Una
historia de ficción que bien pudiera ser real... una historia sobre Los
Cinco y tantos otros cubanos que, como ellos, luchan por preservar
nuestra soberanía, en las propias entrañas del monstruo:
Los pájaros que dormían en su alma
Por Omar Stainer Rivera Carbó*
Todo
sucedió de repente, como a veces ocurre en las películas. La ciudad se
levantó distinta, quizás ya casi otoñal. Lo de distinta lo advertí en mi
propia casa, al amanecer… ese amanecer que nunca podré olvidar.
Yo
estaba remoloneando, como siempre. No se asomaba en mí el más mínimo
atisbo de esas ganas que hacen falta para salir disparado de la cama,
sobre todo en otoño —aprendí hace muy poco que existen cuatro
estaciones, siempre creí que había solo una, a lo sumo dos—.
Mi
mamá dice que soy un vago como mi papá, y mi papá dice que soy un vago
como mi abuelo —claro, el papá de mi mamá—. Y lo que dice mi abuelo
mejor ni lo digo.
Lo
de la pereza no es nuevo, y mi mamá sabe que el otoño es un pretexto.
Pero de que antes era distinto, ella mismita que no lo puede negar… ella
no lo niega. Un buen día no cedió a mis argumentos —dice que soy medio
parlanchín, pero reconoce que tengo a quien salir— y se tumbó junto a mí
en la cama, y me miró con la mirada reservada para las reuniones
familiares, y muy rampante me dijo que hasta que yo no me levantara de
la cama, ella tampoco lo haría. Así es mi mamá. ¡Pero qué digo,
concentrémonos en aquel día!
Era
sábado 12 de septiembre de 1998. La fecha la recuerdo por el cumple de
mi abuelo —no el que dice mi papá que es el responsable de mi vagancia,
sino el otro—. Y lo de sábado era muy fácil, pues era el único día que
se me permitía remolonear unos minuticos más.
Mis
padres se habían levantado bien temprano como de costumbre, pese a que
la noche anterior habían llegado bien tarde de las reuniones a las que
asiste mi papá. El momento en que se levantan es el preferido por mi
papá para discutir con mi mamá, pero ese día no lo hicieron; razón más
que suficiente para alarmarse y finalmente salir disparado de la cama.
Yo
escuché el teléfono sonar. Con mi remoloneo y todo, ese maldito
teléfono tiene un sonido que se te mete por debajo de la sábana como
quien está decidido a sonar y sonar hasta que le hagan caso. A veces se
me parece a mi mamá cuando intenta llamar la atención, a veces se me
parece a mí, cuando hago lo mismo que mi mamá.
El
caso es que el teléfono sonó. Y el teléfono casi nunca suena en ese
horario; el teléfono casi nunca suena en ningún horario. El ring ring
fastidioso era otra prueba de lo distinto del día.
Yo
no sé ni quién llamó, ni mucho menos qué dijo, pero de lo que si estoy
convencido es de que fue muy importante. Mis padres no habían tenido
tiempo todavía de discutir, pero después de esa llamada salieron
disparados hacia el televisor.
Lo
más normal del mundo es prender la tele el sábado en la mañana, pero en
mi casa eso es casi un sacrilegio. Mi mamá dice que no tiene tiempo
porque tiene que pensar en la respuesta que dará a mi papá por sus
reclamos matutinos, mientras mi papá me dice que mirar la televisión
embrutece, especialmente en América —nunca entenderé por qué Estados
Unidos es América—.
No
sabía qué hacer. Hasta había perdido el sueño. Aunque no sabía lo que
pasaba, estaba seguro de que tenía que ser algo muy importante. Al fin
tomé una decisión, la única manera de averiguarlo era ponerme en pie de
combate y “enfrentar la vida”, como le gusta decir a mi papá.
Por
mucho que me empeñé, nada pude averiguar. Mis padres hablan y hablan
hasta el cansancio, pero esa mañana solo miraban la tele. Ella, la tele,
hablaba de otro escándalo de la ciudad. Eso lo supe por la fanfarria de
los periodistas detrás de algo que no definía. Solo alcancé a escuchar
que en la madrugada habían detenido como a diez personas por ser espías
de Castro. ¿De Castro? ¿Por qué hablan tanto de Castro todo el tiempo?
Quizás
por un momento de iluminación comprendí que era mejor no seguir
insistiendo. Mis padres estaban imbuidos en un raro trance que si no
fuera por su evidente carácter negativo, ya me gustaría repetir.
Entonces
comienzo a atar cabos. Mis padres prendieron la tele después de que se
produjo la llamada del ring ring insoportable. Eso quiero decir que
alguien llamó para decir eso muy importante que estaban pasando por la
televisión, pero ¿quién?
El
estado de estupor no duró tanto, solo que el tiempo mientras transcurre
el estupor parece que dura más. Sobrevino después un proceso de
agitación, que en la medida que me era incomprensible, me corroboraba
que el día sería diferente. El sábado 12 de septiembre de 1998 fue muy
diferente.
Mi
papá me dijo que hiciera una pequeña maleta, sin muchas cosas. Yo
protesté, porque había quedado con unos amigos. Mi papá ripostó con el
descubrimiento de la mentira, yo no tengo amigos. “Recoge algunas ropas,
que visitaremos a tus abuelos”.
Era
el día del cumple de mi abuelo, eso creo que ya lo había dicho. Pero
desde que vinimos de Cuba, nunca la habíamos visitado en su cumpleaños.
Al principio mi papá le mandaba un presente, unas pantuflas, una cremita
para teñirse el pelo y que no se le vieran las canas, un disco de
música vieja de la Sonora Matancera. Poco a poco, los regalos fueron
desapareciendo; dice mi papá que por la situación económica, yo no estoy
tan seguro. Si mi abuelo cumple años, lo llamábamos por teléfono.
Esa
fue una de las cosas que tanto me intrigó de la llamada de ese día. El
teléfono casi nunca suena. Parece que abuelo nos lo paga para que solo
hablemos con él, una especie de egoísmo de la tercera edad supongo. Pues
si no había más remedio, a New Jersey, o como a mi papá le gusta, a
Nueva Yersy, para que suene cubano.
La
verdad es que no había salido mucho de Miami, pero había aprendido que
Miami quiere decir agua grande o agua dulce, aunque lo de dulce debe ser
un truco publicitario. En eso pensaba mientras papá tomaba la Route
441.
De
muchas maneras Miami se parece al lugar de donde vengo, pero al mismo
tiempo, y de muchas otras maneras, también es diferente. Cuando pienso
en que esta ciudad es 382 años más joven que de donde vengo, entonces
caigo en la cuenta que desde este lado del Atlántico el tiempo corre más
a prisa.
Ni
qué decir, a mis abuelos casi les da un infarto cuando nos vieron. Lo
más curioso es que mi papá le dijo que veníamos por un tiempo largo y
que no sabía cuánto podía durar. Pero más curioso todavía fue que mami
no protestó; a mami le da un poco de fastidio abuela, no lo dice, pero
ni falta que hace.
Lo
mejor de todo era la escuela, o sea, no ir a la escuela. Es posible que
de repente mi papá creyera que la escuela también embrutece, en lo que
estoy totalmente de acuerdo.
Las
dinámicas eran raras. Mis padres se la pasaban cuchicheando y mi abuela
los espiaba —nunca supe muy bien qué demonios quería decir esa
palabra—. Otra cosa buena era que mis padres no discutían tanto, o por
lo menos ahora lo hacían como entre dientes, en un susurro.
Las
llamadas misteriosas continuaron. Alguna que otra vez el beeper de mi
papá recibía algún mensaje y entonces él salía por un tiempo largo de la
casa. Yo trataba de leerlos, pero nunca los entendía. A veces mi mamá
lo acompañaba, a veces iba solo.
Un
buen día, después de muchos días, mi papá llegó con una gran cantidad
de periódicos. Eran viejos, no tantos, pero no correspondían al día que
se estábamos viviendo.
Y
yo, en mi nuevo oficio de espía, intentaba adivinar qué pasaba. Pero mi
papá era cuidadoso. Siempre miraba para un lado y para el otro, incluso
cuando hacía alguna llamada hablaba en voz muy baja, como entre
cortada.
El
único despiste que recuerdo de aquella etapa fue que dejó los
periódicos sobre la mesa. Me pareció un detalle que no podía
desaprovechar. Mi papá se había desaparecido de la casa y mi abuela y mi
madre jugaban a entenderse.
Sabía
que era el Nuevo Herald porque lo había visto mil veces antes. Mi papá
en ocasiones es contradictorio. Lo he escuchado decir que ese periódico
es una mierda, pero cada día lo compra. A veces pasaba largas horas
leyendo, y yo intuía que buscaba algo en los anuncios, pero luego
descubrí que hacía marcas con un lápiz en los obituarios.
Si
estábamos más cerca de New York que de Miami, por qué mi padre no se
traía a casa el New York Times, si a fin de cuentas, era una mierda
igual, pero con más hojas.
…el
FBI acusó el lunes ante la Corte Federal de Miami a un grupo de diez
cubanos de trabajar como agentes del gobierno de Cuba, y de tener como
objetivo la obtención de informes sobre instalaciones militares y grupos
exiliados del sur de la Florida. (…) El caso, que recibió el número
98-3493 , y cuya acta de acusación consta de 27 páginas, divididas en 49
capítulos, marca un hito en la solapada guerra de inteligencia que
durante cuatro décadas han sostenido los dos países.
No
entendía bien. O si entendía, porque lo que estaba leyendo se
relacionaba directamente con lo que habían visto mis padres esa mañana
en la tele. Lo que no tenía ni pies ni cabeza para mí era la relación
que ellos podrían tener con aquellos hechos.
Entre
las evidencias presentadas por el FBI a la prensa, se encuentran tres
computadoras de tipo laptop, radios receptores portátiles de onda corta,
transmisores y scaners de onda corta, así como varias antenas, tanto de
uso interior como exterior, y de automóvil.
Mi
papá no sabe que yo los vi, pero en una ocasión él le mostró a mi mamá
cómo sintonizar un radio muy pequeñito. Ese hecho me fue irrelevante,
pero ahora que lo pienso, por qué papá daría clases a mi madre en la
madrugada, por qué después guardarían el radio dentro de un libro que
simulaba ser muy grueso, pero que realmente no tenía nada en su
interior, por qué se habrían traído a la casa de abuela el dichoso radio
minúsculo. Son tantos por qué… Por qué?
Ahora
recuerdo otro asuntico que también me llamó la atención. Yo soy un poco
curioso, en eso me parezco a mi padre. Después de ver el radio y su
misterio, me pareció muy interesante y cuando sabía que nadie me estaba
viendo lo busqué en el estante de los libros. Fue decepcionante la
búsqueda, pero encontré otro libro todavía más misterioso que el del
radio. Por fuera decía llamarse DESERTOR, por Juan Pablo Roque, pero
noté que estaba como despegado y por dentro lo que tenía era poesías de
Pablo Neruda.
Joder,
mi padre es medio raro, ¿por qué cambiarle la carátula a un libro de
poesía, o por qué cambiarle el contenido a una biografía de otro
cubano?. Pero más intrigante todavía, por qué mi padre tendría escondido
un libro de Neruda. Y para colmo de males, tenía marcado el Poema 12, el que él y mi mami recitan siempre que se reconcilian.
Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.
Seguí
la lectura del periódico, tratando de sacar de mi cabeza todos aquellos
recuerdos de hechos en su momento intrascendentes, pero que ahora se me
antojaban sospechosos.
El
jefe de mi papá se llama Ramón Saúl, es dueño de unos yates y a veces
llega con ellos cerca de Cuba. Él dice que su jefe no le paga muy bien,
pero es lo que casi mantiene a la familia, pero siempre que puede, se
caga en su madre y dice bien bajito, pero clarito, que es un tronco de
hijo de puta y oportunista.
A veces mi papá es medio hipócrita, porque yo nunca he visto que eso se lo diga face to face.
El día menos pensado soy yo quien se lo dice. Mis padres nunca se
callan, creo que eso ya lo dije, pero el jefe de mi papá habla sin
contenido, un poco como el libro al que papá le arrebató su interior.
…uno
de los presuntos espías, René González, era amigo de otro espía y
presunto informante del FBI, Juan Pablo Roque, quien jugó un rol clave
en el derribo de nuestras avionetas el 24 de febrero de 1996.
Quizás
fue este fragmento el que más estupor causó en mí; a mi papá le
fastidia que yo utilice esas palabras que parecen que las saqué del
diccionario. Pero bueno, no fue otra cosa la que sentí que estupor, como
el que sintieron mis padres al escuchar la noticias que nos dio el
boleto sin regreso a Nueva Yersy.
El
René del que hablaban era un viejo amigo de mi papá, creo que se
conocían de Cuba. Muchas veces coincidimos en actividades de trabajo de
mi papá y a mí me encantaba porque casi siempre andaba con su hija
Irmita. Después casi no iban a las reuniones familiares, porque Olguita
le creció demasiado la panza y creo que había dado a luz a principios de
años. ¿René era un espía de Castro? ¿Qué diablos era ser un espía de
Castro?
¿Juan
Pablo Roque? ¿Acaso ese Roque no era el DESERTOR del libro sin
contenido? ¿Qué tenía que ver Roque con Neruda? ¿Qué tenía que ver mi
papá con Castro? Mi papá no siempre lo llamaba Castro, solo si delante
estaba Ramón Saúl, su jefe, si no, solía llamarlo Comandante. ¿Quién
entiende a mi padre?
…los
espías cubanos son identificables sólo por la mirada –no miran de
frente–, y por la forma en que se visten: atildados, a la moda, como
soldados de pase. Hablan inglés, y hasta ruso. Se manejan muy bien en
éste o cualquier mundo, porque están acostumbrados, como agentes de la
Seguridad cubana que son, a viajar por el extranjero en sus misiones
secretas. Lo mismo se meten en un laboratorio, un centro de
computadoras, un almacén, que en una casa haciéndose pasar por amigos.
Si usted se topa con alguno, identifíquelo por el olor: huelen a
carroña.
Después
de leer este artículo me harté. Olvidé que no quería que papá notara
que los había leído y los lancé todo lo lejos que pude. No sé qué hago,
mi madre suele decir que ese es el síntoma más evidente de que estoy
entrando en la adolescencia. Pero algo ha cambiado en mí.
Y
la vida siguió, en esas nuevas circunstancias. Y mi papá seguía
preocupado, y mi mamá le daba ánimos y hacía lo que él quería, y mi
abuela estaba un poco más vieja y fingía que mi mamá le agradaba, y mi
abuelo se seguía tiñendo el pelo.
Y un día salimos de viaje, pero un viaje mucho más largo que de Miami a Nueva Yersy.
Y mi papá me regaló un libro: “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, y me subrayó el final de su Poema 12, y me regaló también una mirada cómplice, y me sentí adulto, y me sentí dichoso.
...Yo desperté y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.
*Joven psicólogo espirituano. Este cuento ganó recientemente una mención en un concurso de la Editorial Capitán San Luis.