hombre metódico y con
las manías de siempre. Me encerré en mi habitación de la nostalgia,
prendí mi estéreo y retomé mi encuentro con el “Ciego Maravilloso”. Hay que darse cuenta que todo es mentira/que nada es verdad.
Nunca he entendido bien mi deseo irresistible-compulsivo por escuchar
esa canción. Intuyo que hago una especie de identificación entre Arsenio
y mi padre; ambos murieron en Estados Unidos a donde vinieron a buscar
lo que no parece que hayan encontrado.
Yo
esperaba que el joven Manuel regresara, pero no lo hizo, al menos hasta
pasado unos cuantos días. “Soy Manuel, vengo de Puerto Rico y lo
conozco desde hace mucho tiempo”. Esta vez estaba preparado para darle
una respuesta definitiva, contundente, ¿pero qué se podía responder ante
la no pregunta? “Espero que no te hayas deshecho de las cosas de tus
padres. Busca un viejo documento que se encuentra en la tapa de una caja
de Habanos y lo entenderás”.
¿Entender
qué? Si lo que leía me resultaba todavía más incomprensible. La cajita
existía, pero al parecer yo no la había revisado demasiado bien. El
documento del que me habló Manuel también existía, perfectamente
disimulado. Lo desdoblé con cuidado y recuerdo sus últimas palabras: “El
MOVIMIENTO 26 DE JULIO es el porvenir sano y justiciero de la patria,
el honor empeñado ante el pueblo, la promesa que será cumplida. Marzo,
19 de 1956.”
Actué
como si hubiese encontrado un documento fundacional. Más que
respuestas, encontré dudas, pesares, quejas no reconocidas, letras
torcidas, caras tapadas. Mis padres jamás dieron un indicio de lo que
ahora me parecía obvio; creo que esa era la idea. Quizás nunca es
demasiado tarde para llegar al fondo de las cosas. Quizás todo tiene una
explicación, y esa era el gran secreto, el que se llevaron de esta
vida.
Arsenio
es el más sabio de todos los filósofos que conozco. Negro y pobre,
incluso después que una yegua le pateara el feo rostro, fue capaz de
componer esa maravilla lúcida que me ayuda a vivir. Hay que vivir el
momento feliz/hay que gozar lo que puedas gozar/porque sacando la
cuenta en total/la vida es un sueño y todo se va.
Y
se fueron mis padres y no me quedaba claro si mi vida era un sueño o
auténtica realidad. Y se fueron ellos, los que siempre me hablaban de
Cuba, pero no regresaron jamás. Recuerdo un día que hacíamos una cena,
yo pregunté el motivo y simplemente se rieron, “Por Cuba”; así eran de
reservados. Y esa cualidad a Manuel parecía interesarle más que
cualquier otra, porque él me dijo en más de una ocasión que mis padres
eran personas en las que se podía confiar. De la manera que hablaba se
desprendía fácilmente que él confiaba más en ellos que yo mismo; a fin
de cuentas, todo indicaba que él los conocía mejor que yo. Una vez
cometió un error, me dijo que en realidad nunca los había conocido, pero
habían sido “amigos” de otros “amigos”. ¿Quiénes fueron en realidad mis
padres? ¿Por qué tenían una cajita de Habanos que escondía una
declaración del Movimiento 26 de julio? Él no dijo mucho, él nunca decía
mucho, solo lo necesario. Apenas dijo que mis padres eran buenos amigos
de Cuba, que si yo estaba dispuesto a hacer lo mismo. “Piénsalo. Tómate
todo el tiempo que necesites. Yo estaré muy cerca y sabré tu decisión”.
En
febrero del 98 tuve un pequeño encuentro con él. Estaba distante,
triste, como quien pierde a un ser querido. Nunca olvidaré su cara ese
día, ni sus gestos cansados, ni sus palabras preñadas de un raro
misticismo. Habló de un negro que se murió ciego, olvidado, pobre, pero
que dijo una gran verdad. “No lo olvides, la vida es un sueño”. Después
de ese día, nunca más volví a ver a Manuel. De cuando en cuando venía un
sujeto, siempre diferente, y dejaba un libro que yo debía colocar en un
estante, y luego, entregarlo a otra persona. Esa era mi gran ayuda por
Cuba, facilitar que un libro pasara de una mano a otra. Nunca me atreví a
revisarlos, ni siquiera me fijaba demasiado en el rostro de quienes los
traían o lo buscaban. Tampoco las personas me hablaban mucho, se
limitaban a hacer una solicitud que solo podían hacer los “amigos” de
Manuel.
Un
lunes, cuando leía la prensa, vi la cara de Manuel. Supe que era él
desde el primer momento. Lo habían detenido el sábado. Sentí miedo de
correr la misma suerte, de que pudieran venir de un momento a otro los
gorilas del FBI y arrancarme de mi mundo. Removí todas las cosas de mi
casa, busqué cualquier elemento que me pudiera incriminar; pero yo había
aprendido bien la lección. Solo encontré una cinta de Arsenio Rodríguez
y su Conjunto, con una dedicatoria en su cubierta que decía: “Para
Manuel”; nunca me atreví a regalársela. La realidad es nacer y
morir/por qué llenarnos de tanta ansiedad/todo no es más que un eterno
sufrir/y el mundo está hecho de infelicidad.
Una
vez me dijo que se corrían riesgos, que la vida sin riesgos era una
mierda y que siempre valía la pena arriesgarse por los sueños. “Un día
de estos me pueden detener, incluso a ti. En ese caso, nuestra labor
será completada por otros”. En esas cosas pensaba aquel día de fin de
siglo, con reminiscencias que poblaban mi mente a borbotones. Fui sacado
de mi letargo por una voz que me hablaba en español, y miré presuroso,
con ansias de encontrar el rostro amigo. Delante tenía a un joven que
amablemente solicitaba un libro de la crisis de los misiles. “Soy
Eduardo, vengo de Cuba y le traigo saludos de Manuel”.
NOTA
Este
cuento está inspirado en Gerardo Hernández Nordelo, Héroe de la
República de Cuba, quien cumple dos cadenas perpetuas más 15 años en
Estados Unidos. Su único delito cometido fue el deseo de proteger al
país que lo vio nacer del actuar de grupos terroristas asentados en la
Florida. Era conocido como Manuel Viramontes.
El
texto utiliza la canción “La vida es un sueño”, de Arsenio Rodríguez,
escrita después que le comunicaron que su ceguera era irreversible. Fue
un prolífero compositor y director de orquesta. Hizo su obra en
esencialmente en la década del 40 y el 50. Murió en Estados Unidos.
*Joven psicólogo espirituano.