Por Marlene Caboverde Caballero*

Hay
historias difíciles de escribir porque la mano tiembla al tener que
reinventar las palabras para construirlas y compartirlas con el brillo y
la fuerza que merecen.
Corro
el riesgo de repetirme y reiterar lo que casi todo el mundo dice,
cuenta y canta desde este 6 de enero, cuando se supo de la llegada de
Gema, la niña de Adriana Pérez y Gerardo Hernández, pero es importante
para mí correr el riesgo.
Pienso,
en primer lugar, que Gema ya existía y desde hace años revuelve las
gavetas de Adriana para reír con las cartas y los dibujos de su padre, y
oler la canastilla que su mami atesora para ella en el armario.
Gerardo
conocía a su hijita desde La Habana de los ochenta, la había visto
rondar en la parada de ómnibus de la Rampa, en el malecón y en el
instante del beso robado que le aseguró desde aquel entonces la llegada a
este mundo, un día posible y de cualquier manera.
Gema
se había colado como rayo de luz y soplo de aire en todas partes: en
las tribunas, las consignas, las canciones, los discursos, las
prisiones.
Y
aseguran que se la pasó todo este tiempo en las escuelas entre juegos y
lecciones, cantando en los conciertos, gritando en las marchas en mil
idiomas diferentes, juntando manos, clamando voces, fundando amor.
Tengo
la certeza que cuando Adriana y Gerardo tuvieron a Gema entre los
brazos este 6 de enero, ambos sabían que no se trataba de la primera
vez, más bien de un reencuentro soñado desde siempre.
Casi
puedo asegurar que también a ellos se les perdieron las palabras en un
enjambre de besos y para decir algo, simplemente le susurraron algunos
versos de Silvio: "Te conozco, desde siempre, desde lejos, te conozco"…
*Periodista
de Radio Jaruco, donde lleva desde hace algunos años el programa Alas
de libertad, dedicado a los Cinco Héroes cubanos