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Cinco Héroes Cubanos
Qué sabes sobre estos valientes hombres?

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Entradas por tag: cuento
27 de Febrero, 2014 · Cinco Prisioneros en USA

Por Omar Stainer Rivera*

Yo soy un hombre metódico y predecible. Un hombre lleno de manías y secretos, un ermitaño de su ermita. Yo soy un hombre que escucha siempre, la misma canción, a la misma hora y en el mismo lugar. "Después que uno vive veinte desengaños/que importa uno más"

Él me dijo que eso podía ser una ventaja para mí, que me ahorraría dificultades en el futuro. Era un tipo raro, ambivalente, de esos que te generan duda y confianza a la misma vez. Pero su juventud me impactaba, me jodía, me hacía roña. Siendo casi un adolescente tenía una vida mil veces más interesante que la mía. Un día le pregunté por su casa, por su familia, y se enfadó; no dijo nada, pero ya yo sabía que cuando él no decía nada era porque estaba molesto.

“Soy Manuel, vengo de Puerto Rico y lo conozco desde hace mucho tiempo”. Él dijo que venía de Puerto Rico, pero yo sospechaba que no era cierto. ¿De dónde diablos me podía conocer aquel jovencito? Llegó a la librería y fue directamente hacia mí, me pidió un libro sobre la crisis de los misiles e intentó establecer una pequeña conversación. Pero luego volvió otro día –yo nunca olvido una cara- y me pidió el mismo libro –tampoco olvido una solicitud-. Y esa acción la repitió varias veces, hasta que un día por fin me dijo que me conocía. En cierto sentido era verdad, pero solo me podía conocer de la tienda. Sin embargo, lo que más me estremeció fue que esa frase me la dijo en español y no en inglés. El acento era harto conocido para mí, me habló de la misma manera que mis padres. Yo me defendí, le dije que no entendía, que no hablaba español. Y él se sonrió, con malicia juvenil, con seguridad, e insistió en el susurro: “Soy Manuel, vengo de Puerto Rico y lo conozco desde hace mucho tiempo”.

Ese encuentro siempre lo recuerdo, especialmente cuando me sumerjo en los acordes del Conjunto. Después que conozcas la acción de la vida/no debes llorar. Ay, la acción de la vida y los otros mil asuntos. Ese tal Manuel, después de todo, era un tipo simpático. Le dije que estaba equivocado, que no podía conocerme porque mi círculo es bien reducido –no quise decirle que mi círculo es casi inexistente-, pero él insistía con esa frase que podría haber repetido hasta el cansancio. “Conozco a sus padres. Son cubanos. Nos ayudaron antes”. ¿Mis padres? “Oiga, le pido que no me tome el pelo. Mis padres fallecieron hace mucho tiempo”. “Su padres eran Alberto y Nancy. Vinieron a este país en 1953 por una colocación de su papá en una de las oficinas de la United Fruit Company. Nunca más volvieron a Cuba”. Me puse muy nervioso. En la librería nadie sabía que yo había nacido en Cuba, ni siquiera sabían que dominaba perfectamente el español. Llegué a este país con apenas un año de vida; había nacido el 10 de marzo de 1952, el mismo día que Batista dio un sonado golpe de estado y se invistió de Presidente. Pero esa historia yo la tenía bien enterrada, ¿por qué este joven la conocía? Mi nerviosismo era visible, le dije que no podía seguir hablando porque debía atender a otros clientes. Él sabía que no era verdad, porque simplemente no existían esos otros clientes, y sin más ni más me dijo: “Comprendo, regreso en otro momento”.

Ese día no cambié mi rutina. Seguía siendo el mismo hombre metódico y con las manías de siempre. Me encerré en mi habitación de la nostalgia, prendí mi estéreo y retomé mi encuentro con el “Ciego Maravilloso”. Hay que darse cuenta que todo es mentira/que nada es verdad. Nunca he entendido bien mi deseo irresistible-compulsivo por escuchar esa canción. Intuyo que hago una especie de identificación entre Arsenio y mi padre; ambos murieron en Estados Unidos a donde vinieron a buscar lo que no parece que hayan encontrado.

Yo esperaba que el joven Manuel regresara, pero no lo hizo, al menos hasta pasado unos cuantos días. “Soy Manuel, vengo de Puerto Rico y lo conozco desde hace mucho tiempo”. Esta vez estaba preparado para darle una respuesta definitiva, contundente, ¿pero qué se podía responder ante la no pregunta? “Espero que no te hayas deshecho de las cosas de tus padres. Busca un viejo documento que se encuentra en la tapa de una caja de Habanos y lo entenderás”.

¿Entender qué? Si lo que leía me resultaba todavía más incomprensible. La cajita existía, pero al parecer yo no la había revisado demasiado bien. El documento del que me habló Manuel también existía, perfectamente disimulado. Lo desdoblé con cuidado y recuerdo sus últimas palabras: “El MOVIMIENTO 26 DE JULIO es el porvenir sano y justiciero de la patria, el honor empeñado ante el pueblo, la promesa que será cumplida. Marzo, 19 de 1956.”

Actué como si hubiese encontrado un documento fundacional. Más que respuestas, encontré dudas, pesares, quejas no reconocidas, letras torcidas, caras tapadas. Mis padres jamás dieron un indicio de lo que ahora me parecía obvio; creo que esa era la idea. Quizás nunca es demasiado tarde para llegar al fondo de las cosas. Quizás todo tiene una explicación, y esa era el gran secreto, el que se llevaron de esta vida.

Arsenio es el más sabio de todos los filósofos que conozco. Negro y pobre, incluso después que una yegua le pateara el feo rostro, fue capaz de componer esa maravilla lúcida que me ayuda a vivir. Hay que vivir el momento feliz/hay que gozar lo que puedas gozar/porque sacando la cuenta en total/la vida es un sueño y todo se va.

Y se fueron mis padres y no me quedaba claro si mi vida era un sueño o auténtica realidad. Y se fueron ellos, los que siempre me hablaban de Cuba, pero no regresaron jamás. Recuerdo un día que hacíamos una cena, yo pregunté el motivo y simplemente se rieron, “Por Cuba”; así eran de reservados. Y esa cualidad a Manuel parecía interesarle más que cualquier otra, porque él me dijo en más de una ocasión que mis padres eran personas en las que se podía confiar. De la manera que hablaba se desprendía fácilmente que él confiaba más en ellos que yo mismo; a fin de cuentas, todo indicaba que él los conocía mejor que yo. Una vez cometió un error, me dijo que en realidad nunca los había conocido, pero habían sido “amigos” de otros “amigos”. ¿Quiénes fueron en realidad mis padres? ¿Por qué tenían una cajita de Habanos que escondía una declaración del Movimiento 26 de julio? Él no dijo mucho, él nunca decía mucho, solo lo necesario. Apenas dijo que mis padres eran buenos amigos de Cuba, que si yo estaba dispuesto a hacer lo mismo. “Piénsalo. Tómate todo el tiempo que necesites. Yo estaré muy cerca y sabré tu decisión”.

En febrero del 98 tuve un pequeño encuentro con él. Estaba distante, triste, como quien pierde a un ser querido. Nunca olvidaré su cara ese día, ni sus gestos cansados, ni sus palabras preñadas de un raro misticismo. Habló de un negro que se murió ciego, olvidado, pobre, pero que dijo una gran verdad. “No lo olvides, la vida es un sueño”. Después de ese día, nunca más volví a ver a Manuel. De cuando en cuando venía un sujeto, siempre diferente, y dejaba un libro que yo debía colocar en un estante, y luego, entregarlo a otra persona. Esa era mi gran ayuda por Cuba, facilitar que un libro pasara de una mano a otra. Nunca me atreví a revisarlos, ni siquiera me fijaba demasiado en el rostro de quienes los traían o lo buscaban. Tampoco las personas me hablaban mucho, se limitaban a hacer una solicitud que solo podían hacer los “amigos” de Manuel.

Un lunes, cuando leía la prensa, vi la cara de Manuel. Supe que era él desde el primer momento. Lo habían detenido el sábado. Sentí miedo de correr la misma suerte, de que pudieran venir de un momento a otro los gorilas del FBI y arrancarme de mi mundo. Removí todas las cosas de mi casa, busqué cualquier elemento que me pudiera incriminar; pero yo había aprendido bien la lección. Solo encontré una cinta de Arsenio Rodríguez y su Conjunto, con una dedicatoria en su cubierta que decía: “Para Manuel”; nunca me atreví a regalársela. La realidad es nacer y morir/por qué llenarnos de tanta ansiedad/todo no es más que un eterno sufrir/y el mundo está hecho de infelicidad.

Una vez me dijo que se corrían riesgos, que la vida sin riesgos era una mierda y que siempre valía la pena arriesgarse por los sueños. “Un día de estos me pueden detener, incluso a ti. En ese caso, nuestra labor será completada por otros”. En esas cosas pensaba aquel día de fin de siglo, con reminiscencias que poblaban mi mente a borbotones. Fui sacado de mi letargo por una voz que me hablaba en español, y miré presuroso, con ansias de encontrar el rostro amigo. Delante tenía a un joven que amablemente solicitaba un libro de la crisis de los misiles. “Soy Eduardo, vengo de Cuba y le traigo saludos de Manuel”.

 

NOTA

Este cuento está inspirado en Gerardo Hernández Nordelo, Héroe de la República de Cuba, quien cumple dos cadenas perpetuas más 15 años en Estados Unidos. Su único delito cometido fue el deseo de proteger al país que lo vio nacer del actuar de grupos terroristas asentados en la Florida. Era conocido como Manuel Viramontes.

El texto utiliza la canción “La vida es un sueño”, de Arsenio Rodríguez, escrita después que le comunicaron que su ceguera era irreversible. Fue un prolífero compositor y director de orquesta. Hizo su obra en esencialmente en la década del 40 y el 50. Murió en Estados Unidos.

 

 *Joven psicólogo espirituano.

publicado por rcbaez a las 01:42 · Sin comentarios  ·  Recomendar
03 de Enero, 2014 · Cinco Prisioneros en USA

Una historia de ficción que bien pudiera ser real... una historia sobre Los Cinco y tantos otros cubanos que, como ellos, luchan por preservar nuestra soberanía, en las propias entrañas del monstruo:

Los pájaros que dormían en su alma

Por Omar Stainer Rivera Carbó*

 

Todo sucedió de repente, como a veces ocurre en las películas. La ciudad se levantó distinta, quizás ya casi otoñal. Lo de distinta lo advertí en mi propia casa, al amanecer… ese amanecer que nunca podré olvidar.

Yo estaba remoloneando, como siempre. No se asomaba en mí el más mínimo atisbo de esas ganas que hacen falta para salir disparado de la cama, sobre todo en otoño —aprendí hace muy poco que existen cuatro estaciones, siempre creí que había solo una, a lo sumo dos—.

Mi mamá dice que soy un vago como mi papá, y mi papá dice que soy un vago como mi abuelo —claro, el papá de mi mamá—. Y lo que dice mi abuelo mejor ni lo digo.

Lo de la pereza no es nuevo, y mi mamá sabe que el otoño es un pretexto. Pero de que antes era distinto, ella mismita que no lo puede negar… ella no lo niega. Un buen día no cedió a mis argumentos —dice que soy medio parlanchín, pero reconoce que tengo a quien salir— y se tumbó junto a mí en la cama, y me miró con la mirada reservada para las reuniones familiares, y muy rampante me dijo que hasta que yo no me levantara de la cama, ella tampoco lo haría. Así es mi mamá. ¡Pero qué digo, concentrémonos en aquel día!

Era sábado 12 de septiembre de 1998. La fecha la recuerdo por el cumple de mi abuelo —no el que dice mi papá que es el responsable de mi vagancia, sino el otro—. Y lo de sábado era muy fácil, pues era el único día que se me permitía remolonear unos minuticos más.

Mis padres se habían levantado bien temprano como de costumbre, pese a que la noche anterior habían llegado bien tarde de las reuniones a las que asiste mi papá. El momento en que se levantan es el preferido por mi papá para discutir con mi mamá, pero ese día no lo hicieron; razón más que suficiente para alarmarse y finalmente salir disparado de la cama.

Yo escuché el teléfono sonar. Con mi remoloneo y todo, ese maldito teléfono tiene un sonido que se te mete por debajo de la sábana como quien está decidido a sonar y sonar hasta que le hagan caso. A veces se me parece a mi mamá cuando intenta llamar la atención, a veces se me parece a mí, cuando hago lo mismo que mi mamá.

El caso es que el teléfono sonó. Y el teléfono casi nunca suena en ese horario; el teléfono casi nunca suena en ningún horario. El ring ring fastidioso era otra prueba de lo distinto del día.

Yo no sé ni quién llamó, ni mucho menos qué dijo, pero de lo que si estoy convencido es de que fue muy importante. Mis padres no habían tenido tiempo todavía de discutir, pero después de esa llamada salieron disparados hacia el televisor.

Lo más normal del mundo es prender la tele el sábado en la mañana, pero en mi casa eso es casi un sacrilegio. Mi mamá dice que no tiene tiempo porque tiene que pensar en la respuesta que dará a mi papá por sus reclamos matutinos, mientras mi papá me dice que mirar la televisión embrutece, especialmente en América —nunca entenderé por qué Estados Unidos es América—.

No sabía qué hacer. Hasta había perdido el sueño. Aunque no sabía lo que pasaba, estaba seguro de que tenía que ser algo muy importante. Al fin tomé una decisión, la única manera de averiguarlo era ponerme en pie de combate y “enfrentar la vida”, como le gusta decir a mi papá.

Por mucho que me empeñé, nada pude averiguar. Mis padres hablan y hablan hasta el cansancio, pero esa mañana solo miraban la tele. Ella, la tele, hablaba de otro escándalo de la ciudad. Eso lo supe por la fanfarria de los periodistas detrás de algo que no definía. Solo alcancé a escuchar que en la madrugada habían detenido como a diez personas por ser espías de Castro. ¿De Castro? ¿Por qué hablan tanto de Castro todo el tiempo?

Quizás por un momento de iluminación comprendí que era mejor no seguir insistiendo. Mis padres estaban imbuidos en un raro trance que si no fuera por su evidente carácter negativo, ya me gustaría repetir.

Entonces comienzo a atar cabos. Mis padres prendieron la tele después de que se produjo la llamada del ring ring insoportable. Eso quiero decir que alguien llamó para decir eso muy importante que estaban pasando por la televisión, pero ¿quién?

El estado de estupor no duró tanto, solo que el tiempo mientras transcurre el estupor parece que dura más. Sobrevino después un proceso de agitación, que en la medida que me era incomprensible, me corroboraba que el día sería diferente. El sábado 12 de septiembre de 1998 fue muy diferente.

Mi papá me dijo que hiciera una pequeña maleta, sin muchas cosas. Yo protesté, porque había quedado con unos amigos. Mi papá ripostó con el descubrimiento de la mentira, yo no tengo amigos. “Recoge algunas ropas, que visitaremos a tus abuelos”.

Era el día del cumple de mi abuelo, eso creo que ya lo había dicho. Pero desde que vinimos de Cuba, nunca la habíamos visitado en su cumpleaños. Al principio mi papá le mandaba un presente, unas pantuflas, una cremita para teñirse el pelo y que no se le vieran las canas, un disco de música vieja de la Sonora Matancera. Poco a poco, los regalos fueron desapareciendo; dice mi papá que por la situación económica, yo no estoy tan seguro. Si mi abuelo cumple años, lo llamábamos por teléfono.

Esa fue una de las cosas que tanto me intrigó de la llamada de ese día. El teléfono casi nunca suena. Parece que abuelo nos lo paga para que solo hablemos con él, una especie de egoísmo de la tercera edad supongo. Pues si no había más remedio, a New Jersey, o como a mi papá le gusta, a Nueva Yersy, para que suene cubano.

La verdad es que no había salido mucho de Miami, pero había aprendido que Miami quiere decir agua grande o agua dulce, aunque lo de dulce debe ser un truco publicitario. En eso pensaba mientras papá tomaba la Route 441.

De muchas maneras Miami se parece al lugar de donde vengo, pero al mismo tiempo, y de muchas otras maneras, también es diferente. Cuando pienso en que esta ciudad es 382 años más joven que de donde vengo, entonces caigo en la cuenta que desde este lado del Atlántico el tiempo corre más a prisa.

Ni qué decir, a mis abuelos casi les da un infarto cuando nos vieron. Lo más curioso es que mi papá le dijo que veníamos por un tiempo largo y que no sabía cuánto podía durar. Pero más curioso todavía fue que mami no protestó; a mami le da un poco de fastidio abuela, no lo dice, pero ni falta que hace.

Lo mejor de todo era la escuela, o sea, no ir a la escuela. Es posible que de repente mi papá creyera que la escuela también embrutece, en lo que estoy totalmente de acuerdo.

Las dinámicas eran raras. Mis padres se la pasaban cuchicheando y mi abuela los espiaba —nunca supe muy bien qué demonios quería decir esa palabra—. Otra cosa buena era que mis padres no discutían tanto, o por lo menos ahora lo hacían como entre dientes, en un susurro.

Las llamadas misteriosas continuaron. Alguna que otra vez el beeper de mi papá recibía algún mensaje y entonces él salía por un tiempo largo de la casa. Yo trataba de leerlos, pero nunca los entendía. A veces mi mamá lo acompañaba, a veces iba solo.

Un buen día, después de muchos días, mi papá llegó con una gran cantidad de periódicos. Eran viejos, no tantos, pero no correspondían al día que se estábamos viviendo.

Y yo, en mi nuevo oficio de espía, intentaba adivinar qué pasaba. Pero mi papá era cuidadoso. Siempre miraba para un lado y para el otro, incluso cuando hacía alguna llamada hablaba en voz muy baja, como entre cortada.

El único despiste que recuerdo de aquella etapa fue que dejó los periódicos sobre la mesa. Me pareció un detalle que no podía desaprovechar. Mi papá se había desaparecido de la casa y mi abuela y mi madre jugaban a entenderse.

Sabía que era el Nuevo Herald porque lo había visto mil veces antes. Mi papá en ocasiones es contradictorio. Lo he escuchado decir que ese periódico es una mierda, pero cada día lo compra. A veces pasaba largas horas leyendo, y yo intuía que buscaba algo en los anuncios, pero luego descubrí que hacía marcas con un lápiz en los obituarios.

Si estábamos más cerca de New York que de Miami, por qué mi padre no se traía a casa el New York Times, si a fin de cuentas, era una mierda igual, pero con más hojas.

…el FBI acusó el lunes ante la Corte Federal de Miami a un grupo de diez cubanos de trabajar como agentes del gobierno de Cuba, y de tener como objetivo la obtención de informes sobre instalaciones militares y grupos exiliados del sur de la Florida. (…) El caso, que recibió el número 98-3493 , y cuya acta de acusación consta de 27 páginas, divididas en 49 capítulos, marca un hito en la solapada guerra de inteligencia que durante cuatro décadas han sostenido los dos países.

No entendía bien. O si entendía, porque lo que estaba leyendo se relacionaba directamente con lo que habían visto mis padres esa mañana en la tele. Lo que no tenía ni pies ni cabeza para mí era la relación que ellos podrían tener con aquellos hechos.

Entre las evidencias presentadas por el FBI a la prensa, se encuentran tres computadoras de tipo laptop, radios receptores portátiles de onda corta, transmisores y scaners de onda corta, así como varias antenas, tanto de uso interior como exterior, y de automóvil.

Mi papá no sabe que yo los vi, pero en una ocasión él le mostró a mi mamá cómo sintonizar un radio muy pequeñito. Ese hecho me fue irrelevante, pero ahora que lo pienso, por qué papá daría clases a mi madre en la madrugada, por qué después guardarían el radio dentro de un libro que simulaba ser muy grueso, pero que realmente no tenía nada en su interior, por qué se habrían traído a la casa de abuela el dichoso radio minúsculo. Son tantos por qué… Por qué?

Ahora recuerdo otro asuntico que también me llamó la atención. Yo soy un poco curioso, en eso me parezco a mi padre. Después de ver el radio y su misterio, me pareció muy interesante y cuando sabía que nadie me estaba viendo lo busqué en el estante de los libros. Fue decepcionante la búsqueda, pero encontré otro libro todavía más misterioso que el del radio. Por fuera decía llamarse DESERTOR, por Juan Pablo Roque, pero noté que estaba como despegado y por dentro lo que tenía era poesías de Pablo Neruda.

Joder, mi padre es medio raro, ¿por qué cambiarle la carátula a un libro de poesía, o por qué cambiarle el contenido a una biografía de otro cubano?. Pero más intrigante todavía, por qué mi padre tendría escondido un libro de Neruda. Y para colmo de males, tenía marcado el Poema 12, el que él y mi mami recitan siempre que se reconcilian.

Para mi corazón basta tu pecho,

para tu libertad bastan mis alas.

Desde mi boca llegará hasta el cielo

lo que estaba dormido sobre tu alma.

Seguí la lectura del periódico, tratando de sacar de mi cabeza todos aquellos recuerdos de hechos en su momento intrascendentes, pero que ahora se me antojaban sospechosos.

El jefe de mi papá se llama Ramón Saúl, es dueño de unos yates y a veces llega con ellos cerca de Cuba. Él dice que su jefe no le paga muy bien, pero es lo que casi mantiene a la familia, pero siempre que puede, se caga en su madre y dice bien bajito, pero clarito, que es un tronco de hijo de puta y oportunista.

A veces mi papá es medio hipócrita, porque yo nunca he visto que eso se lo diga face to face. El día menos pensado soy yo quien se lo dice. Mis padres nunca se callan, creo que eso ya lo dije, pero el jefe de mi papá habla sin contenido, un poco como el libro al que papá le arrebató su interior.

…uno de los presuntos espías, René González, era amigo de otro espía y presunto informante del FBI, Juan Pablo Roque, quien jugó un rol clave en el derribo de nuestras avionetas el 24 de febrero de 1996.

Quizás fue este fragmento el que más estupor causó en mí; a mi papá le fastidia que yo utilice esas palabras que parecen que las saqué del diccionario. Pero bueno, no fue otra cosa la que sentí que estupor, como el que sintieron mis padres al escuchar la noticias que nos dio el boleto sin regreso a Nueva Yersy.

El René del que hablaban era un viejo amigo de mi papá, creo que se conocían de Cuba. Muchas veces coincidimos en actividades de trabajo de mi papá y a mí me encantaba porque casi siempre andaba con su hija Irmita. Después casi no iban a las reuniones familiares, porque Olguita le creció demasiado la panza y creo que había dado a luz a principios de años. ¿René era un espía de Castro? ¿Qué diablos era ser un espía de Castro?

¿Juan Pablo Roque? ¿Acaso ese Roque no era el DESERTOR del libro sin contenido? ¿Qué tenía que ver Roque con Neruda? ¿Qué tenía que ver mi papá con Castro? Mi papá no siempre lo llamaba Castro, solo si delante estaba Ramón Saúl, su jefe, si no, solía llamarlo Comandante. ¿Quién entiende a mi padre?

…los espías cubanos son identificables sólo por la mirada –no miran de frente–, y por la forma en que se visten: atildados, a la moda, como soldados de pase. Hablan inglés, y hasta ruso. Se manejan muy bien en éste o cualquier mundo, porque están acostumbrados, como agentes de la Seguridad cubana que son, a viajar por el extranjero en sus misiones secretas. Lo mismo se meten en un laboratorio, un centro de computadoras, un almacén, que en una casa haciéndose pasar por amigos. Si usted se topa con alguno, identifíquelo por el olor: huelen a carroña.

Después de leer este artículo me harté. Olvidé que no quería que papá notara que los había leído y los lancé todo lo lejos que pude. No sé qué hago, mi madre suele decir que ese es el síntoma más evidente de que estoy entrando en la adolescencia. Pero algo ha cambiado en mí.

Y la vida siguió, en esas nuevas circunstancias. Y mi papá seguía preocupado, y mi mamá le daba ánimos y hacía lo que él quería, y mi abuela estaba un poco más vieja y fingía que mi mamá le agradaba, y mi abuelo se seguía tiñendo el pelo.

Y un día salimos de viaje, pero un viaje mucho más largo que de Miami a Nueva Yersy.

Y mi papá me regaló un libro: “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, y me subrayó el final de su Poema 12, y me regaló también una mirada cómplice, y me sentí adulto, y me sentí dichoso.

...Yo desperté y a veces emigran y huyen

pájaros que dormían en tu alma.

 

*Joven psicólogo espirituano. Este cuento ganó recientemente una mención en un concurso de la Editorial Capitán San Luis.

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