Por Marlene Caboverde Caballero*
Gerardo,
no se trata de una obstinación de mi parte. Es simplemente que la vida
me invita a continuar creyendo en la hermosura de los seres humanos y
sobre todo, en el amor, cada vez que pone en mi camino historias como la
de María Julia García Oliva.
María
Julia es una mujer de 52 años que vive en el municipio de Jaruco. Es
maestra de profesión y creadora por vocación. Le encantan los niños y
las plantas. También dibujar y mantener a su alrededor el orden, la
limpieza, el encanto.
No
recuerdo bien si nos habíamos visto alguna vez, pero ya la conocía por
referencias. Hace unos días la visité en su casa, muy próxima al Círculo
infantil Rayitos de Sol de este municipio donde había estado antes
atraída por el ambiente de renovación que se vive por estos días en esa
institución educacional.
Supe
entonces, que la responsable de la ornamentación con las plantas recién
sembradas y los dibujos coloridos de animales que les encantan a los
niños, era María Julia. Por eso, enseguida decidí encontrarme con ella.
Era
cierto lo que me habían advertido: María Julia tenía el brazo derecho
en cabestrillo porque no le respondía. Me recibió con la alegría de una
niña de solo mencionar mi nombre, y durante un rato conversamos acerca
de las ideas que le faltaban por materializar en el círculo infantil.
Después,
el diálogo se dirigió, por iniciativa suya, hacia la retrospectiva de
su vida cuatro años atrás. María Julia evocó los días en que fue operada
dos veces a causa de un tumor que sangraba en su cabeza.
Dice,
que estuvo por mucho tiempo inmóvil, fea, inútil. También me contó que
debieron extirparle uno de los huesos del lado izquierdo de la cabeza
para salvar su vida, pero esa cirugía le ocasionó una parálisis casi
total en un lado de su cuerpo.
Sin
embargo, como secuelas de aquel tiempo solo saltan a la vista el brazo
inerme que sostiene con una cinta, y algunas dificultades que tiene aún
para pronunciar palabras largas o complicadas.
Hoy
María Julia se empeña en hacer casi todos los quehaceres domésticos sin
ayuda alguna. Es cierto que en sus bellas locuras solo le acompaña una
de sus manos pero, ¡cuánto le sirve la vida para ayudar a los demás!
Así
pensé en aquellos instantes cuando recordaba el círculo infantil y
observaba la armonía en los objetos de su casa, el olor a limpio, la
frescura de su hogar. No obstante pasó algo que me hizo repensar al ser
humano y concordar otra vez conmigo misma en que, es lindo vivir cuando
se lo debes a alguien.
Allí
frente a nosotras estaba su esposo Reynaldo, que acaba de llegar. Es un
hombre simple que trabaja como mecánico y con quien tiene dos hijos y
más de 30 años de vida en común.
Supe
enseguida que aquel hombre vivía por ella y para ella, cuando les conté
de un joven que fue abandonado por la esposa luego de sufrir un
accidente que lo paralizó hace también cuatro años atrás, pero que por
suerte aprende nuevamente a caminar.
Después
de escucharme, Reynaldo acarició la cabeza de su mujer y dijo que él no
hubiera podido abandonarla, porque tenía la certeza que ella jamás lo
hubiera dejado ni en esa ni en otras circunstancias: “¿Y si hubiera sido
yo?”, repitió para sellar la historia de amor con que me premiaron el
día, y la vida.
Gerardo,
quise contarte esta historia a ti en especial, porque en esencia se
parece a la tuya con Adriana. Reynaldo espera aún a María Julia, y
Adriana siempre esperará por ti.
*Periodista
cubana, trabaja en la emisora Radio Jaruco, y una de las fundadoras del
Comité “Alas de Libertad” de esa emisora, por la Libertad de los 5
Imagen agregada RCBáez