Por Rafael Cruz Ramos*
“ ...soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen
por este día, los muertos de mi felicidad... ”

Las personas comenzaron a gritar ¡Fidel!, ¡Fidel! y yo miré
a todos lados buscándolo hasta que lo vi subir al escenario en cinco cuerpos,
en cinco formas de heroísmo, y se plantó gigantesco en los zapatos de Ramón, se
transformó en los hombros de René, en la cabeza enhiesta de Gerardo, en la
lucidez callada de Fernando, en la euforia de Tony. Las personas seguían
gritando porque también lo veían y Silvio le dio voz cuando cantó El Mayor, ese
himno del amor y de la patria.
Entonces, como un sortilegio mágico, ya no estaban en una
noche de plaza rodeados de miles, sino en una isla cósmica, gigantesca,
rodeados de millones y todos gritaban ¡Fidel!, ¡Fidel! Desde las galaxias y los
horizontes las voces se volvieron nuevamente música. Ramón tomó el micrófono y
nos dijo a todos Necios, esa palabra que desde los 90 tiene un nuevo
significado; algo así como mentar las vergüenzas y los empujes.
Los Cinco, los miles, los millones cantaron, juraron,
exigieron a las palmas y a las mareas, a las puestas de sol y a los logaritmos
del riesgo, que bajo todas las estrellas caídas o los volcanes desatados, nada
ni nadie nos va a poner un dogal, un código de barras o una yunta.
Que la muerte nos sorprenderá con la misma camisa de la
vida, del juramento, del trueno y de la mínima flor.
Y las personas gritaban ¡Fidel!, ¡Fidel! Los cantantes
tenían barbas y los músicos rombos rojinegros en las gorras, los millones
tenían las manos grandes, los ojos de pícaro rebelde, las voces que encantan y
liberan. Ya nada podía impedir que llegara La Era parturienta: desde las
tinieblas del hueco, desde las hogueras del rencor y La Era no solo fueron unos
acordes de guitarra y percusión, sino un nacimiento de soles sin ataduras, una
ALBA que viene desde las montañas, una redención andina, sierramaestrina, que
nos envuelve a todos como a los pájaros y árboles voladores, para hacer nacer
un corazón popular, en la nueva tierra.
Allí estaba Fidel, sin los años y con los años, joven y
longevo como un abuelo rejuvenecido que se sabe de memoria la Pequeña Serenata
Diurna; porque él es el inspirador de un “país libre que solamente puede ser
libre” y es, a la vez, la resurrección maravillosa de todos los muertos a los
que le debemos esta noche de libertad, de alegría, de reencuentro.
Esta noche destinada a cargar nuestros amores en hombros y
gritar a todo pulmón con Silvio, con Los Cinco, con Fidel “soy feliz, soy un
hombre feliz y quiero que me perdonen por este día, los muertos de mi
felicidad”.
Dr. en Medicina Veterinaria; Máster en Economía Política;
escritor premiado por la UNEAC. Cuenta con 47 escaladas al Pico Turquino.
Fuente: Turquinauta