El sintagma nominal “cintas amarillas” me llevó a través de Google a los hechos ocurridos el pasado abril, en Boston, minutos antes de que los corredores atravesaran la línea de meta del maratón más antiguo del mundo.
Los dos artefactos explosivos de fabricación artesanal (ollas a
presión), causaron la muerte de tres personas: Martin Richard, un niño
de ocho años de edad; Krystle M. Campbell, de 29, gerente de un
restaurante de Medford; y Lü Lingzi, una joven de 23, de origen chino (Shenyang) y estudiante de la Universidad de Boston. De las 282 personas heridas, 14 sufrieron la amputación de algún miembro.
Al día siguiente cuarenta y dos kilómetros de cinta amarilla de la
policía con las palabras ‘No cruzar’ marcaban el recorrido emblemático
de la ciudad de Boston, en Massachussets. “La cinta amarilla de la
policía seguirá todavía algún tiempo en varias partes de la ciudad, y
aún así, a primera hora de esta mañana ya había mucha gente que
desafiaba la congoja y la conmoción y corría por las calles, todavía
frías pero ya soleadas de Boston”, escribía un periodista español.
Las víctimas de Boston me recuerdan a los 73 pasajeros de Cubana de
Aviación que a bordo del vuelo 455 perecieron hace ya casi 37 años
cuando una delegación de esgrimistas cubanos partía de Barbados rumbo a
La Habana. Recuerdo, por supuesto, a Fabio Di Celmo, el joven italiano
asesinado en septiembre de 1997 por una bomba de la CIA en el hotel
Copacabana, y más atrás, vienen en la lista que voy graficando en mi
mente, los 2 mil 602 muertos del atentado a las Torres Gemelas el 11 de
septiembre del 2001.
En contraposición a todo eso, ayer se cumplieron 15 años del arresto a
los cinco antiterroristas cubanos: Ramón, Gerardo, Fernando, Antonio y
René –este último ya en casa después de cumplir su condena–.
Por una petición del mismo René, la cinta amarilla, un viejo símbolo
del pueblo norteamericano llenó las calles de Cuba este 12 de
septiembre. Edificios, portales, ventanas, árboles, camiones, carros,
exhibían una tira amarilla. La gente se vistió de amarillo o portaba un
discreto lacito en la mano, la ropa, el pelo.
Era como si la enorme cinta de 42 kilómetros de Boston que marcaba
los límites del terror en esa ciudad, se hubiese convertido en pequeñas
cintas, en la tela con la que el pueblo cubano se cubría para clamar por
sus héroes, por los hombres que lucharon contra el terrorismo desde la
Florida, este pueblo cubano que también ha sido víctima de actos como
los que vivieron los bostonianos aquella mañana soleada del maratón.
Fuente: Blog "Chelydoscopio"