Gerardo
habla de ella y los ojos le brillan. Su mirada tiene 21 años. En la
niña de sus ojos, se ve otra niña de 16 años. La historia la ha contado
muchas veces, pero sentado en la redacción de Pensar en Cuba, Gerardo parece viajar en el tiempo y volver a aquel día, en aquella parada.
Mi
papá tenía un carro y trabajaba cerca de Zapata y A. Todas las mañanas
le «cogía botella» para ir hasta Miramar, porque yo estudiaba en el
Instituto Internacional de Relaciones Internacionales (ISRI) quedaba en
22, entre 1ra y 3ra. Hubo un domingo en que no quise fregar el carro. Me
dijo: «para montarte nunca tienes problemas»; o algo así que no me
gustó y al otro día para darle en la cabeza, me levanté como a las 4: 00
a.m. Primero cogí la ruta 21, después la 68 hasta la Rampa, y luego la
tercera guagua que me llevaría hasta Playa. Justo ahí veo a Adriana, en
la fila, con su uniforme amarillo, porque ella estudiaba Química en ese
entonces. Me impactó.
Subimos a la guagua y me paré al lado de
ella, que iba con tremendo piquete de su escuela. Me le acerqué y le
dije: «que mala educación, que ni le llevan los libros a uno». Ella no
habló, pero le di la maleta y me la llevó. Ese día en el ISRI, durante
el primer turno de Derecho Internacional que era con Miguel de Estefano,
una eminencia, ya fallecido, escribí «Poema a la muchacha de la
parada». Lo pasé a máquina y al otro día me volví a levantar a las 4:00
a.m. y me aparecí en la parada.
El poema decía más o menos así:
«la muchacha de la parada / cuya mirada agiganta / los amaneceres de la
Rampa, / que cuando monte la guagua, / quizás me lleve gentilmente los
libros, / y sepa que un desconocido, / admirador de su belleza, /
desatendió una clase, / por escribirle este poema». Subo, me paro al
lado de ella, me pide los libros y cuando me voy a bajar le doy el
poema. A partir de ese día seguí levantándome a las 4:00 a.m. Mi papá
ajeno a todo, creyendo que yo seguía molesto por lo del carro, me dice
un día: «Oye compadre, no fue para tanto lo que te dije, no te lo cojas
tan a pecho». (Se ríe a carcajadas).
Ahí comenzó la conspiración
con las amiguitas de ellas. Siempre llegaban dos o tres y marcaban
delante en la cola. Entonces todas las que iban llegando, se iban
sumando. Recuerdo que había un profesor de la cátedra militar del ISRI,
el Coronel Barroso, que también subía a la guagua. Al principio decía:
«Mira eso, mira eso, tres muchachitas habían cuando llegué aquí y ahora
hay como veinte». Cuando nosotros empezamos a noviar, ella me marcaba a
mí también y el Coronel gritó un día desde el fondo de la cola: «¿¡Ah,
pero tú también, tú también!?». (Se ríe).
¿Cómo era tu relación con Adriana antes de 1998?
Siempre
tuvimos una relación muy unida. Adriana es una mujer a la que admiro
muchísimo como compañera, como persona, como revolucionaria. Desde que
me fui para esta misión, en 1994, no nos veíamos con mucha frecuencia.
En todo ese tiempo solo pude venir en dos oportunidades de vacaciones,
por alrededor de un mes. Un mes que incluía los contactos con los
compañeros del trabajo y los despachos para los análisis de las
diferentes operaciones. Ella no sabía en lo que andaba, para ella yo era
un diplomático que estaba en Argentina.
Los compañeros del correo
le traían las cartas escritas a computadora, enviadas supuestamente
desde el fax de la embajada; un cuento de esos. La cosa es que le daban
las cartas cada cierto tiempo, cuando se podía, y así fuimos llevando la
relación.
Cargábamos las pilas cuando yo venía de vacaciones.
Ella siempre hace una anécdota de la última vez que nos despedimos. Mis
últimas vacaciones fueron en enero de 1998. Adriana percibió algo,
cuando ya me había montado en el taxi, me bajé y volví para atrás para
abrazarla. Ella dice que sintió algo, que algo estaba mal, y después
vino lo del arresto. Pero siempre tuvimos una relación muy sólida, muy
especial.
¿Estabas preparado para que la misión fracasara? ¿Para caer preso?
Uno
siempre sabe que esa es una posibilidad, pero por supuesto, tú esperas
que nunca te pase a ti. Cuando a nosotros nos ocurre, mi angustia mayor
de aquellos primeros tiempos no era por la cuestión personal, –a pesar
de que a uno le agobiaba pensar en su familia, cómo reaccionarían a la
noticia y esas cosas–, sino por el hecho de que se había abortado la
operación. De cierto modo había fracasado y lo que eso representaría
operativamente me preocupaba. ¿Qué habría sido de las otras personas que
no estaban ahí arrestadas? ¿Qué pasaría con el trabajo? ¿Qué pasaría
con tal o más cuál agente que eran parte de la operación? Ese tipo de
cuestiones a mí me agobiaban más que la cuestión personal, te lo digo
honestamente. Después, cuando esas dudas se fueron clarificando y el
tiempo comenzó a extenderse, ya las preocupaciones y las angustias
fueron otras, pero en esos primeros tiempos pensaba más en la misión,
que en la cuestión personal.
¿Qué siente uno cuando le proponen una misión como la que le propusieron a ustedes?
Después
que me gradué del ISRI, nosotros nos fuimos para Angola. Como no éramos
militares de carrera, nuestra labor era estar de adjuntos a alguien. En
mi caso debía ser adjunto del jefe del pelotón de exploración del
Onceno Grupo Táctico en la Décima Brigada de Cabinda, que era una
brigada de tanques. De ese compañero, Primer Teniente Roger Peña
Consuegra, aprendí mucho. También de su interacción con los soldados que
eran reclutas, que se pasaban allí al menos dos o tres años, en esas
condiciones, lejos de la familia. Eran diferentes historias, diferentes
problemáticas con las que había que lidiar. Aprendí mucho con él. Llegó
un momento en que tuve que quedarme al frente del pelotón. Cuando
regresé de Angola para incorporarme al MINREX, me plantearon la misión y
estuve varios años preparándome.
Para uno es un orgullo grande.
Sabes que alguien tiene que hacer ese tipo de trabajo. Uno conoce los
riesgos, pero al mismo tiempo uno saca cuentas y sabes que es un
privilegio el hecho de que te estén planteando una misión así,
precisamente a ti. Sabes lo importante que es para el país, para tu
pueblo.
¿En qué momento de la vida empiezas a formarte como revolucionario?
La
familia juega un papel muy importante en eso y mi papá, a pesar de no
haber sido combatiente de la Revolución, siempre fue muy revolucionario.
Él era de clase media baja y mi mamá, emigrante canaria que vino de
España con quince años. Se conocieron siendo muchachos y se casaron. En
1959, el viejo se incorporó muy rápido a la Revolución, en una fábrica, y
empezó «a subir»; era una persona adicta al trabajo.
No tengo un
recuerdo de mi infancia en el que el viejo mío me dijera: el domingo
vamos a pasear. Los domingos eran para levantarse tempranito y hacer
algo como chapear el patio. Creo que si no había nada roto, mi papá lo
rompía para tener que hacer algo los domingos. Mi mamá me despertaba
muchas veces temprano, a las 7:00 a.m.: «Gerar, levántate, tu
papá te está llamando para que lo ayudes». Gracias a eso, lo mismo me
defiendo con un serrucho que con cualquier otra cosa, aunque eso no sea
mi fuerte. Aquello fue parte de mi formación, ese carácter de mi papá, y
el hecho también de que él haya sido revolucionario y militante del
Partido desde muy temprano.
Mi hermana mayor también desempeñó un
papel importante en mi formación de valores. Ella estudió como cadete en
el Instituto Técnico Militar (ITM). Cuando falleció en un accidente de
aviación, era Jefa de Cátedra y Teniente Coronel de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias (FAR).
Además de la influencia de la familia en mi
formación, mi entrada al ISRI abrió un poco más mi visión. Empecé a
sentir los problemas del mundo como míos. Llegar al ISRI me hizo conocer
a un grupo de compañeros con una larga trayectoria como dirigentes de
la FEEM (Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media), de la
Organización de Pioneros, algunos eran vanguardias nacionales. Yo había
sido dirigente, pero a nivel de escuela. En esa época el ISRI estaba
abierto a compañeros para la Facultad Obrera y que habían interrumpido
sus estudios por determinadas razones. Es decir, que de conjunto, habían
compañeros que ya venían con una formación importante. Algunos eran del
Partido. Ese intercambio en sentido general, el contacto, la
interacción con esos compañeros, que incluso formaron su núcleo del
Partido allí, fue muy importante para nosotros. El ISRI fue una escuela
muy importante para mí, no sólo desde el punto de vista de las
Relaciones Internacionales, sino desde el punto de vista de mis valores y
mi formación como revolucionario.
¿Cuán difícil es pasar tantos años injustamente en prisión?
Hay
muchas cosas malas. Lo peor es la lejanía de la familia, que mueran
familiares tuyos –en mi caso mi madre, sin poder estar con ella en sus
últimos momentos–, que nacieran mis sobrinos –a los que vine a conocer
cuando tenían ya como quince o catorce años–, no estar en los últimos
años de mi madre, la angustia de mi madre, eso para mí fue lo peor.
Lo
demás son experiencias que uno ve en prisión para las que nunca nadie
te había preparado. Ver a alguien ser asesinado a puñaladas
prácticamente delante de ti; estar conversando con una persona ahora,
como estamos conversando tú y yo, y diez minutos después verlo salir
muerto, son cosas que ni siquiera las viví en Angola. Los otros presos
cuando se enteraban que había estado en Angola me decían con cierta
admiración: «¡Tú estuviste en una guerra!». Y les decía:«sí, pero no vi
ningún muerto en Angola y aquí ya perdí la cuenta de cuántos he visto».
Son cosas para las que uno no se prepara.
Con el paso del tiempo
uno se va adaptando, pero tener que convivir con personas que, la
mayoría, no tienen valores; son narcotraficantes, asesinos, drogadictos,
y tener que convivir con ellos; incluso, compartir cuartos con ellos,
convivir en todo el sentido de la palabra, el comedor, las duchas, todo,
es algo bien difícil. Es un medio donde hay mucha energía negativa todo
el tiempo, por llamarlo de alguna manera. Date cuenta que es una
concentración de personas cuyas vidas han sido frustradas, personas
llenas de negatividad, de amargura, de toda una serie de sentimientos
negativos con los cuales hay que convivir el día entero.Tú estás en el
medio de todo eso y son personas con las que tú no tienes nada que ver,
pero tu vida tienes que desarrollarla ahí, tienes que adaptarte a ese
medio. Realmente no es fácil.
No solo era estar preso
injustamente, sino las condenas que les impusieron. ¿Qué sentías al
saber que tenías que cargar con más de dos cadenas perpetuas?
Te
seré honesto. Al verme envuelto en esa situación, para mí era un alivio
ser el que más sentencia tenía. Te explico. Yo tenía ahí mis
responsabilidades y tú conoces el dicho: «El capitán se hunde con el
barco». Por esa razón para mí constituía un alivio ser el que más
sentencia tenía. Me sentí muy contento cuando Ramón y Tony lograron
quitarse la cadena perpetua en una apelación y tener fecha, porque
aunque la sentencia que le pusieron era una «salvajada» de todos modos,
tener fecha en una prisión representa mucho.
Hasta los otros
presos, conversando, te dicen: «Fulano está embarcado, no tiene fecha». Y
a lo mejor el que te lo dice tiene una fecha de aquí a 40 años, pero
tener eso lógicamente representa mucho. Siempre, y lo reconozco aquí,
tuve muchísima consideración y muchísimo apoyo de mis otros hermanos,
incluso en las últimas etapas donde se estuvieron valorando variantes y
se escuchaban posibilidades de solución, de negociaciones, siempre ellos
dejaron claro, al igual que nuestros familiares, que el caso mío era el
que había que resolver, que había que darle la prioridad, por no tener
fecha, con dos cadenas perpetuas, más quince años.
¿En la prisión hubo momentos alegres, felices, si es que pudiéramos llamarlos así?
Para
nosotros los mejores momentos eran las visitas de nuestros familiares,
de amigos que podían llegar, sortear todos los obstáculos y llegar a
vernos en prisión. Y hubo momentos claves relacionados con nuestra
lucha, con nuestra campaña como el «¡Volverán!» de Fidel. Hace unos días
estaba escuchando ese discurso. Hay un momento en que él dice, no lo
cito textual, pero él dice: «Esos hombres tal vez me estén escuchando en
este momento». Creo que él sabía que lo estábamos escuchando porque
para aquel entonces nos habíamos comprado unos «radiecitos» que vendían
en prisión. Efectivamente nosotros estábamos en nuestras celdas
escuchando el discurso.
El librito de esta profesión dice que si
te cogieron, te chivaste. Porque tú nunca puedes comprometer a tu país,
nunca puedes reconocer que tú estás trabajando para tu país. Y en el
caso de nosotros, que teníamos identidad falsa, tú tenías que morirte
diciendo que eres Manuel Miramontes, puertorriqueño, o Rubén Campas,
mexicano, o Luis Medina, puertorriqueño. Ese era el plan nuestro y así
nos mantuvimos alrededor de dos años durante la etapa de preparación del
juicio. Esa era la orden que teníamos desde que asumimos la misión.
Entonces escuchar a Fidel haciendo público el caso, diciéndole al pueblo
los nombres de nosotros y por qué estábamos allí, qué era lo que
hacíamos y encima de eso decir: «Solo les digo una cosa, ¡volverán!».
Eso te da un ánimo y un valor quepa´ qué…
Desde ese mismo día
nosotros sabíamos que no había nada que pudiera hacer el imperio que a
nosotros nos rindiera o nos doblegara. Ese fue uno de los momentos
claves.
Otro fue cuando escuchamos la noticia de que se nos había
otorgado la condición honorífica de Héroes de la República de Cuba.
También nos llegaban informaciones de que iba creciendo el Movimiento de
Solidaridad con los Cinco, personalidades que conocíamos, presidentes
que comenzaron a mencionarnos, a hablar de nosotros.Todos esos fueron
momentos muy importantes y muy alentadores en nuestros años en prisión.
¿Cómo recibiste la noticia de que René primero, y después Fernando, habían sido puestos en libertad?
Por
un lado nos alegraba, pero por otro nos entristecía el hecho de que
René y Fernando tuvieron que cumplir su sentencia completa. Algunos
compañeros del Movimiento de Solidaridad nos expresaron en aquel momento
que sentían que de cierto modo habían fallado. Pero por otra parte
sabíamos que el plan del imperio siempre fue doblegarnos y el hecho
entonces de que René hiciera trece años y que Fernando hiciera quince,
sin doblegarse, es una victoria. Ellos querían que desde el primer
momento se «partieran», como se dice, y que cooperaran, y el hecho de
que ellos se hubieran mantenido firme– «y qué es lo que tienen para mí,
quince años, te voy a hacer los 15 años»− fue una victoria para nosotros
también.
Recuerdo que escribí algo cuando René salió y mencionaba
que desde ese día los cinco éramos un poco más libres y así fue, porque
nosotros sentimos como que parte de nosotros estaba ya en Cuba con
ellos, primero con René y después con Fernando. Fue un alivio grande
saber que ya finalmente ellos estaban reunidos con su familia y con
nuestro pueblo.
Tú me preguntabas hace un rato de las angustias,
de los momentos más difíciles, de cuando nos arrestan.Una de las cosas
que más me angustiaba a mí era el caso de René, porque los otros tres
teníamos a toda nuestra familia del lado de acá. Pero René tenía una
niña de apenas cuatro meses cuando lo arrestan. Una parte de la
justificación que usaron los que decidieron cooperar con las autoridades
norteamericanas era esa: «Tengo un niño chiquito, yo no puedo…». Y René
desmintió eso. Él tenía una niña de cuatro meses que le hubiera
permitido decir: «No puedo continuar en esta lucha, tengo que rendirme
porque mi esposa está sola en la calle con mi hija de cuatro meses y la
otra de doce».Sin embargo, no lo hizo y fue una actitud muy valiente que
siempre admiramos, pero al mismo tiempo te creaba a ti una angustia
adicional estar allá (se le aguan los ojos), arriba en el piso 13 del
Centro de Detenciones de Miami, en «el hueco», y mirar para abajo y ver a
Olga… (llora), se emociona uno todavía acordándose de aquellos tiempos.
La cabecita chiquitica y René le hacía señas con el mono…(hace una
pausa), porque todas las ventanas son iguales, tú no sabes, ella miraba
para arriba y veía cuarenta ventanas, no sabes en cuál está el familiar
tuyo, y René sí estaba viéndola a ella, pero ella no lo veía… (hace otra
pausa). Entonces René cogía y le hacía seña, y nosotros en la celda de
al lado mirando, por un huequito, era el único contacto con la calle…
Vamos a hablar de un momento más feliz para ti. Les dicen que vienen para Cuba…
Muchacho,
eso fue tremendo. La gente nos pregunta: «¿y ustedes sabían?». En
realidad no sabíamos, pero uno tampoco es bobo. En los últimos meses
habían pasado cosas y nosotros siempre fuimos muy optimistas. Aun cuando
no había nada, nos imaginábamos cosas en el mejor sentido de la
palabra; siempre teniendo en cuenta no crearnos falsas expectativas ni
hacernos ilusiones, pero éramos muy observadores, muy estudiosos de los
acontecimientos. En los últimos meses habían estado ocurriendo cosas que
a uno le llamaban la atención. Salió una editorial en The New York Times
que habla de un posible intercambio de prisioneros que pudiera ocurrir,
ya cuando tú ves el río sonando, tú sabes que piedras trae.
El
día 4 de diciembre me sacan de mi prisión de una forma muy rara, no me
dijeron ni empaca tus cosas, absolutamente nada. Nadie sabía que me iba.
Fue una sorpresa para todo el mundo. Hasta para los guardias que me
estaban sacando y me llevan para otra prisión en Oklahoma. Me tiran en
un hueco once días sin decirme para dónde voy ni a qué.Todos los presos
saben más o menos –a los presos nunca se les dice para que prisión van,
pero sí les dicen si van para la costa este, oeste–, pero a mí no me
dijeron nada.
Los guardias que estaban en esa prisión, revisaron
en la computadora y al no ver nada me preguntaron: «¿Para dónde tú
vas?». ¡Qué iba a saber! Fueron once días en el hueco. El día 15 sacan a
Ramón y a Antonio de sus prisiones y los llevan para una prisión en
Carolina del Norte.Ese mismo día me sacan a mí del hueco y me llevan
para esa prisión. Los tres dormimos esa noche en el mismo lugar sin
saberlo. Al otro día por la mañana me dicen que alguien quiere verme. Me
quitan las esposas, que eso es algo súper raro, y cuando llego las
personas que estaban allí se identifican como del Departamento de Estado
y me dicen que voy a tener una video-conferencia con Cuba.
En ese
momento siento un murmullo y en eso venía Antonio y más atrás Ramón.
Entonces ahí nos abrazamos, y tuvimos una video−conferencia con un
compañero que nos dio la noticia. Recuerdo que como me había pasado 11
días en un hueco, no sabía ni a cómo estábamos. Los papeles que debíamos
firmar decían que estaríamos llegando a Cuba el 17 de diciembre. Le
pregunto a Ramón: «¿a cómo estamos hoy?». Me dice que a 16. «¡Coñó, eso
es mañana!».
Fue una alegría tremenda. El recibimiento aquí en
Cuba. Vi el video y es difícil no emocionarse cuando uno mira las
imágenes de ese día. Es una mezcla de emociones tremenda. Apenas unas
horas antes estabas sentado en una prisión de máxima seguridad y de
pronto, en unas pocas horas, la vida te hace así «chiu-chiu-chiu», y
estás rodeado de gente y todo el mundo quiere abrazarte y todo el mundo
quiere decirte algo, tirarse fotos contigo.
Háblame del encuentro con Fidel…
Fue
algo inolvidable, uno de los días más especiales de nuestras vidas,
cumplir ese sueño de todo cubano de estrecharle la mano a nuestro
Comandante. Cuando era muchacho quería ser deportista porque me gustaba
el deporte y por aquella escena en que el deportista regresaba con la
medalla y el Comandante se la ponía en el pecho y le daba la mano; desde
que era niño tenía esa aspiración.
En un par de oportunidades lo
tuve cerca, en los Juegos Panamericanos de 1991, donde estábamos
trabajando en apoyo al evento, después en una Feria de La Habana; pero
nunca había tenido la oportunidad de estrechar su mano. Hacerlo ahora,
de esta manera, que no es casual, sino en una visita tan especial, para
nosotros fue muy importante. Compartir con él en un ambiente tan
reducido, tan íntimo; conocer a su familia, conversar. Fueron cinco
horas las que estuvimos con él y fue una experiencia de las más
importantes de nuestras vidas.
Enseguida que llegaron,
toda la gente en Cuba pensaba en Adriana, en el reencuentro de ustedes.
Verla embarazada fue una sorpresa. ¿Por qué no se hicieron públicas las
gestiones para que ustedes pudieran tener a Gema?
Si se
hacía público antes de que ocurriera, podía ponerlo todo en peligro. Eso
fue fruto de concesiones que se hicieron totalmente en secreto. Pero te
confieso algo que creo no he dicho en ningún lugar, cuando ya se conoce
que Adriana está embarazada, la intención o la idea original era
hacerlo público. Incluso, pretendíamos hacer una carta de los dos a
algunos amigos para circularla, sabiendo que eso se haría público
rápidamente. Llegué a hacer la carta, pero alguien nos dijo que la
aguantáramos un poco, ese fue otro elemento que me hizo pensar que algo
más se estaba cocinando. Para ese entonces las negociaciones se estaban
desarrollando a cierta velocidad y entonces alguien pensó, con toda
razón, que si se daba a conocer lo del embarazo, podría poner en peligro
otras cosas que se estaban desarrollando. Ahí viene la decisión de
esconder a Adriana y de no hacer público el embarazo.
Tener un
hijo o una hija, siempre fue una aspiración nuestra. Primero yo estaba
terminando mis estudios en el ISRI y después ella estaba terminando sus
estudios en la CUJAE. Estuve un tiempo en Angola. Siempre había momentos
claves que nos hacían tomar la decisión de aplazarlo. Incluso, cuando
voy a partir para esta misión, le dije: «mira, este sería un buen
momento para tener un hijo, podríamos aplazarlo o tenerlo, pero si lo
tenemos ahora, tú tendrás que criarlo los primeros años sola», y
entonces decidimos aplazarlo, claro, uno no pensaba que la misión fuera a
extenderse tanto.
Cuando caí preso, fue una de las primeras cosas
en las que pensé: «si esto se complica, nos quedaremos sin hijos».
Llegó un momento en el que ya habíamos perdido la esperanza. Incluso en
las cartas, jocosamente, a veces en serio, valoramos la posibilidad de
adoptar un niño o cualquier otra variante, pero ya estábamos seriamente
viendo la posibilidad de que no pudiéramos ser padres.
Todo el
proceso fue una angustia tremenda, porque primero yo estaba muy
pesimista. Cuando pedí la posibilidad de que Adriana quedase embarazada
lo pedí por joder, por subirles la parada, vamos a pedir esto, pero
estaba convencido de que no lo iban a aceptar.
Después no nos
dijeron que no. Las cosas siguieron desarrollándose y dijeron que lo
estaban valorando, hasta que hubo un momento que dijeron que sí, que lo
aceptarían. No lo creía. Hasta que un día me llaman en la prisión con
mucho misterio para hacerme unos análisis de sangre que nadie sabía
quién había ordenado. Me dije: «esto va en serio».
Entonces vino
la parte angustiosa de saber si iba a funcionar o no. La primera vez que
se le implantaron los embriones no los retuvo, eso fue un golpe: saber
que no había funcionado después de un proceso de meses. Incluso
valoramos, «seguimos o no seguimos». Adriana al principio me decía
«vamos a dejarlo», y le insistí un poco, y seguimos.
Cuando
tuvimos la alegría tan grande de saber que estaba embarazada, venía la
otra parte: « ¿Algún día la voy a ver o podré criarla? ¿Qué edad tendrá
cuando la vea?, si es que la veo». Era una cuestión agridulce. Por una
parte una alegría muy grande y por otra, nuevas interrogantes que se
habrían y nuevas angustias, hasta que finalmente ocurrió lo que ocurrió.
Gema se ha convertido en hija de todos y de todas en Cuba. ¿Cómo los hace sentir eso como padres?
Nosotros
tuvimos que sentarnos varias veces a hablar sobre eso, porque al
principio, hubo cosas que nos sorprendieron. Una vez una señora por la
calle nos dice con tremendo carácter: «¿y por qué ustedes no han
enseñado más fotos de Gema?» (se ríe), y al darse cuenta de la sorpresa
en nuestras caras,nos dijo:«Gema no es hija de ustedes nada más, es hija
del pueblo de Cuba». Cosas de ese tipo nos hicieron sentarnos a decir,
bueno, qué hacemos. Para nosotros es algo nuevo y es una línea estrecha
la que uno tiene que caminar entre hacer de esto una telenovela, que no
es algo que queremos, o virarle la espalda a la gente y decir que no
vamos a enseñar más fotos porque esa es nuestra vida privada. No creemos
que ningún extremo sea el correcto.
Por eso cuando fue el
cumpleaños enseñamos algunas fotos. Hace un tiempo me enteré de que hay
un sitio que se llama «Gema de Cuba». La gente pensaba que era de
nosotros; pero yo no sé ni quién lo hizo. Creo que ni siquiera se hizo
desde Cuba, y hay muchas fotos de ella ahí.
Es una situación
difícil para nosotros que somos padres primerizos y padres de una niña
que tantas personas quieren y se interesan por ella. Créeme que hacemos
el mayor esfuerzo por navegar ahí, sin pasarnos ni para un lado ni para
el otro.
En estos momentos, ¿cuáles son tus planes inmediatos? ¿Tus prioridades?
Hasta
ahora hemos viajado por Cuba y respondiendo a algunas invitaciones en
otros países. Quiero ir con urgencia a las Tunas, a Pinar del Río, a
Sancti Spíritus. Me quedan muchísimos lugares claves (me gustaría ir a
toda Cuba, claro), donde hay personas que jugaron un papel importante en
la lucha por nuestra liberación. Son historias bonitas, como el caso de
Andy Daniel, un niñito con un defecto de nacimiento en la mano que me
escribía desde que era chiquitico y ganó un concurso de dibujo; hoy es
un muchacho de 14 años. Por eso quiero ir a muchos lugares de la
geografía de nuestro país donde hay historias relacionadas con los Cinco
Héroes. No hemos podido hacerlo desgraciadamente por el ritmo que hemos
llevado de actividades, pero lo queremos hacer.
Hemos estado en
contacto también con diferentes sectores de nuestra población, centros
de estudio, de trabajo. Donde se nos pide que estemos, ahí estamos, en
la medida de las posibilidades porque son muchas cosas.
Desde el
punto de vista personal, por supuesto, quiero dedicarle el mayor tiempo
posible a la crianza de Gema y a la familia, recuperar un poco el tiempo
(no me gusta decir el tiempo perdido), que no estuve con ellos, sobre
todo con los sobrinos que no conocía, con Adriana, en fin, con la
familia en sentido general.
Como revolucionario, siempre que me
preguntan, digo que mi único plan o mi plan más importante es seguir
sirviéndole al pueblo, a nuestra Revolución
«Toda la
gloria del mundo cabe en un grano de maíz», dijo Fidel. ¿Será que la
humildad es uno de los rasgos característicos de los Cinco?
Cuando
asumimos esta tarea, lo que estaba en el programa era que nosotros
íbamos a dedicar a esto cierta cantidad de años y que íbamos a ser
combatientes anónimos. O sea, si hay un poquito de vanidad en ti, esta
no era la profesión que tenías que haber escogido. Desde el mismo
momento en que asumimos la tarea, sabíamos que iba a ser para eso. No
nos hubieran seleccionado si supieran que nosotros éramos vanidosos.
Los
Cinco siempre hemos sido conscientes de que no somos nada especiales.
Hay muchísimas compañeras y compañeros en Cuba que, primero, estaban
haciendo lo que nosotros y nadie los conoce; segundo, lo están
haciéndolo todavía y lo seguirán haciendo siempre que sea necesario, con
la premisa de que lo que ocurrió con nosotros fue algo raro que
respondió a determinadas y muy específicas circunstancias. Posiblemente
esa no se va a repetir. Cumplen su misión con la premisa de que van a
ser héroes y heroínas anónimos de este país y no van a tener el
reconocimiento directo, ni siquiera de su familia.
Eso es algo que
los Cinco siempre hemos tenido muy presente. Si nosotros estamos aquí
hoy, es por el ejemplo de otros que lo hicieron antes y que se
sacrificaron como nosotros; y nadie los conoce. ¿Qué mayor ejemplo que
ese? ¿Cómo tú crees que nosotros podamos sentir algún tipo de vanidad o
presumir de algo? Nos tocó que se nos conociera, pero somos conscientes
de que lo que hicimos, ni lo inventamos nosotros, ni fuimos los primeros
en hacerlo, ni mucho menos seremos los últimos.
Si tuvieras que mandarles un mensaje a los jóvenes cubanos ¿qué les dirías?
Nosotros
siempre hemos insistido en la importancia de conocer la historia de
nuestro país. Hace poco, al inicio de la entrevista, tú me preguntabas
sobre mi formación y recuerdo algo que a mí me marcó para toda la vida.
Fue cuando, siendo un niño, mi papá tenía un buró con llave y un día se
le quedó una gaveta abierta, la abrí y saqué una colección de las
primeras revistas Bohemia después del triunfo de la Revolución. En ellas
venían las fotos que les habían prohibido publicar durante los años de
la dictadura. Venían fotografías de lo que se encontró en las estaciones
de policía cuando fueron ocupadas por el Ejército Rebelde, los
implementos de tortura; fotografías de cadáveres, de jóvenes asesinados,
acribillados a balazos. Todo eso a mí me marcó de una manera tal que me
propuse dar todo lo que pudiera de mi vida para que ese pasado no
volviera a Cuba. Un muchacho que no conozca eso, no puede tomar una
resolución así. Tú no puedes crearte determinadas convicciones si tú no
conoces determinados elementos de tu propia historia.
A mí me
preocupa que algunos jóvenes no se interesen por estudiar la historia de
este pedacito de tierra donde están parados. A veces uno se acostumbra a
caminar por las calles y a pasarle por el lado a una tarja que está en
una pared y ni se detiene a leerla. O estamos esperando una guagua en la
acera sobre la que estuvo muerto un joven que fue asesinado; uno no se
detiene a pensar en eso.
A veces hay jóvenes de 23 o 24 años, que
dicen que les interesa el destino de su país, pero no ahora: «cuando sea
mayor, a lo mejor»… No se detienen a pensar en la edad que tenía Frank
País cuando murió asesinado, o la edad que tenía José Antonio
Echeverría. A mí me parece que hay muchos jóvenes que se subestiman y
siempre ven ese escalón inferior, se ven en ese escalón cuando hablamos
de los destinos de Cuba y del futuro de la Revolución. Piensan que eso
es tarea de otros que están más arriba en términos de edad o
preparación. Quizás un poco de responsabilidad sea nuestra, por no
haberles enseñado a esos jóvenes que ellos son los protagonistas de este
proceso, de esta Revolución; no el futuro, sino el presente de la
Revolución.
Les diría a los jóvenes, como dice el pensamiento de Nikolai Ostrovsky, que si mal no recuerdo tenía Tania la guerrillera
en su diario: «la vida es una sola y hay que vivirla de manera tal que
cuando uno llegue al momento de mirar atrás, pueda sentir la
satisfacción que la vivió por una causa, que la vivió por un propósito».
No hay nada más triste que llegar a viejo y que un hijo o un nieto le
pregunte a uno: ¿Y qué tú hiciste con tu vida, a qué te dedicaste, qué
legado positivo nos vas a dejar…? y no tener nada que decir.
Les
diría que se preocupen por su legado, que la responsabilidad que tienen
en sus manos es inmensa. A nosotros, los Cinco, muchas personas nos ven
como paradigmas, como ejemplos, pero a nosotros no nos hicieron en un
laboratorio, somos cinco hombres a los que nos tocó la responsabilidad
de defender a la Revolución desde estas filas, y lo asumimos. Hay
muchísimas personas en este país, muchos héroes y heroínas anónimos que
han sacrificado sus vidas por la Revolución y han dejado una huella,
aunque sus nombres nunca se conocerán.
Poema: «La muchacha de la parada»
Ante mí apenas distingo una silueta
que se empeña en dibujar ademanes didácticos,
y a mis oídos casi llegan detalles
de conceptos jurídicos y conflictos internacionales;
pero en mi mente solo está aquella muchacha
de la parada,
la estudiante de Química
cuyo nombre ignoro,
aunque conozco su tímida mirada
porque día a día agiganta el hechizo
de los amaneceres en La Rampa.
Esa muchacha tal vez mañana,
cuando al sentarse tome cortésmente mis libros,
se entere que un desconocido,
admirador de su belleza
desatendió una clase
por escribirle este poema.
Gerardo Hernández Nordelo (20–10–1986 8:35 a.m.).
En un turno de Derecho Internacional
Este
poema llegó a manos de Adriana al día siguiente de haber conocido a
Gerardo en la parada del ómnibus de la ruta 32 en la céntrica calle 23,
conocida por La Rampa en el Vedado, donde se citaron desde entonces cada
día hasta que en noviembre de ese mismo año se hicieron novios y
comenzó una preciosa historia de amor.